La emergencia agropecuaria por el déficit hídrico, que hoy abarca 64% del suelo de uso productivo, es uno de los asuntos que concentra la mayor dedicación del ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Carlos María Uriarte, por estos días.
La emergencia agropecuaria por el déficit hídrico, que hoy abarca 64% del suelo de uso productivo, es uno de los asuntos que concentra la mayor dedicación del ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, Carlos María Uriarte, por estos días.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEso es lo que se podía notar al ver los documentos y otros papeles sobre su escritorio el lunes 4, cuando recibió a Búsqueda en su despacho.
El jerarca advirtió que “va agravándose” el impacto negativo de la falta de lluvias y que se resentirá en la producción ganadera, lo que significará una menor disponibilidad de materia prima para los frigoríficos y las exportaciones.
El problema de las jaurías que atacan a las ovejas y vacunos en el campo es una de las tareas pendientes, y Uriarte reconoció que no se hizo lo que le hubiera gustado hacer.
Sin embargo, el titular del Ministerio de Ganadería (MGAP) valoró el inicio de un plan piloto y la definición de metas para lograr que en cuatro años la cantidad de perros se reduzca de los 1,7 millones actuales a 500.000. Eso con “control poblacional” y “nunca matar” a los canes, enfatizó.
Ante los casos de Covid-19 en algunas empresas del agro, Uriarte destacó la implementación de medidas sanitarias para “ofrecerle más garantías” a los mercados que adquieren los productos uruguayos.
—Un tema de preocupación de los productores rurales y que quedó pendiente de solución es el ataque de perros en el campo…
—En ese tema nos vamos a circunscribir al medio rural y a los centros urbanos rurales, porque no podemos pretender abarcar a las urbes grandes como Montevideo, Canelones y otras ciudades, donde la responsabilidad es más de los propios gobiernos departamentales.
Podemos colaborar, pero de ninguna manera podemos pretender tener alguna acción en las ciudades o zonas urbanas.
Fue de los temas que demoramos más en dar señales, porque la propia naturaleza del problema así lo ameritaba. Y realmente, no somos insensibles a lo que ha pasado en 2020, sobre todo el daño causado por las jaurías en nuestros factores de producción y principalmente en los lanares.
Sobre fines del año, y ya con la creación del Instituto de Bienestar Animal, hicimos el lanzamiento de un plan piloto de lo que pensamos hacer a escala nacional, pero que en este caso empezó en Cerro Colorado (Florida).
Primero, con la concientización de lo que significa la responsabilidad de criar un perro, apuntamos a que la sociedad tenga un sentido de pertenencia en el control poblacional de los perros. Sin la participación y sin la concientización de la responsabilidad de tener un perro, es imposible tener éxito en este desafío.
—¿El foco estará en la problemática de la producción agropecuaria, que es el área que le compete al MGAP?
—Sí. Y en eso tenemos que hacer un mea culpa, como sector productivo. En decir: ¿estamos los productores siendo lo debidamente responsables en el manejo de los perros?, ¿sabemos lo que hacen nuestros perros?, ¿tenemos algún tipo de control reproductivo de estos animales?
No echo la culpa al productor, sino que el sector debe concientizarse de la responsabilidad. No estoy diciendo que no hay gente responsable, hay gente que es muy responsable de sus perros. Pero también hay de los otros, que no saben donde están sus canes o que después ni comida les dan.
—¿Cómo sigue el proceso de trabajo previsto?
—Después viene la etapa de identificación, que todos los perros tengan un chip, y de castración, que más bien es esterilización porque comprende a machos y a hembras.
El objetivo es abarcar a unos 300.000 canes por año, con apoyo del sector privado.
—El chipeado y la castración se inició en la anterior administración de gobierno.
—Sí, se hacía, pero mucho menos. Unos 20.000 a 30.000 perros con un esfuerzo titánico de los funcionarios.
Si no somos exitosos en ese control y se siguen multiplicando, no vamos a poder bajar el número de 1,7 millones de perros que hoy hay en Uruguay.
La meta es poder llegar en cuatro años a 500.000 perros, que es la cantidad deseable y más controlable.
—¿Piensa que se puede reducir ese número en cuatro años sin sacrificar animales?
—No estamos hablando nunca de matar. Se trata de control poblacional, que no se reproduzcan.
—Si dice que hay 1,7 millones de perros, y la vida promedio es de unos ocho años o más, dependiendo de las razas, ¿cómo van a hacer?
—Control poblacional. Que no se reproduzcan.
¿Sabés cuántos años vive un perro suelto en la calle? Y no pasa de 10 días. Entre 10 y 48 días es el promedio.
—En la calle, no en el campo.
—Un perro que no tiene comida.
Y la tercera parte del plan comprende el retiro o la captura de los perros sueltos en los espacios públicos, que son una amenaza para la integridad física de las personas o los factores de producción.
Ya hay un vehículo pronto para cumplir esa función. El perro capturado se entrega a un albergue, a partir de un convenio con la fundación Cero Callejeros que se encargarán de esos animales.
—Considerando que al asumir su cargo dijo que la idea era implementar un plan de captura de perros sueltos “de inmediato” (Búsqueda No 2.051), ¿reconoce que hasta ahora la respuesta es insuficiente?
—Era mi deseo. Lo cuentas como si no hubiera pasado nada, ¿no? No quiero dar excusas, pero vamos a pensar en todo lo que pasó en Uruguay en 2020.
—Las emergencias agropecuaria y sanitaria...
—No lo voy a nombrar, porque parecería que uno tiene que repetir todo eso, como si no hubiera pasado nada y queremos que todo esté resuelto.
