N° 1842 - 19 al 25 de Noviembre de 2015
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCharles Darwin escribió en 1859 su famoso libro “El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida”, donde defiende la teoría de la evolución, mediante la cual quienes tienen más chances de sobrevivir y reproducirse no son los más inteligentes ni los más fuertes, sino los que mejor se adaptan al medioambiente.
Con los empresarios y las empresas de hoy en día sucede algo similar. En un ambiente de negocios signado por la innovación, la sana competencia, el asumir riesgos calculados, la transparencia y el servicio al consumidor, surgen empresarios de la talla de Elon Musk (Tesla Motors), Steve Jobs (Apple), Richard Branson (Virgin), Larry Page (Google), Jeff Bezos (Amazon), Phil Knight (Nike), Brian Acton y Jan Koum (WhatsApp) y tantos otros, que son admirados por sus logros; los que lucen en público, orgullosos.
Pero en aquellos lugares donde el clima de negocios está marcado por el Estado; donde para poder producir hay que pedirles permiso a los que no producen nada; donde se trafica más con favores que con valores, allí surgen los empresarios prebendarios, los que se amarran al poder de turno y los que no quieren cambios de ningún tipo en su entorno.
Darwin había leído a Thomas Malthus y por eso afirma que “de la rápida progresión en que tienden a aumentar todos los seres orgánicos resulta inevitablemente una lucha por la existencia (...) pues de otro modo, según el principio de la progresión geométrica, su número sería pronto tan extraordinariamente grande que ningún país podría mantener el producto. De ahí que, como se producen más individuos que los que pueden sobrevivir, tiene que haber en cada caso una lucha por la existencia, ya de un individuo con otro de su misma especie o con individuos de especies distintas, ya con las condiciones físicas de vida”.
Esta mentalidad de escasez lleva a desarrollar conductas defensivas del statu quo y a querer defender cada pedazo de “la torta”, porque las mentes pequeñas creen que es imposible hacerla crecer. Lo que Malthus no consideró fue la habilidad del ser humano de superarse a sí mismo, logrando producir hoy en una hectárea, diez o cien veces más de lo que producía hace 200 años, gracias a los invernáculos, el riego por goteo, los fertilizantes o los productos transgénicos.
Uruguay hace décadas que es un país estatista, plagado de malas regulaciones que no estimulan la innovación ni el libre mercado, sino el ganarse los favores del monarca Estado. Así, durante el neobatllismo (cuyas nefastas secuelas perduran hasta nuestros días), era más eficiente recorrer el hemiciclo del Palacio Legislativo, los corredores del BROU o los escritorios de algunos ministros, para conseguir subsidios, préstamos blandos o la “regulación” que favoreciera a unos pocos, que recorrer el mundo en busca de clientes, bibliotecas en busca de conocimientos o talentos en busca de la calidad.
La evolución de los modelos de negocios —al igual que la evolución de las especies— no se detiene ni se detendrá. Y los empresarios del siglo XXI no solo deberían adaptarse a los cambios, sino liderarlos. El empresario del siglo XX fue un empresario más bien reactivo, de perfil bajo, sin contacto con la sociedad (de hecho, nadie puede nombrar a cinco empresarios de fuste) y con una imagen asociada a factores negativos (explotación, abuso o corrupción).
Pero el empresario del siglo XXI debería ser visto como un innovador, un individuo que trae productos y servicios para el bien de los consumidores y por ese intercambio gana un buen y legítimo dinero que puede mostrar en público. Pero para ello debemos hacer cambios en el ambiente, en la legislación y en las mentes de los ciudadanos.
La llegada de Uber y las intempestivas reacciones que produjo nos obligan a pensar en estos cambios. De no hacerlo, seguirán proliferando los empresarios apañados por el poder, quienes defenderán sus injustos privilegios con uñas, dientes, mentiras y actos patoteros de la más baja estofa. Pero aun cuando lo hagan, la especie empresarial seguirá evolucionando y los empresarios cavernícolas dejarán de existir más temprano que tarde.