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¿Puede alguien imaginar una relación estética entre Jorge Luis Borges, el paradigma del intelectual, que escribió, entre cuentos y ensayos, una amplia obra poética, y Homero Manzi, el emotivo, sentimental autor de las letras de tango más hermosas y que nunca publicó un libro de poesías?
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Borges solía evocar, con cierta envidia contenida, a los compadritos, al malevaje y, más que al barrio, al arrabal salvaje: “El tango nos da a todos un pasado imaginario/ y todos sentimos que, de un modo mágico,/ hemos muerto peleando en una esquina del suburbio”.
Sobre todo con los tangos viejos inventó un mundo y lo recreó, aunque después se iba a otro mundo con su erudición y esplendorosa ironía.
Manzi, según Horacio Salas, “fue el primero en convertir las palabras de los tangos en poesía”, esculpiendo para siempre la nostalgia de lo que hubo, de lo que se fue, de la pérdida: “Así va esta canción a chocar con tu ausencia./ Y habrá de resbalar, pobre gotita de agua,/ como resbala el grito grotesco de los perros/ sobre la luna, fría como un trozo de lata”.
Su espíritu quedó en ese barrio ideal de la niñez, en la esquina más querida, con la memoria de la novia ausente, sentimental hasta su misma muerte joven.
Y, sin embargo, hubo un tiempo en que estuvieron más cercanos de lo que muchos han creído. Fue cuando descubrieron, casi al unísono, al otro: Evaristo Carriego. Idéntico deslumbramiento.
Borges había sido lector precoz de Whitman, Yeats, Virgilio; Manzi lo fue de Rubén Darío, Amado Nervo, García Lorca. Ambos, tempranamente y aún sin conocerse, se sorprendieron con Misas herejes y La canción del barrio, los libros esenciales de Carriego, un poeta popular que descubrió al barrio como tema poético.
En cuanta conferencia Borges dio por el mundo acerca del tango, siempre mencionó a Carriego con admiración. Y lo citó reiteradamente, por ejemplo para dar pruebas del origen oscuro, a su juicio obsceno del tango: “En la calle la buena gente derrocha/ sus guarangos decires más lisonjeros,/ porque al compás del tango ‘La morocha’/ lucen ágiles cortes orilleros”.
Carriego fue una marca a fuego en Manzi y su influencia se advierte ya en el vals ¿Por qué no me besas?, de 1921, su primera y olvidada obra, en su reconocido tango inicial Viejo ciego, con música de Sebastián Piana y Cátulo Castillo, estrenado en 1926 por Roberto Fugazot, y en la creación de una milonga más elaborada que la campera, que llamó “Suburbana”, junto, precisamente, al mencionado Piana: Milonga del 900, Milonga sentimental, Negra María y otras.
No hay que olvidar que Borges fue longevo y Manzi murió a los cuarenta y cuatro años; por eso en esta quizás audaz relación que he venido proponiendo habría que cerrar el marco con la partida de Homero. Fue en 1951 y en los años por venir, hasta su propia muerte, el ciego genial no paró de volar con su imaginación rumbo a otros cielos literarios. No obstante, ese tiempo de algún modo breve dejó, y gracias a Carriego, más vínculos de los supuestos si solo se miran los hechos con excesiva rapidez: hay que leer El Sur, segundo poema del primer libro de Borges, Fervor de Buenos Aires, para hallar, sin demasiadas dificultades, puntos de contacto estéticos y de intención evocativa con el máximo tango escrito por Manzi, sugerentemente titulado “Sur”, aunque ambas creaciones estén separadas por veinticinco años.
Es que el autor de Malena, De barro, Recién, Después, Ninguna, Che Bandoneón, El último organito, Milonga triste —con inocultable influencia lorquiana—, Fuimos, Romántica y Discepolín ancló en la década de 1940, ya maduro artísticamente, para darle al tango clásico, antes del adiós en 1951 y siempre con perfume de barrio, la mayor estatura poética que alcanzó en su historia.
El camino que el Borges poeta inicial siguió, aunque siempre tuvo presente a Carriego, fue estéticamente otro: eso es claro.
En una de esas convendría recordarle a aquellos que desde el principio dudaron de lo aquí sugerido, que su mítico poema El tango, incluido en el libro El otro, el mismo, data de 1964: “En los acordes hay antiguas cosas:/ el otro patio y la entrevista parra./ Detrás de las paredes recelosas/ el Sur guarda un puñal y una guitarra”.
Acaso se equivocó Sábato cuando dijo, en Al Buenos Aires que se fue: “Feliz de vos, Homero Manzi que te fuiste a tiempo,/ cuando aún era posible escribir esas canciones de trenzas y almacenes;/ cuando todavía los espíritus no estaban resecados por la ferocidad y la violencia”.