Casita de alambres

Casita de alambres

La columna de Andrés Danza

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Nº 2202 - 1 al 7 de Diciembre de 2022

¡Cómo les gusta a los uruguayos las teorías conspirativas! En especial a los que tienen algún tipo de vínculo cercano con la política, sea como dirigentes o simples militantes. Cada vez que dos o tres hechos aparentemente inconexos o intrascendentes se lo permiten, se arman toda una película digna de competir por un lugar en los Premios Oscar o ser estrenada en Netflix bajo la categoría de suspenso político.

Esa adicción a lo rebuscado y a la falta de confianza en la literalidad de cualquier hecho que suceda o persona que diga lo que piensa no es patrimonio ni de la derecha ni de la izquierda. Al revés, lo comparten como si en eso no hubiera ningún tipo de frontera ideológica. Cuanto más envueltos en sus banderas están, más desarrollan esas características.

El mecanismo es siempre el mismo. Cuando hay una denuncia de presuntas irregularidades en contra de un gobernante o de una oficina pública, renuncia un vicepresidente o un ministro, es apresado un custodio o aparece un narco con eventuales vínculos políticos, todo se asocia en forma inmediata con un poder, el verdadero poder, que opera en las sombras y toma a políticos y periodistas como sus marionetas. Nada puede ser como parece. Si hay algo importante en el medio, seguro que lo que se ve es solo la punta de iceberg, argumentan los conspiracionistas.

Para todo tienen su House of cards (Castillo de naipes, en español), la famosa serial de Netflix sobre las conspiraciones en la Casa Blanca de Estados Unidos, pero a la uruguaya. En realidad, lo que ellos manejan para explicar cada uno de los acontecimientos políticos importantes debería llamarse la Casita de alambres, en homenaje a ese hilo de acero que todo lo ata a medias en la penillanura levemente ondulada.

Nada es porque sí, nada responde a un delito común o a un simple error o a una torpeza. De un lado están los buenos, los que sospechan e intentan no ser manipulados; y del otro, los malos, los que todo lo hacen buscando fines ocultos, para los cuales se nutren de la inocencia colectiva y la complicidad de periodistas y afines. En qué lugar se encuentra cada una de las dos partes principales en las que está dividido Uruguay, depende de quién esté en el gobierno y quién en la oposición. Pero adictos a la Casita de alambres hay en todos lados, incapaces de mirar más allá de su ombligo. Y peor todavía que eso es la realidad supuesta en la que habitan, alimentada por algunas premisas absolutamente fantasiosas y paranoicas.

Para poner un ejemplo: no es el blindaje mediático el que tapa lo importante en complicidad o coordinación directa con los que manejan el poder. No existen reuniones secretas u órdenes impartidas desde oscuros escritorios seleccionando lo que sí puede saber la opinión pública y lo que no. Si realmente existiera blindaje mediático, temas tan trascendentes como la prisión del jefe de la custodia presidencial, Alejandro Astesiano, y toda la investigación que se está haciendo al respecto a nivel judicial no se conocería. Y no hay día que no surja algo nuevo de este caso en casi todos los medios.

Es más, si los periodistas no hicieran su trabajo de fiscalizadores del poder de turno, tampoco se hubieran generado varias renuncias en la actual administración o en las anteriores, lo que incluye a un vicepresidente y más de un ministro. Tampoco se hubiera conocido que el Estado uruguayo le entregó un pasaporte a un narcotraficante o que un senador comunista se había hecho su casa sin pagar los impuestos correspondientes.

Tampoco hay periodistas encubiertos trabajando en los principales medios de comunicación con el objetivo de instalar un relato que perjudique a alguna de las dos partes. El político no es periodista y el periodista que en algún momento antepone sus intereses ideológicos o personales a la información también deja de serlo. Podrá haber algún infiltrado puntualmente pero enseguida queda en evidencia. No dura nada. La mayoría de los que están a cargo de las áreas de coberturas más trascendentes en los principales medios de comunicación están comprometidos solo con el público y con la información. Nada más. No responden ni a logias, ni a partidos, ni a clubes ni a nada que los ate.

Las empresas encuestadoras tampoco forman parte de las conspiraciones que les atribuyen los amantes de la Casita de alambres. Hacen su trabajo, mejor o peor, pero lo que intentan es ser lo más profesionales posibles. Al menos las tres o cuatro más grandes y respetadas. Si se prestaran a otro tipo de maniobras, serían ellas las más perjudicadas a mediano plazo, porque por más que se puedan maquillar los números, tarde o temprano la realidad se termina imponiendo. Mandan las urnas y en esos pronósticos nunca estuvieron muy lejos.

Entonces, en lugar de estar alimentando todas las semanas a esas teorías conspirativas que tanto les gustan, los que destinan su energía y tiempo a ello deberían prestar un poco más de atención a lo importante y no seguir envueltos en ficciones un tanto berretas. Hay cuestiones más relevantes de qué ocuparse.

Por ejemplo, si el presidente sigue manteniendo un alto índice de popularidad a pesar del momento complicado por el que está atravesando, no es ni por las encuestas, ni por el blindaje mediático ni por nada tan rebuscado. Es porque hay cosas que está haciendo bien y que tienen que ver con su forma de comunicarse con el público y de afrontar algunos temas y problemas. En otras también se ha equivocado, obviamente, pero pensar que solo está sostenido por una burbuja conspirativa es subestimar la inteligencia de los uruguayos.

Del otro lado, que el Frente Amplio cuente con un porcentaje relativamente alto de intención de voto para 2024 en las últimas encuestas de opinión pública significa que parte de su estrategia está funcionado. Eso no es gracias a relatos o mentiras que se hacen verdades gracias a algunos periodistas o estrategias confabuladas entre poderosos desconocidos infiltrados en los medios. Es un dato de la realidad.

Lacalle Pou sabe leer las virtudes de sus adversarios. Algunas de ellas las tomó y lo ayudaron a estar donde está. El problema es que desde el poder parece haber quedado bastante solo hasta en ese manejo. A su vez, sus opositores deberían elevar la mira si lo que realmente quieren es sucederlo. Detenerse en lo importante y no en lo accesorio. Castigar lo que está mal pero también aprender de lo que está bien.

La Casita de alambres puede ser muy divertida pero no ocupa ni siquiera el lugar de un árbol, mientras alrededor sigue creciendo un enorme bosque frondoso. A los que no les interesa, les pedimos que al menos a nosotros, los periodistas, nos dejen intentar contemplarlo con detenimiento. Ese es nuestro trabajo.