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    Cosas de no creer

    Leí hace poco una noticia de esas que ya no sorprenden en el mundo rioplatense, a pesar de su profundo calado. Al ex gobernador de la provincia de Buenos Aires, con un territorio más grande que Italia y poco menor que la pujante Alemania, le robaron el celular durante un acto político.

    La cuestión es más grave aún si se tiene en cuenta que Scioli estaba rodeado de (supuestos) compañeros de lucha, miembros y simpatizantes del movimiento peronista, reunidos para festejar el Día de la Lealtad.

    La noticia me hizo recordar un hecho similar, del que fui testigo de primera línea.

    Corría el año 2003. Viajando en ómnibus a la ciudad bonaerense en donde vivía mi futura —y desde hace unos años ex— esposa, me puse a conversar con una arquitecta. Esta mujer formaba parte del equipo de Scioli y estaba bajo las órdenes de otra arquitecta cuyo nombre no dice nada pero su “linaje” es de peso pesado en el mundo peronista, ya que Cristina Álvarez Rodríguez es nada más y nada menos que sobrina nieta de Evita.

    Hoy, la descendiente de Evita es diputada nacional por la provincia de Buenos Aires, pero en los mandatos de Scioli como gobernador integró el gabinete provincial en carácter de ministra de Infraestructura y ministra de Gobierno.

    En el 2003, Cristina Álvarez Rodríguez estaba a cargo de un equipo cuyo objetivo, según recuerdo, era modernizar varias estructuras centrales dentro de la administración de la mayor provincia argentina y una de las mayores del continente.

    La charla con mi compañera de viaje duró poco más de dos horas. Cuando llegué a destino ya habíamos convenido en que yo sería el representante oficial del municipio donde vivía mi futura esposa (Capitán Sarmiento) en una reunión a celebrarse en La Plata, capital de la provincia. El objetivo de dicho encuentro era rediseñar el modelo de política cultural para toda la provincia.

    Sorprendido, descubrí que a mi novia dicho “nombramiento sobre la marcha” (y nunca mejor dicho) no le resultó para nada extraño. Pero a mí sí, pues alguien que no me conocía me había designado delegado de un municipio donde yo no residía para un acto en el cual yo no tenía derecho a participar en mi carácter de simple turista con pasaporte sueco (e impedido, como tal, de permanecer en Argentina más de 90 días corridos).

    Llegó el día de marras y cientos de personas nos dimos cita en La Plata. Además de los delegados municipales había allí varios oradores, periodistas e invitados especiales. Sentados en el podio al frente, a una respetable distancia del público (estábamos en la sala del inmenso Teatro Argentino), se encontraban la sobrina nieta de Evita, el ministro de Cultura del Gobierno Nacional, el director de la Biblioteca de Buenos Aires (capital) y otras “altas personalidades”.

    Estaban todos ellos allí, bajo la mirada de cientos de personas, y este es un dato fundamental para calibrar lo que luego sucedería.

    En una pausa del acto, salí y me senté a una de las mesitas que hay en el hall. Mi nueva amiga —la arquitecta— se sentó conmigo y para mi sorpresa, a los pocos minutos teníamos la compañía de la descendiente de Eva Perón y uno de los oradores, cuyo título y rango me parece oportuno no citar.

    Luego de las presentaciones, el hombre en cuestión propuso que intercambiáramos nombres y números de teléfono y se llevó automáticamente la mano al bolsillo del saco, en donde tenía su celular. Pero por más que hurgó no lo encontró. “Me robaron el celular”, dijo lleno de asombro. “Imposible” —respondió Evitita (ese era el apodo que con mi amiga le habíamos puesto a Cristina Álvarez Rodríguez)— “revisá bien todos los bolsillos”.

    “¡Me lo afanaron!”, exclamó la víctima, ya evidentemente desbordante de bronca. “¿Cómo te lo van a robar aquí, en un acto así?”, comentó Evitita. Pero el celular no apareció. De pronto, el hombre se levantó de un salto y salió disparado para el salón de actos, con la pariente de Eva Perón pisándole los talones.

    De nuevo en casa, yo no sabía qué me parecía más sorprendente (más anormal, más absurdo): si mi designación durante un viaje de ómnibus como representante de un municipio al cual no pertenecía o si el robo del celular a una autoridad nacional en el podio de un acto cultural.

    Mis intensos años rioplatenses me harían ver una estructura de huellas que mostraban los peores rasgos de una sociedad enferma. Gravemente enferma. Mortalmente enferma, aunque sea duro de aceptar.