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    Conseguir trabajo es “determinante” para la inclusión social de los inmigrantes, pero es difícil sin contactos personales

    Las mañanas lluviosas son de baja concurrencia. Las técnicas Cecilia Lacaño y Claudia Cáseres, de la Organización Internacional para la Migración (OIM), esperan que más gente se acerque al salón de la Plaza Uno, casi la última construcción techada de Montevideo antes de la escollera Sarandí. Un lunes ahí y otro en la sede de Manos Veneguayas, sucesivamente, llevan adelante un Taller de Integración pensado para la población inmigrante, con un marcado énfasis en el asesoramiento para acceder a la documentación y al mercado laboral, quizá las dos cosas más deseadas y necesarias para un recién llegado. Pero este lunes inhóspito resulta más lunes que lo habitual y solo hay dos asistentes: Andrés, un mexicano que está en el país desde 2019 y se muestra ducho en el tema, y Celeste, una hondureña que llegó en abril con sus dos hijos de 9 y 6 años desde el hoy conflictivo Panamá, donde vivió en la última década y donde aún está su marido.

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    Ambos son treintañeros largos y titulados universitarios. Se podría encasillarlos como migración calificada, esa que si la urgencia lo amerita ha sabido subirse a la motito de un delivery. Él dejó un país donde “la violencia está muy normalizada”, vivió en Chile, descartó Argentina, España y Canadá y optó por un destino que originalmente no tenía en el radar. Hoy, a diferencia de ella por una obvia razón de tiempo, está asentado laboralmente luego de aprender cómo era la mejor manera de hacerlo en Uruguay: contactarse. “Costó trabajo, tuve que sumergirme en la cultura de aquí. Yo estaba acostumbrado a buscar todo online. Pero acá sirve mostrarse, estar en el lugar justo, con las personas correctas”. Claudia, que además de especialista en atención psicosocial a inmigrantes en la OIM es también una inmigrante venezolana, asiente: “Acá sirve mucho vincularte”.

    Celeste ya tiene cédula y a sus chicos escolarizados, algo que no es difícil de conseguir. Dejó Honduras para ir a Panamá, donde cuenta que siempre la hicieron sentir que no era de ahí. Aquí ya había estado en 2012, acompañando la carrera académica de su esposo. Incluso su hija mayor nació en Uruguay, del cual guardó un recuerdo lo suficientemente bueno para volver una vez que su país de residencia comenzó a sumirse en la peor crisis que vivió en tres décadas. “Yo siempre fui extranjera. Siempre fui ‘de los otros’, de eso de ‘no eres igual a mí’. A veces no sabes qué tipo de residente sos, legal o qué. A veces uno tiene miedos, se queda en la incertidumbre. En la búsqueda de trabajo estoy medio a ciegas, ¿cómo hago?”. Las técnicas y el inmigrante mexicano le pasan recomendaciones, sitios web, direcciones físicas. “Presencial siempre es mejor”.

    Según datos de la OIM de 2021, en Uruguay hay 108.300 personas migrantes provenientes de 60 países. Si todos conformaran una misma urbanización, esta sería la tercera ciudad más poblada del país, luego de Montevideo y Ciudad de la Costa. La migración reciente, esa comprendida en los cinco años anteriores a la pandemia, estuvo compuesta sobre todo por venezolanos (54,6%), cubanos (16,5%), dominicanos (7,5%) y peruanos (5,8%), según datos de la Encuesta Continua de Hogares.

    De acuerdo con una investigación presentada hace una semana en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, en el marco de un concurso de trabajos sobre poblaciones vulnerables organizado por el Instituto Juan Pablo Terra, el 71% de los inmigrantes consultados considera “determinante” el acceso al mercado laboral para poder sentirse incluidos en la sociedad que los alberga. Otro 15% lo halla “parcialmente determinante”.

    “Los obstáculos más frecuentes en los procesos de inclusión social de las personas migrantes recientes en Uruguay están asociados a las dificultades para el acceso al mercado laboral formal”, señala la investigación, a cargo de Analía Correa y Eliana Cedrés, con asistencia de Marcia Fleitas. “Entre los principales impedimentos se destacan: la revalidación de títulos o la falta de formación terciaria en los casos de las situaciones más vulnerables y la escasa red interpersonal de los recién llegados”, agrega. El trabajo, titulado Uruguayan way of life, consistió en una revisión documental, encuestas online, entrevistas presenciales y grupos focales.

