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    Ciudades inteligentes y baldosas partidas

    Columnista de Búsqueda

    N° 1952 - 11 al 17 de Enero de 2018

    , regenerado3

    Uno de mis mejores amigos, hermano de la vida, es ingeniero. Es uno de esos ingenieros inquietos, inteligentes, que siempre están intentando cosas nuevas, distintas. Que no aceptan quedarse encajonados en un solo lugar ni en un solo rol. Entre las muchas cosas que ha hecho y hace mi amigo, está la de intentar que las ciudades sean un sitio mejor para la vida y la convivencia.

    Es así que desde su zona de conocimiento, que sería la innovación tecnológica, ha colaborado con mucho entusiasmo en diversos proyectos. En ese papel de promotor de la innovación es que ha sido un entusiasta participante del Encuentro de Ciudades Inteligentes, que la IM ha organizado en los últimos tres años, el más reciente en agosto de 2017.

    Cristina Zubillaga, directora del Departamento de Desarrollo Sostenible e Inteligente de la IM, que es quien organiza el evento, señalaba el año pasado que el objetivo era “intercambiar experiencias y conocimientos, generar espacios de reflexión y planificación, y poner en conocimiento a la ciudadanía sobre en qué consiste una ciudad inteligente, sostenible e inclusiva.”

    Mi amigo, siendo un tipo muy formado y a la vez optimista por naturaleza, me habla con alegría de estos encuentros y yo, que de optimista tengo lo justo, suelo retrucarle con algún detalle que intento atempere su optimismo. En realidad, lo que me incomoda es la sensación de irrealidad que me provocan algunas de las cosas que me cuenta. Y no tanto porque algunas me suenen a ciencia ficción (soy fan de la ciencia ficción y sé que muchas de sus predicciones terminan siendo moneda corriente un montón de veces) sino porque me suenan increíblemente contradictorias respecto a “las cosas que veo por las calles de Montevideo”, como diría Jaime Roos.

    Y aunque entiendo que los que trabajan en ese Departamento perfectamente pueden estar logrando avances que quizá hagan nuestras vidas mejores, me cruje que esas loables e inteligentes tareas no se vean acompañadas por un entusiasmo similar de la IM en otros rubros que también son tarea del municipio. Es más: si me apuran, en tareas que hacen a la esencia de la actividad municipal, tareas tan básicas que en la mayor parte de las ciudades que pueden considerarse inteligentes o al menos no demasiado lerdas, han sido resueltas hace años.

    Un ejemplo. Después de tocar en Fray Marcos hace unas semanas, volvíamos a Montevideo por la ruta nacional correspondiente: bien asfaltada, bien señalizada, ordenada y segura. En algunos tramos incluso la estaban ampliando y mejorando. En cuanto pasamos el cartel que decía “Termina jurisdicción nacional”, la cosa se puso espesa y fue como retroceder a 1974, pero con el desgaste acumulado de los últimos 44 años. Comenzó Avenida de las Instrucciones y nos hundimos en un vórtice de oscuridad y destrucción. Despareció el asfalto y comenzaron los saltos sobre unas planchas de hormigón desparejas, a veces ausentes, siempre cuarteadas. Estoy seguro de que si mi memoria fuera capaz de retener esa clase de detalles, las rajaduras serían casi las mismas que existían cuando yo vivía en ese barrio, en mis primeros años. No había alumbrado público de ninguna clase durante larguísimos tramos, no había una sola señalización trazada en el suelo, no había un solo cartel que indicara la proximidad de un lomo de burro, de una esquina o de una diagonal. Los pozos en la avenida, invisibles en la negrura general, se contaban por cientos y competían entre sí para ver cual era capaz de reventar los amortiguadores del coche. No había nada salvo las pálidas luces de las modestas viviendas que quedaban sobre nuestro costado izquierdo. A la derecha, cañaverales y sombras, callejuelas a veces de asfalto, a veces de barro, que se perdían en la noche total. Por descontado, no había vereda ni nada parecido. La cosa fue así durante unos buenos 20 minutos hasta llegar a Bulevar Batlle y Ordóñez, que sin ser la Quinta Avenida, resultó un remanso de luz, asfalto y civilización después del territorio que habíamos atravesado. Algo similar había pasado a la ida, cuando fuimos por José Belloni, y no es muy distinto de lo que ocurre en muchos de los accesos a Montevideo.

    Entiendo que nada de esto debe ser responsabilidad de la gente del Departamento de Desarrollo Sostenible e Inteligente, de lo contrario su speech sobre inteligencia e inclusión se vería severamente mermado. Pero también entiendo que esa situación, que padecen miles de vecinos de la capital desde hace décadas, es con toda certeza responsabilidad de la Intendencia, sea cual sea el departamento que asuma la tarea concreta.

    Es muy difícil que la labor de una parte de la IM, ese departamento que quizá cumple cabalmente con su tarea (o no, quizá que las calles tengan veredas, asfalto, luces y señalización debería ser parte del Desarrollo Sostenible e Inteligente) alcance algún sentido mas allá de su lógica interna, si no está coordinado con lo que hacen o deberían hacer otros departamentos. Departamentos que deberían cumplir con tareas más esenciales y básicas que las “ciencias de datos aplicada —big data—, análisis de redes sociales y su impacto en la participación”.

    Creer que la tecnología por sí misma soluciona los problemas es puro fetichismo, todo depende de cómo se aplique esa tecnología. De poco te sirve que mejore la calidad del aire si tenés una chance alta de que te pase por arriba un bus cada noche, si las aguas servidas te rodean cada vez que vas a la escuela o si en tu entorno no existe la más mínima señal que te recuerde que sos parte de una ciudadanía, de una ciudad y de una colectividad con metas comunes.

    En una vieja entrevista con el escritor Hugo Fontana, este se preguntaba si el problema que tiene Uruguay no será que la idea de lo que debe ser el país, cuáles deben ser sus metas, cuáles son sus fortalezas y debilidades, emana siempre desde del mismo lugar: el sur de Avenida Italia. Y que por eso no importa si quien gobierna es blanco, frentista o colorado: siempre se piensa el colectivo desde esas mismas coordenadas mentales, socio-económicas y geográficas.

    Quizá el problema entonces no sea tanto la ausencia de una cabeza inteligente que coordine lo que hace la mano izquierda con lo que hace la mano derecha. Quizá sea que el imaginario que sueña ciudades inteligentes simplemente no percibe como parte de su asunto a quienes carecen de los más elementales servicios ciudadanos. Y no por maldad, sino porque de hecho son universos sociales que apenas se tocan. Y en donde a uno de los dos universos le resulta muy difícil articular su demanda.

    Empezar a intentar cerrar esa brecha, que es cada vez más furiosa, cumpliendo al menos con los servicios urbanos mas básicos, sería una prioridad inteligente.