Covid, desigualdad y los carteles de los fetos

Covid, desigualdad y los carteles de los fetos

La columna de Pau Delgado Iglesias

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Nº 2117 - 8 al 14 de Abril de 2021

Que la pandemia afecta a las personas de manera diferente es algo fácil de comprender. A esta altura resulta evidente, por ejemplo, que las formas de enfrentar los desafíos no son las mismas para quienes tienen un hogar cómodo, con acceso a higiene básica y conectividad a Internet, que para quienes no. Sin embargo, no siempre resulta evidente que la emergencia sanitaria afecta más especialmente a las mujeres y a las niñas. Por supuesto que esto sucede porque la situación de desigualdad es previa a la pandemia (igual que sucede con la clase social o con cualquier otra forma de discriminación), y aunque la brecha entre hombres y mujeres se ha venido reduciendo a escala mundial en las últimas décadas (en especial en el acceso a educación primaria y a servicios de salud), las disparidades todavía son muy graves.

Las distintas formas de discriminación y desigualdad en términos de género van desde la falta de ingresos propios y las diferencias en el mercado laboral (en términos de acceso y calidad de empleo) hasta las dificultades para acceder a servicios básicos y todas las formas de violencia contra las mujeres (según datos para Latinoamérica y el Caribe, en 2019 entre 60% y 76% de las mujeres y niñas había sido víctima de alguna forma de violencia de género, y los femicidios ascendían a más de 3.800 en la región). Las desigualdades se agudizan cuando el género se intersecta con otros ejes de discriminación como la raza, la clase, la edad, la orientación sexual o la identidad de género.

Ya en abril de 2020, el Banco Mundial advertía: “la evidencia que se desprende de brotes similares al Covid-19 indica que las mujeres y las niñas se ven afectadas de forma particular y, en algunas zonas, enfrentan impactos más negativos que los hombres”. Y señalaba el riesgo de que la pandemia aumentara las brechas de género y que se revirtieran los avances en materia de igualdad logrados por los movimientos de mujeres en las últimas décadas.

Un año después, se puede afirmar que la violencia contra mujeres y niñas efectivamente se intensificó en el mundo entero como consecuencia del impacto social, económico y sanitario de la pandemia. Las medidas de aislamiento y confinamiento obligatorio, la dificultad para los traslados y la disminución de servicios presenciales de atención multiplicaron la demanda de líneas telefónicas para las víctimas de violencia. Por otro lado, la precarización laboral y el desempleo afectaron principalmente a las mujeres, quienes además experimentaron una sobrecarga en las tareas de cuidados.

Pero la crisis no solo profundizó las desigualdades, sino que también sirvió como marco para el recrudecimiento del sexismo, el fortalecimiento de la discriminación y un empuje reaccionario frente a los derechos conquistados. Es que, en términos simbólicos, el confinamiento “devolvió” a las mujeres al hogar, reactivando imaginarios profundamente anclados en las culturas (principalmente a través de la religión). Un buen ejemplo de esto fueron los consejos que publicó el gobierno de Malasia para mantener la “armonía en el hogar”: recomendaba a las mujeres “reír tímidamente o hablar en tono dulce” para evitar las discusiones con sus maridos, así como “maquillarse y vestirse con esmero” aun para quedarse en casa.

La campaña antiaborto que apareció en Uruguay a finales de marzo en algunas calles y rutas surge precisamente en este contexto global reaccionario y de extrema vulnerabilidad para las mujeres. Sin entrar mucho en detalles, que ya fueron cubiertos por otros medios de prensa, parecería que se trata de una campaña religiosa internacional vinculada a la Iglesia católica y cuyos contenidos son en su mayoría engañosos o directamente falsos (como por ejemplo la afirmación que dice que a las 11 semanas de gestación el embrión “ya tiene sus propias huellas digitales”).

Resulta preocupante que en un momento de crisis como el que atraviesa el mundo, y en el que son las mujeres quienes están sufriendo tanto el peso de esta pandemia, una organización “sin fines de lucro” dedique recursos para desestabilizar los derechos alcanzados. El Covid-19 tiene ya demasiadas consecuencias nefastas, que el avance reaccionario y antiderechos no sea una más.