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    Control de precios: tropezando con la misma piedra

    Nº 2218 - 23 al 29 de Marzo de 2023

    “El ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”. Creo que el autor de esta frase se queda muy corto: hace 4.000 años que venimos tropezando con la piedra del control de precios y salarios y creyendo que este mecanismo va a controlar la inflación. A pesar de la contundente evidencia empírica a través de los siglos (no de los años), los políticos siguen creyendo que los precios pueden fijarse por decreto y así hacer feliz a la gente.

    La inflación no es (como nos enseña la academia socialista que domina nuestras facultades) “un aumento generalizado de los precios”, donde el gran culpable es siempre el “empresario especulador” que “explota” al incauto y débil consumidor, sino que es un fenómeno monetario, una pérdida del valor del dinero local (pesos en nuestro caso) por culpa de la mayor emisión y esta se hace por culpa del déficit fiscal (el Estado gasta más de lo que recauda). Por lo tanto, para ajustar la inflación, hay que poner los precios a raya, obligando a que los comerciantes fijen “precios justos” y que tengan una “ganancia razonable”. ¡¿Qué diantres significa precios justos o ganancias razonables?! ¿Justos y razonables para quién? ¿Para Hugo Chávez?

    Quienes sostienen este disparate parten de la base del pensamiento marxista de la teoría del valor objetivo (y no subjetivo) de los bienes y de la teoría de la plusvalía. Creen que los precios se basan en sus costos de producción más una ganancia, pero en realidad el precio no lo fija el comerciante sino el consumidor, quien —de acuerdo a sus necesidades, preferencias y poder adquisitivo— decide qué precio está dispuesto a pagar por aquellos objetos que cubran sus necesidades, sean físicas, estéticas, emocionales o sociales.

    En el libro 4.000 años de precios y salarios, cómo no combatir la inflación (publicado a fines de los años 70 por la Fundación Heritage), los autores hacen un racconto histórico que se remonta a la época del antiguo Egipto y su Código de Hammurabi (“ojo por ojo, diente por diente”), que contaba con un anexo donde fijaba los precios de varios productos alimenticios y también de servicios, como contratar un botero, un pastor o alquilar un buey.

    ¿Qué creen que sucedió con “las restricciones comerciales establecidas por ‘Hammurabi, el rey protector… que descolla sobre los reyes de las ciudades…’ como se llamaba a sí mismo”? ¿Bajaron los precios? ¿Hubo abundancia? ¿Mejoró la calidad de vida de la población? Nada de esto sucedió. Hubo escasez, aumentaron los precios, los controles fueron terribles y hasta mataron a comerciantes por no seguir las pautas del rey. Eppur si muove. Los precios siguieron subiendo.

    En Roma, durante el gobierno del emperador Dioclesiano, se dictó en el año 301 d. de C. el “Edicto sobre precios máximos”, que fijaba los precios para 1.300 artículos y también los salarios de quienes producían esos bienes con la ilusión de controlar la inflación que se había disparado (cuando no) por un excesivo gasto del Estado. Estableció la pena de muerte para los “especuladores”, a quienes culpaba de tales aumentos y hasta les prohibía vender sus productos en otros mercados a mayor valor.

    Los ejemplos siguen en todos los países del mundo y en todos los tiempos. No se salva nadie: ni la culta Europa, ni la milenaria China, ni la atrasada América Latina, ni la capitalista Norteamérica. Todos pecaron y todos siguen pecando.

    Sin irnos tan lejos en el tiempo ni en la geografía, vemos que estos mismos absurdos y fracasados argumentos los utilizan hoy en la Argentina peronista y socialista, 1.722 años después de Dioclesiano. Desde militares golpistas, peronistas, kirchneristas, macristas hasta “el padre de la democracia”, Raúl Alfonsín, recurrieron a este cuchillo sin filo para cortar con la inflación. Dijo el líder de Chascomús al asumir como presidente: “Con la democracia no solo se vota, sino que también se come, se educa y se cura”. Y tuvo que entregar el poder a Carlos Menem ocho meses antes de terminar su mandado porque la inflación se le fue a más del 3.000% anual. Un verdadero líder popular.

    Aquí, en el Senado de nuestro paisito, se están proponiendo medidas para “que el Poder Ejecutivo considere la renuncia al IVA por seis meses para ciertos productos alimenticios, así como la propuesta para alcanzar acuerdos de precios con el comercio (…) ‘a efectos de reducir los márgenes de ganancias que se obtuvieron, permitiendo así mantener dentro de los límites aceptables al precio de venta al público’ y ‘buscar otros mecanismos que contribuyan a lograr el objetivo de evitar la escalada de precios’”. No, no lo proponen el Frente Amplio ni el PIT-CNT, sino Cabildo Abierto. Al igual que Alberto Fernández, parece que el general Manini quiere iniciar la guerra contra la inflación. Con estas armas, no duden de que la va a perder. Y con rendición incondicional incluida.

    Se dice que “Brasil es el país del futuro. Y siempre lo será”. Bueno, con estas desatinadas iniciativas podemos parafrasear diciendo: “Uruguay es un país socialista y estatista. Y siempre lo será”.