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    Comerciales y ladrillos

    Estoy francamente hastiada de la publicidad televisiva estatal. En primer lugar, porque se gastan millones en hacer esas ristras de avisos de utilidad dudosa. Millones que pagamos todos mediante el IVA a la DGI.

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    Pero, aunque se hicieran gratis, aunque las productoras, los camarógrafos, los actores, los locutores, los directores de arte, las agencias de publicidad hicieran esos largos comerciales no por dinero sino por amor a la patria, puro voluntariado lleno de uruguayidad, de todas formas, me exasperarían.

    Los comerciales estatales llenan las pantallas desde hace décadas. De niña, veía interrumpir los dibujitos por los siniestros avisos contra la subversión o mostrando los muros de la Universidad sin graffitis con un locutor aseverando: “Ahora la Universidad está limpia por fuera y por dentro”.

    Luego, cuando yo tenía esperanzas en el Frente Amplio, observaba los gobiernos de los partidos tradicionales siempre bajo sospecha. Entonces miraba aquellos horrendos comerciales de UTE, Antel, Ancap, etc., pensando que buena parte del dinero que se gastaba en ellos iba a dar a los bolsillos de políticos y publicitarios, que tanto tienen en común.

    Pero con la llegada del siglo XXI, la calidad de la publicidad audiovisual uruguaya mejoró: las facultades donde se enseña cine dieron sus frutos y la industria fílmica aprendió a crear productos técnicamente correctos.

    Y, además, llegó el Frente Amplio. Un partido repleto de artistas, de gente culta, de intelectuales.

    Los antiguos frenteamplistas siempre chillamos contra los comerciales del Estado porque nos parecían lisa y llanamente un curro.

    Pero no desaparecieron, ¡oh, no!

    Se reprodujeron con un fervor inusitado. Los creativos publicitarios pasaron a ser poetas de la patria, inventando guiones con voces en off apasionadas y con tomas aéreas espectaculares donde se recorrían campos, barrios, pueblos de un hermosísimo país. Y siempre, llenos de retórica y la voz de un señor venerable elogiando a los uruguayos.

    Los avisos de vino raja, de fútbol y de yerba mate son muy parecidos, pero allá ellos.

    Me irrita, en cambio, de sobremanera que para comunicar monopolios se necesiten imágenes paradisíacas iguales a sí mismas, en las que Uruguay parece un país líder, de gente feliz, limpia, integrada, familiera, educada, trabajadora y honesta.

    El colmo ha sido el comercial de Alas Uruguay. La compañía no es un monopolio, pero se trata de un proyecto que nació fundido, tal vez inviable. Entonces la voz tan masculina del actor-locutor apela al patrioterismo y nos arenga: “Tenés alas: volá”.

    Cada segundo de esos comerciales es dinero que se ha perdido en los aires, junto a esas nubes que atraviesan los aviones filmados, junto a esos cielos y mares del Uruguay Natural.

    Dinero que podría haberse usado en ladrillos para construir casas. Casas seguras, lejos de los ríos, con techo de planchada e incluso estructuras en palafito.

    Porque ese país mágico que muestran los comerciales muy a menudo se inunda.