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    Cruel, en el cartel…

    El pianista Atilio Stampone usaba para ambientar sus entradas en una audición de radio El Mundo, en Buenos Aires, allá por 1956, una melodía melancólica que había perfeccionado con el tiempo.

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    —Yo vivía en San Cristóbal y Homero Expósito tenía un bulín chiquito frente a mi casa, en Carlos Calvo y Catamarca. Como era poco espacio y andaba sin guita, venía a comer conmigo. Sus visitas me encapricharon en algo: al terminar de almorzar, me ponía a tocar esa melodía y, de vez en cuando, lo “toreaba” para que le hiciera la letra. Él refunfuñaba y se iba a conversar con mi madre. Un día sonó el teléfono a la noche y oigo la voz aguardentosa de “Mimo” —así lo llamaban su familia y amigos—, que me dice: “Cazá lápiz y papel y anotá, a ver si esta letra pega con esa melodía que tocás y que me tenés podrido porque no me dejás hablar tranquilo con tu vieja…”. Y me canta: “Cruel, en el cartel,/ la propaganda manda cruel en el cartel/ y en el fetiche de un afiche de papel/ se vende la ilusión,/ se rifa el corazón…”. Cuando terminó, fui al piano y probé. ¡Encajaba justo! Se lo dije. Igual tuvo que corregirme algo en lo que, también, tenía razón: “Che, boludo… mirá que en la segunda parte, cuando repetís el Si, el segundo es bemol, no natural”.

    Así nació el tango Afiches, del que hay una versión memorable de José Larralde, y a mi gusto de simple periodista —por puro empuje emocional— es el mejor de la obra de un enorme poeta.

    Homero Aldo Expósito nació en Campana, el 5 de noviembre de 1918, creció en Zárate y desarrolló su arte en Buenos Aires, donde murió el 23 de setiembre de 1987. Llevaba con orgullo el apellido del que se apropió su padre, abandonado en la Casa de Niños Expósitos. Compuso su primer tango, Rodando, junto a su hermano pianista, Virgilio, en 1938. Fue cantado por Libertad Lamarque sin mayor repercusión. Pero más tarde vinieron Farol, Naranjo en Flor, Percal, Trenzas, Chau, no va más, Margo, Te llaman Malevo, Tristezas de la calle Corrientes, Qué me van a hablar de amor, Yuyo verde, Ese muchacho Troilo, Flor de lino, Pedacito de cielo, Pequeña, Cafetín y Al compás del corazón, entre un centenar de obras exitosas.

    Ha escrito Luis Alberto Sierra: “Son muy pocos los auténticos creadores en la composición literaria del tango”. Por una búsqueda de versificación más depurada transitaron, consagrándose, José González Castillo, su hijo Cátulo, Enrique Cadícamo, Francisco García Jiménez, Héctor Blomberg, José María Contursi, Enrique Santos Discépolo y, sobre todo, Homero Manzi. De “Mimo” Expósito, al que puede llamarse “el rey de la metáfora audaz”, nació la confluencia del romanticismo evocativo de Manzi y el grotesco dramatismo de Discépolo; impuso una novedosa renovación utilizando con singular destreza el verso libre y un empleo refinado del idioma. Otra de sus virtudes fue la apelación a la síntesis: “Te fuiste de tu casa,/ tal vez nos enteramos mal… (Percal); “Pobre piba, por tu error/ ya hay muchos tangos…” (Pobre piba); o “Tu forma de partir/ nos dio la sensación/ de un arco de un violín/ clavado en un gorrión…” (Óyeme, dedicado a la muerte, a los 21 años, del hermano de su amigo Enrique Mario Francini).

    Fue en un reportaje, curiosamente el último, concedido a Irene Amuchástegui a raíz de Afiches, tango que grabó Stampone ante la indiferencia general y que se transformó en un impacto popular a partir de la versión de Goyeneche, recién en 1972, donde Homero Expósito reveló aspectos de su forma de crear y de su bohemia, muy vinculada al alcohol, que sin embargo jamás interfirió con su exquisita cultura ni con el valor de su creatividad: “Los poetas son como los ratones. Necesitan gastarse los dientes para seguir viviendo. Es por eso que digo que nadie puede escribir bien un tango si no sabe escribir un soneto”.

    Fue fiel a lo dicho. Así como visitaba bares por las noches, leía a los clásicos griegos con una extraña fruición y siempre, hasta su muerte, escribió un soneto por día y dejó sin publicar cientos de poemas y letras de tango. Según su compañera de toda la vida, Lali, uno de los últimos versos, Naufragio, dice: “Tengo un crujido de papel manteca/ para gritar la angustia que me sobra/ y otro crujido de papel de obra/ para ablandar esta ternura seca…”.

    Vivió sus últimos años recluido en su hogar, virtualmente aislado. Siempre escribiendo, “dejando canciones atadas al papel” y recordando: “Yo te di un hogar, fue culpa del amor,/ ¡dan ganas de balearse en un rincón!”.