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    Culpa del alemán

    N° 2034 - 22 al 28 de Agosto de 2019

    , regenerado3

    Llegó a las costas platenses en soledad, a comienzos de 1936, huyendo de la inminente guerra que destruiría Europa.

    Juan Ehlert, músico desde niño, recorrió las grandes ciudades tocando su violín para ganarse la vida. El destino lo afincó en Zárate, al norte de la provincia de Buenos Aires, una ciudad desarrollada junto a Campana, localidad menor, a lo largo de una franja del río Paraná. Allí se enamoró de una lugareña con la que se casó y echó raíces. Fundó una academia de música y una orquesta con sus alumnos mejor preparados, al principio tocando jazz y ritmos internacionales y luego, inevitablemente, tango, en bailes, fiestas y confiterías.

    Él es la explicación de que Zárate y Campana fueran llamadas “cuna del nuevo tango” y dieran a luz a artistas impares en la etapa de oro: mediados de la década de 1930 a fines de la de 1940.

    Entre ellos, los amigos desde la adolescencia Héctor Chupita Stamponi, pianista, Enrique Mario Francini, violinista, y Homero Expósito, poeta y letrista.

    Una anécdota pinta cuanto menos la precoz audacia de Stamponi y Francini: Gardel pasó a cantar por Campana en 1932 y ambos, con 16 años, le presentaron un tango. Gardel, claro, agradeció el gesto pero jamás lo cantó ni grabó.

    Pero el proceso de ese juvenil empuje fue —uno podría decirlo así— rápido y furioso. Ehlert, junto a sus principiantes colaboradores, incluidos además Armando Pontier y Cristóbal Herreros, viajó a Buenos Aires a fines de 1937; el hermano menor de Homero, Virgilio Expósito, fue con ellos pero sin integrar la orquesta; vivieron malamente en una pensión para poder trabajar con la agrupación, hasta que la vida y sus circunstancias, en pocos años, los fue separando.

    Pero aquel trío de amigos adolescentes hizo historia aparte, apoyados siempre, mientras pudo, por el maestro alemán, de quien no es exagerado decir que fundó un estilo de hacer música ciudadana.

    Stamponi compuso con Francini, con Pontier, con Expósito y con otros, al igual que sus amigos. Algunos ejemplos: Junto a tu corazón, Primaveral e Inquietud (Stamponi y Francini); Qué me van a hablar de amor, Quedémonos aquí y Flor de lino (Stamponi y Expósito); Óyeme (Francini y Expósito).

    Sin embargo, hay un bellísimo vals que reúne a los tres.

    Y quiero quedarme con él, atesorándolo una vez más, sin que el lector advierta la neblina que humedece mis ojos, quizás por algo que escribió Reinaldo Spitaletta:

    —Estaba hojeando un libro de Simone de Beauvoir sobre la vejez y leí: “La historia romana demuestra que existe una estrecha relación entre la condición de viejo y lo estable de una sociedad”. Mi vista se elevó desde la página y voló por la ventana, donde se coló un pedazo de cielo. Y recordé otra frase, de José Gobello: “Estas músicas no son para el presente, sino para recuperar lo perdido”.

    La casa tenía una reja / pintada con quejas / y cantos de amor. / La noche llenaba de ojeras / la reja, la hiedra / y el viejo balcón… / Recuerdo que entonces reías / si yo te leía / mi verso mejor, / y ahora, capricho del tiempo, / leyendo esos versos / lloramos los dos…

    Verso inicial de Pedacito de cielo, que en mi emoción, mi mismidad, es uno de los tres valses de mejor melodía y poesía junto a Caserón de tejas, de Cátulo Castillo y Piana y Romance de barrio, de Troilo y Manzi.

    No en balde Chupita Stamponi, llamado por Piazzolla “el Strauss porteño”, declaró: —El vals era asunto de guitarreros. Yo intenté darle un carácter más ciudadano y no de orilla ni arrabal.

    Tampoco fue ocioso aquel comentario de Francini: —Me propuse no limitar mi aporte a esas armonías muy simples de los orígenes y darle un vuelo melódico.

    ¿Qué decir de Homero Expósito? Más allá de su sentido perfeccionista —es sabido que, a su muerte, dejó más borradores, que atesoró su hija, que los centenares de temas que había creado—, el rey de la metáfora, ingenioso y a la vez sensible, usando palabras simples, fue capaz de insertarnos en el corazón una melancolía plácida a quienes hace rato transitamos el camino de las recordaciones.

    Tal vez se enfrió con la brisa / tu cálida risa, / tu límpida voz… / Tal vez escapó a tus ojeras / la reja, la hiedra / el viejo balcón. / Tus ojos de azúcar quemada / tenían distancias doradas al sol… / ¡Y hoy quieres hallar como entonces / la reja de bronce / temblando de amor!

    Por algo Charly García, en su lúcida locura, dijo que Homero había sido el Mick Jagger del tango…

    Y todo por un alemán exiliado