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    Contra el blanco y negro

    Columnista de Búsqueda

    Nº 2147 - 4 al 10 de Noviembre de 2021

    En estas columnas se escribe sobre un montón de cosas distintas: sobre patrimonio, sobre la eventual reforma de la Seguridad Social, sobre los distintos packs ideológicos que se ofrecen al ciudadano, sobre los riesgos de la política en clave populista, sobre inmigración y xenofobia, etc. Los temas son variados y uno trata de que el eje sea diverso, intentando no repetir argumentos. Al mismo tiempo, a medida que se escribe todo esto y se lo somete a la revisión pública (en eso consiste opinar públicamente) se perciben ciertas dinámicas que se repiten. Y que con independencia del tema propuesto, terminan marcando la cancha de manera clara y, en buena medida, obturan la posibilidad de pensar los asuntos de forma independiente y autónoma.

    ¿Cuáles son esas dinámicas que se repiten en las opiniones que reciben estas columnas, con independencia del tema tratado? La mirada según la retícula partidario/ideológica que existe en nuestro país. Traigo el ejemplo de la última columna: en ella hablaba sobre la necesidad de pensar una narrativa para el patrimonio, una narrativa que en vez de entender que se preservan piedras viejas que son valiosas por viejas, entienda que esas piedras le añaden un valor único y específico a la oferta turística y cultural del país. Una narrativa que logre imaginar un futuro deseable y mejor en donde esas piedras viejas son valiosas porque nos sirven de pie para proyectarnos a un futuro común que sea mejor que el presente. Una narrativa que piense en lo que somos y tenemos y lo lance al futuro con la expectativa de construir algo valioso para el conjunto.

    Esa fue la idea de la columna. Alguna gente que la comentó en redes capturó esa intención al vuelo y charló sobre eso. Pero muchos otros, estoy seguro de que con la mejor de las intenciones, de inmediato empezaron a mirar el asunto del patrimonio sobre el esquema derecha vs. izquierda, que a la hora del análisis de según qué cosas, cada vez se parece más al infantil buenos vs. malos. Y es que al colocar esa retícula simplificadora sobre un tema complejo como el del patrimonio, la mirada se empobrece y la posibilidad de intentar entender y transformar, se diluye, se pone chirla, se aleja, se va. Y entonces el problema patrimonial (que cuenta con un puñado de valiosos defensores/constructores que logran pensarlo más allá de estos rígidos marcos partidarios e ideológicos) vuelve a las sombras, sin cambio ni solución de fondo. Sin una narrativa que lo sustente, solo piedras viejas sin destino.

    De alguna manera, esta forma de pensar las cosas funciona como una suerte de lavado de manos para muchos. Se renuncia a la complejidad, se asume “la culpa” de quien se supone está en la vereda de enfrente. Y entonces ya puede uno volver a sus ocupaciones diarias, con la tranquilidad de que el problema son los malos, los otros. ¿Cambia en algo la situación del patrimonio, la reforma de la seguridad social, el peligro del populismo en política, etc.? No, en absoluto. Pero por el nada sutil mecanismo de desplazar el problema a un marco binario, ideológico y partidario, parece que dejara de ser asunto ciudadano. El problema adicional que presenta ese marco ideológico partidario es que quienes ofrecen argumentos dentro de él, no tienen incentivos para pensar ningún problema más allá de los próximos cinco años. Y ese es uno de los efectos más perversos de pensar solo en clave partidaria: los problemas de largo aliento se borronean y dejan de ser tenidos en cuenta. El ciudadano asume como propio el límite temporal partidario y deja de tener agenda propia.

    Para mostrar cómo esta telaraña simple y ajena no siempre es tal, me gustaría volver al ejemplo de Barcelona, ciudad en la que viví y trabajé durante casi dos décadas. Cuando el alcalde Pascual Maragall anunció que Barcelona iba a ser sede de los Juegos Olímpicos de 1992, ya tenía en la cabeza qué ciudad quería para el futuro. Maragall tenía una sólida trayectoria como docente y economista, había vivido un tiempo en EE.UU. y tenía una concepción clara sobre el papel de las ciudades en la política territorial de los países. Las ciudades, como espacios de articulación de intereses complejos, de distintas visiones sobre la realidad y como centros de la vida de muchas gentes muy diversas, debían jugar un papel de vanguardia en cuanto a políticas públicas.?Siendo un socialista el portador de esta visión, las alarmas de las autoridades nacionalistas conservadoras de Cataluña se activaron. Maragall ya había intentando desarrollar organismos para toda el área metropolitana de Barcelona y estos habían sido bloqueados por el gobierno regional. Que Barcelona fuera sede de los Juegos, que son otorgados a ciudades y no a países, era visto como una amenaza a la hegemonía política regional nacionalista. Los efectos de esas alarmas son visibles hoy día en algunas de las infraestructuras que se construyeron entonces. Por ejemplo, las dos rondas (suerte de perimetrales sin semáforos que distribuyen el tránsito de manera veloz en los bordes de la ciudad) fueron construidas por dos administraciones distintas. La Ronda de Dalt, con sus tres carriles y su cuidada integración a la trama urbana, fue obra del Ayuntamiento, es decir, del alcalde Maragall. La Ronda Litoral, que pasa por el puerto, fue durante mucho tiempo mucho más precaria, mal señalizada y con tramos de solo dos carriles. Esa fue construida por el gobierno regional.

    Una de las ideas clave de Maragall era que la infraestructura olímpica sirviera para que la ciudad recuperara sus playas y eso convirtiera a Barcelona en un destino turístico de verano. Así fue como en lugar de construir la Villa Olímpica en las afueras, que es lo que se hace habitualmente, se construyó en una zona céntrica de la ciudad, la más cercana al mar. Una zona en la que las playas eran el fondo sucio y contaminado de decenas de fábricas. Abrir la ciudad al mar fue una de las claves de la Barcelona que todos conocemos hoy. Es decir, alguien con visión (y poder) logró imaginar un futuro invisible en aquel momento. Lo interesante es que cuando, muchos años después, el nacionalismo regional gobernó Barcelona, no tocó ninguno de los puntos clave de la gestión urbanística de Maragall y sus sucesores. El ping pong partidario no fue allí eso que se nos vende. Nada era irreconciliable, nada era solo de un lado. Y es que la máxima “si no está roto, no lo arregles” funciona en política mucho más de lo que nos quieren hacer creer.

    Volviendo al comienzo: no todos los asuntos colectivos pueden ser entendidos y mucho menos resueltos aplicando mecánicamente el recetario ideológico partidario convencional y lavándose las manos una vez aplicada la receta. Se pueden escribir cientos de columnas sobre cientos de asuntos diversos, pero si creemos que la clave para resolver esos temas es algo tan simple como “la culpa es de A” o “la culpa es de B”, es probable que nos alejemos cada vez más de cualquier solución real. Si no asumimos que hay asuntos ciudadanos complejos que no se pueden reducir a una batalla en blanco y negro, cuando despertemos nuestros problemas todavía estarán allí, como el dinosaurio de Monterroso.