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    Contigo, pan sin cebolla

    Probablemente, aquel dicho de otrora “Contigo, pan y cebolla”, bastante español, por cierto, se haya dejado de usar hace años.

    No porque no existan seres humanos dispuestos a pasar penurias económicas con tal de estar con la persona que aman, sino porque el pan y la cebolla han dejado de ser emblemas de la escasa alimentación del pobre.

    (Durante varias décadas, miles de ciudadanos uruguayos comieron basura. Ese sí que ha sido en América Latina el símbolo de la extrema pobreza).

    Ahora, que nos hemos librado del hambre en nuestro país, estamos expuestos a otras patologías: la especulación, el uso masivo de la tierra para soja transgénica, miles de hectáreas en manos de transnacionales, agua con gusto a moho, y la carestía espectacular de los alimentos, mientras se abaratan los celulares y los televisores plasma.

    De pronto, una simple cebolla, aquella verdura que tantas veces he usado para cocinar pascualinas, salsas, guisitos, empanadas y verduras al wok, deja de hacer presencia en mi heladera.

    En un supermercado las veo a 70 pesos el kilo. La empleada que pesa, en la sección, es una bella dominicana de piel oscura. Me dice con su acento caribeño y una sonrisa: Llévese una. Solo le cuesta 19 pesos. Le contesto: No, no pagaré eso por una cebolla… por principios.

    Me niego a que mi imaginario, al igual que mi heladera, prescinda de la cebolla.

    Un aluvión de obras literarias donde la cebolla es musa de poetas que intentan definir la pobreza y también la dignidad humana me viene a la cabeza. Me resuenan en los oídos las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández, la hermosa Oda a la Cebolla de Pablo Neruda, el revolucionario Lazarillo de Tormes denunciando a un cura avariento que mata de hambre a su siervo dándole de comer solo ocasionalmente una cebolla, George Sand recordando su infancia en la España arrasada por Napoleón, comiendo entre soldados… cebollas.

    Pero en el Uruguay del siglo XXI la cebolla es una verdura ajena, foránea, importada como un mp3.

    ¿Por qué no, además de crear clubes donde se enseñe el autocultivo de la marihuana, se estimula la huerta propia? ¡Hay tanta tierra!

    ¡Todas esas casas de esta extensa Montevideo rodeadas de yuyos y pastizales, veredas verdes con caca de perro y periferias perladas de baldíos con basura! ¿No es un desperdicio?

    Es verdad que quien planta sus propios tomates y morrones tiene que agachar el lomo en lugar de echarlo en una cama a mirar televisión.

    Y que nadie tiene la menor idea de cómo evitar que coman los bichitos la huerta o simplemente esta se convierta en una parcela de tallos marchitos.

    Pero yo quiero ponerle cebolla a la tortilla de papas.

    Los sueldos docentes hacen pensar con pesadumbre a los profesores frente a cajones de cebollas. Como si fueran las vidrieras del Oro del Rhin.

    Tal vez tenga razón Fernando Filgueiras y haya que hacer desaparecer el liceo para extender la escuela. Dejar de enseñar letras.

    Eso sí: siempre y cuando se enseñe a cultivar cebollas y huertas orgánicas.