De las pocas cosas que no hemos podido dar respuesta es al tema de los perros. Por eso reconozco que no se hizo lo que nos hubiera gustado hacer. Pero comenzamos el camino y hay metas establecidas, en la medida que la gente colabore y se empodere de este problema, como se hizo con el abigeato, habrá resultados.
—¿Al ocupar un cargo público se encontró con obstáculos que antes no los tenía en cuenta?
—Sí, puede ser que sí. Pero no es excusa, ni cambia mi determinación. Hoy soy consciente de ciertas cosas que antes las desconocía, pero eso no cambia mi forma de pensar y la decisión de hacer el máximo esfuerzo para lograr objetivos.
—¿Qué evaluación hace de la respuesta del MGAP a la emergencia agropecuaria por el déficit hídrico?
—La respuesta que se dio fue mejorable, ni que hablar, porque todo es mejorable, pero fue mejor a las respuestas de episodios anteriores. Por la rapidez y por la forma en que se actuó. La forma en cuanto a adaptarse más a las necesidades de los productores y ampliando el espectro de acción, que el apoyo crediticio se hiciera con República Microfinanzas y no quedara en el ministerio, por ejemplo.
También mejoramos en la posibilidad de utilizar los fondos como garantías de otras fuentes de financiamiento, rebajas en las tarifas públicas y en la Contribución Inmobiliaria Rural, y en la postergación de algunos vencimientos.
En la actual emergencia agropecuaria además cambiamos en que los beneficiarios de la asistencia financiera no sean solamente productores familiares, sino de los que explotan hasta 500 hectáreas físicas.
También se considera a los productores que no tienen campo, pero tienen ganado.
—¿El apoyo por la emergencia agropecuaria también abarca a productores de granos?
—En granos se puede, pero lo hemos hecho más por el lado de los seguros agrícolas. En la granja entraron una cantidad de apicultores, tamberos y productores de frutas y hortalizas. Creo que el único rubro que no está en la emergencia como tal es el agrícola.
Los productores no entran a recibir asistencia por la emergencia agropecuaria por rubro, sino que ingresan por área. Si hay un productor agrícola que tiene 100 hectáreas y hasta 500, entra.
Y él hace a su vez el uso del dinero de la manera que considere más conveniente. El crédito es reembolsable, el subsidio se da en la tasa de interés, que en dólares anda entre 3% y 4%, y en la flexibilidad para el cobro.
—¿Hoy el área declarada en situación de emergencia por déficit hídrico es de unos 10,4 millones de hectáreas?
—De esa extensión hay un área del litoral norte que registró algunas lluvias que no fueron pronosticadas y en la que hoy la realidad cambió. En algún momento saldrá sola de la emergencia, que fue declarada por 60 días. Pero en el sur y otras zonas que se ampliaron, como Florida, San José, Canelones, Maldonado, Rocha y Lavalleja, va agravándose la situación.
El impacto de ese problema no va a ser menor, sobre todo en la producción ganadera y se resentirá en la producción de terneros del próximo junio de este año y también de 2022.
Espero una merma importante en el stock de terneros. En lugar de decir adiós a los 3 millones de cabezas de esa categoría, como escribió Eduardo Blasina, yo más bien diría: “Hasta pronto”.
—Otro factor de preocupación es el impacto negativo del coronavirus en el agro y la agroindustria.
—El impacto se dio más que nada en los mercados internacionales, porque hubo una caída principalmente en el primer semestre de 2020 en las exportaciones de carne vacuna. Eso primero se notó en las colocaciones del producto en China y después en el mercado europeo, donde hubo claras bajas en los volúmenes registrados.
La faena de vacunos cayó 17% en la primera parte del año y en la segunda se recuperó para cerrar con una disminución de 11%.
El impacto no fue tanto en los precios, ya que el ingreso medio de exportaciones de carne bovina bajó 2,3% en el año.
En los lácteos ocurrió un impacto parecido, pero fue un poco más tarde, a partir de mayo, aunque luego se recuperó para cerrar con aumento en las exportaciones.
Y en las cadenas agroindustriales durante nueve meses pudimos orgullosamente decirle al mundo que no teníamos el coronavirus. Desgraciadamente no lo podemos decir más y la expresión del virus ha sido muy fuerte.
Hoy estamos en plena batalla en la interna con el virus, tratando de fortalecer los protocolos, que fueron vulnerados. Y desarrollar estrategias que nos permitan controlar los brotes, que se vayan dando y al mismo tiempo fortalecer la confianza que deben tener nuestros productos. Ofrecerle más garantías que antes a los clientes a la hora de exportar.
El país está frente a ese desafío y el foco está claramente puesto más que nunca en la salud de los uruguayos y muy cerca de la actividad productiva.
—¿Hay una decisión de ajustar las tuercas en ese sentido?
—Ya se está trabajando. Apenas el virus entró a las cadenas agroalimentarias, se conformaron grupos de trabajo multiministeriales, para ser más eficientes en el desarrollo de estrategias que el sector privado pueda aplicar para mejorar esos aspectos.
El común denominador y el epicentro de esto para encontrar una solución está en la responsabilidad individual de cada uno de nosotros, de los trabajadores. No depende del mercado exterior, de la gente de afuera del país, depende de nosotros el poder revertir esta situación y mantener la confianza de nuestros clientes.
Y eso comprende a todos los productos, porque Uruguay es un país exportador de alimentos y vivimos de eso. Por eso es que la confianza en los productos que ponemos en la mesa de los consumidores tiene que ser nuestro desvelo.