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El nombre que empezó a unir a dos mundos separados es el de un auténtico desconocido, Antonio Carbognani, el único futbolista argentino que jugó en el mítico Cosmos, el equipo desde el que Pelé hizo despertar el interés de Estados Unidos por un deporte hasta entonces ajeno, de otra galaxia. Exmediocampista de las inferiores de Huracán e Independiente y finalmente de la primera de San Telmo —jugó 14 partidos en la B en 1975 y 16 en la A en 1976—, Carbognani llegó al Cosmos cuando O Rei ya se había retirado pero, aun así, la franquicia todavía era un equipo de estrellas en la incipiente —y pronto malograda— liga de Estados Unidos, la NASL. Su testimonio para reconstruir el choque de dos universos sería valioso pero, de tan ignoto en Argentina, el ex San Telmo —que se radicó en Estados Unidos— nunca concedió una entrevista.
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En 1979, con compañeros como el también brasileño Carlos Alberto y el italiano Giorgio Chinaglia, Carbognani enfrentó a la selección argentina en Nueva Jersey en uno de los tantos amistosos que el Cosmos, como si fueran los Harlem Globetrotters del fútbol, organizaba contra grandes equipos del mundo. El seleccionado de César Luis Menotti, entonces campeón del mundo, ganó apenas 1 a 0 con un gol en el último minuto de Daniel Passarella. Al año siguiente, el Cosmos también recibió a River en otro amistoso que sintetizó la relación confusa entre el fútbol de Estados Unidos y el rioplatense: el partido debía jugarse sobre el césped sintético del mismo estadio, el de los Gigantes, habitualmente usado para el fútbol americano, y el Beto Alonso jugó con unas zapatillas Flecha, en vez de utilizar los botines habituales. El soccer no parecía fútbol.
La carrera —y el misterio— de Carbognani es interesante porque refleja aquel limbo: Estados Unidos quería acercarse al fútbol pero no terminaba de entenderlo ni sabía cómo jugarlo, si al aire libre o bajo techo, si en partidos de 11 jugadores o de seis. Inmediatamente después de su experiencia en el Cosmos, el argentino se retiró de la NASL y se pasó a los Memphis Americans, un equipo de fútbol indoor de una liga llamada MISL, parecida al showbol: convocaba multitudes, se enfrentaban seis futbolistas contra seis en cuatro tiempos de 20 minutos, se realizaban cambios ilimitados y la pelota casi siempre estaba en movimiento —había vidrios en los laterales en los que el balón rebotaba y la acción seguía—. Si Pelé había despertado el interés del fútbol convencional en Estados Unidos a mediados de los 70, menos de 10 años después ya se había dinamitado: el Cosmos y la NASL, de hecho, desaparecerían en 1984.
Sin un torneo nacional de fútbol convencional, de 11 jugadores —la MSL recién nacería en 1993, previo al Mundial de 1994 como una de las imposiciones de la FIFA para que el país organizador tuviera una selección medianamente competitiva—, Carbognani recién volvería al fútbol “normal”, al aire libre, en 1984. Lo haría en una liga regional, llamada ASL, del noroeste de Estados Unidos: allí firmó para el extraño Jacksonville Tea Men. Pero sería otra vez un paso efímero. Desde entonces hasta su retiro, en 1991, el deporte más popular del mundo seguiría fragmentado en varias partes al norte del río Bravo, al punto que Carbognani jugaría en otras dos ligas diferentes a las NASL y ASL: el primer aventurero argentino en Estados Unidos se despediría en Memphis Storm (de la AISA) y Chicago Power (de la NPSL), otra vez en un fútbol bajo techo, de seis jugadores y sobre piso de parqué, en torneos con siglas que se parecen más a nombres de farmacéuticas. La Asociación del Fútbol Argentino cambia todo el tiempo el reglamento de sus torneos, incluso en plena competición, pero al menos se sigue llamando AFA.
En todo caso, Carbognani fue el primer argentino pero no el único en sumarse a ese fútbol extravagante de los 80 en estadios que originalmente se habían construido para hockey sobre hielo. Participaron muchos futbolistas del Río de la Plata, entre ellos, Cacho Carlos Córdoba —exdefensor de Boca— y el Indio Omar Gómez —emblema histórico de Quilmes, campeón del Metropolitano de 1978—, que a cambio del ostracismo deportivo obtenían altísimos beneficios económicos: cobraban seis veces más que en Argentina, incluso en los principales clubes. Pero nunca terminaría de funcionar: el fútbol techo de Estados Unidos también desaparecería pronto a la espera de la salvación de la FIFA.