    Trabajo se consigue

    “No sé cómo llegamos aquí, aún me pregunto cómo fue. Cruzando la frontera fui capaz de atravesar un río lleno de cocodrilos, lanzarme por un barranco (...), haciéndole creer a mis padres que iba de avión en avión”. “La gente de la parroquia nos dice que se necesita un muchacho en tal lado y va alguno de nosotros, tenemos varias changuitas así”. “Llegamos a la hora temprana y unos uruguayos empezaron a decir que nosotros aquí veníamos a quitar los trabajos y la comida”. “Por la necesidad, algunos (empleadores) se aprovechan. (...) Cuando uno no tiene papeles se aprovecha de lo que quieren pagar (...). ‘Acá por lo menos tenés para que comas o por lo menos para que sobrevivas’, como le dicen a uno”. “En algunos sitios se aprovechan (...), porque un uruguayo por lo menos, si lo contratan para fregar, friega, porque sabe que si lo mandan a limpiar la mesa se te va a ir, y nosotros no”.

    Todas estas afirmaciones surgieron en los grupos focales del estudio; salvo en el primer caso, una cubana, todos los demás son venezolanos. La investigación se centró en la inmigración reciente: 79 participantes de los cuales 74% provenían de Venezuela, 24% llegaron de Cuba y 2%, de República Dominicana.

    En sí, pasar a ser población ocupada no es difícil. El texto señala que el 50% de los participantes en los grupos focales había conseguido trabajo antes de haber cumplido los tres meses de su llegada. Y más de la mitad, 62%, estaba empleada al momento de ser relevada. Otro 8% se consideraba trabajadora “independiente”, aunque en la mayoría de estos casos se trata de apps de deliveries y considerada como una solución de contingencia.

    Claro que estos empleos no solían ser acordes a la formación que estas personas traían de su origen ni estaban encuadrados dentro de lo que la Organización Internacional del Trabajo (OIT) califica de “trabajo digno”. “Hasta los dos primeros años los trabajos son poco calificados, son empresas de limpieza, son guardias de seguridad, todo el mundo delivery, el mundo de servicios. Son gente recontracalificada que después en general, en un par de años, dos o tres años, logran la reválida del título, logran conocer gente, logran que en algunas pocas empresas aprovechan estos conocimientos e ir haciendo carrera”, señala un representante de la OIM —no identificado— en el informe.

    Documentos y políticas

    El estudio, aún inédito y sujeto a revisiones previo a su publicación institucional, señala que el rol social, tanto de las organizaciones como de los vínculos personales, “es sustantivo para la mejora en la empleabilidad de las personas migrantes” en el mercado laboral local, más allá de que estas no tengan una relación directa con los puestos laborales.

    También indica que el Estado tiene su política migratoria, definida “prácticamente por una centralidad en lo documental”. La Ley de Migración (Nº 18.250) de 2008, considerada “una legislación modelo en la región”, redactada antes del último aluvión migratorio y que equipara sus derechos a los de los nacionales, es un buen ejemplo del marco jurídico reinante. El “fácil acceso a la cédula de identidad nacional y posterior residencia”, lo que permite a su vez acceder a prestaciones sociales, es otro elemento destacado.

    Sin embargo, el documento enfatiza que el Estado carece “de una política migratoria integral”. Por caso, en políticas públicas de ingreso al mercado laboral, la Intendencia de Montevideo fue el único organismo público donde se constató la existencia de una cuota para esta población en programas como Barrido Otoñal y el Plan ABC. Las investigadoras recomiendan la elaboración de una app, gratuita y sin necesidad de conexión a Internet, que brinde información documental, de mercado laboral y de actividades de inclusión social pensadas para la población migrante.

    “Uruguay es demasiado receptivo. Es un país con un marco migratorio favorable para los inmigrantes”, afirma Cáseres de la OIM, por fuera de este estudio, en el salón de Plaza Uno. Ella lo sabe por carne propia, tras haber pasado ya por Panamá y Ecuador. “Y la sociedad uruguaya es receptiva”, añade.

    Andrés, que ya se ha movido en los ambientes académicos y que es un activo referente de su colectividad, se permite matizar. Pese a que las expresiones de racismo y xenofobia puedan —aunque existan— ser menores a los de otras latitudes, las puertas abiertas no serán las propias, algo no menor cuando se resalta que la vinculación social es clave para encontrar trabajo. “La uruguaya no es la sociedad más abierta. Quizá sea una diferencia de percepciones de afectividad, los caribeños son más afectuosos. Los uruguayos son amables y abiertos, pero es muy difícil que te inviten a pasar a su casa”, dice el mexicano. Celeste toma nota.

    Información Nacional
    2022-07-27T23:00:00