Curiosamente, aquel paso de Pelé de 1975 a 1977 tendría más impacto en el fútbol femenino: el brasileño se convirtió en un modelo para las chicas estadounidenses en edad escolar. Mientras el boom del Cosmos terminaría muy pronto sin él y la selección masculina nunca pegaría el salto al primer pelotón mundial, el equipo de mujeres de Estados Unidos se convertiría a partir de la década del 90 en la mayor potencia mundial de su género. Las semillas habían sido plantadas en la década del 70 gracias a una ley que obligó a las universidades a crear programas destinados exclusivamente a las mujeres pero la presencia de Pelé —con la apertura de distintas escuelas de fútbol a finales de los 70 e inicios de los 80— ayudó a esa difusión de un deporte menos violento y más familiar que el fútbol americano y el hockey sobre hielo.
La FIFA entendió que en la atmósfera había un fabuloso mercado virgen por explotar y le dio el Mundial de 1994 a un país que ignoraba o no entendía el deporte. Esa falta de tradición, en principio, se vio reflejada en la audiencia televisiva que siguió el sorteo de grupos, en diciembre de 1993 en Las Vegas: de los 500 millones de espectadores que tuvo el sorteo, solo uno fue de Estados Unidos. Pocos meses antes del Mundial, los diarios comenzaron a publicar infografías sobre cómo se jugaba a ese deporte que los locales desconocían, al punto que los estadounidenses seguían sin saber quién era Diego Maradona.
Pocas horas antes del debut ante Grecia, el 10 argentino usaba la cinta de correr de un hotel de Boston, donde se concentraba la selección, y una huésped del hotel le preguntó, señalándole la máquina, “Did you finish with this already?”, pero sin identificar a Maradona. A Diego tampoco lo reconocería el vendedor de un centro comercial que, en esos días, le preguntó si pertenecía a una delegación de ese deporte llamado soccer. Para Diego —antes de su doping positivo— significó el redescubrimiento de un anonimato que lo llevó a pensar en quedarse de vacaciones en Boston cuando terminara el Mundial porque, después de mucho tiempo, podía caminar tranquilo por la calle.
Ya en el Mundial, al término del debut de Estados Unidos (1 a 1 contra Suiza, en Detroit), miles de hinchas locales permanecieron en el estadio a la espera de que se jugara un tiempo suplementario. De acuerdo con la cultura deportiva de su país, no estaban acostumbrados a que un partido pudiera terminar sin un equipo ganador y otro perdedor. Desde los altavoces debieron informarles que el encuentro había terminado en empate. Sin embargo, la FIFA tendría razón: el Mundial de 1994 sería un éxito económico, con estadios llenos, y una candidatura que se repetiría 32 años después, en 2026, esta vez junto con México y Canadá. Eso sí: la nueva designación fue después de que la Justicia de Estados Unidos encarcelara a muchos de los dirigentes de la FIFA que habían votado a favor de Rusia 2018 y de Catar 2022, lo que se dice “un acuerdo de caballeros”.
Si Pelé había llegado al Cosmos más por un gusto personal —fue el consentimiento de Steve Ross, el dueño de la Warner, al gerente de una de sus discográficas, Atlantic Records, que quería renunciar a su cargo y a cambio le pidió un equipo de fútbol—, la MLS comenzó a crecer de a poco en el nuevo siglo. Y ya parece indetenible. Lejos de su característica inicial, la de ser una liga para el retiro —por eso viajaron Zlatan Ibrahimovic y Wayne Rooney—, desde 2016 ya es el tercer mayor destino de los futbolistas argentinos en el mundo, solo detrás de España (731) e Italia (404). En 2019, Gonzalo el Pity Martínez jugó en el Atlanta United dirigido por Gerardo Martino, Guillermo Barros Schelotto dirigió a Los Angeles Galaxy y Matías Almeyda comandó San Jose Earthquakes.
El sueño americano también incluye al fútbol: así como el argentino-paraguayo Miguel Almirón, ex-Lanús, llegó al Newcastle de la Premier League tras un paso por la MLS, Esequiel Barco —una de las figuras del River puntero y encaminado al título 2023— también viajó muy joven al Atlanta United, donde jugó más de 100 partidos entre 2018 y 2021. Hoy apenas tiene 24 años y es uno de los mejores futbolistas de la Liga Profesional.
Lionel Messi llegará al Inter de Miami en un momento en el que el fútbol, también gracias a la inmigración, se encamina a convertirse en el tercer deporte en Estados Unidos: año tras año se acerca al béisbol. Una encuesta de Gallup lo certifica: si en 2008 ocupaba el quinto lugar entre los deportes favoritos de los estadounidenses, en la última década el fútbol triplicó su popularidad y le acortó distancia al fútbol americano (37%) y al básquet (11%). Según los especialistas, ya rebasó al hockey sobre hielo y pronto podría hacerlo con el béisbol, que perdió fanáticos. Aun así, de la misma manera que en Argentina nadie conoce a Carbognani —el pionero—, es posible que en muchos lugares de Estados Unidos sigan sin conocer a Messi, el Pelé del siglo XXI.
*El autor es colaborador de El País de Madrid y autor de diversos libros, como El partido. Argentina vs. Inglaterra 1986.