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    De la mejor estirpe

    —Yo entré a la orquesta de Troilo en 1963, en su línea de bandoneones. Un día, tres años después, a Pichuco, en los estudios de la RCA Víctor, le hicieron escuchar una flamante grabación de Goyeneche, ya solista: quedó admirado por el sonido del grupo que acompañaba a su ex cantor. Y preguntó: “¿Quién hizo los arreglos?”. Le contestaron: “Garello”. Se sorprendió y dijo: “¿¡Cómo!? ¿El que toca conmigo?”. Al otro día me llamó a su casa y me contó la anécdota: “Mire, hagamos una versión instrumental de Los Mareados, ¿se anima?”. Yo tenía 29 años, pero era una gran oportunidad. Acepté y, cumplida la tarea, me autorizó a arreglar La guiñada, de Bardi, para otra orquesta, la de Baffa-Berlingheri.

    Raúl Garello, nacido en Chacabuco el 3 de enero de 1936, murió en Buenos Aires, a los 80 años, el pasado jueves 29. Contó esta anécdota decenas de veces: era importante para él, pues su estadía con Troilo como instrumentista y arreglador —en un tiempo junto a Julián Plaza— hasta el fallecimiento de Pichuco en 1975, fue vital para su crecimiento y futuro:

    —Cuando escuché su bandoneón, muy pibe, fue algo mágico. Tenía once años y me gustaba el tango. “Ya está —me dije—. Es esto”. Y ahí arranqué a estudiar.

    Garello tomó clases de composición, armonía, fuga y contrapunto con Juan Schultis y Pedro Rubione, hasta que cumplió la mayoría de edad. De inmediato fue integrado a la orquesta de radio Belgrano y el mismo año conoció a Leopoldo Federico, quien fue su amigo hasta el final, y a quien reemplazó en el cuarteto de Roberto Firpo (hijo). Más tarde pasó por las agrupaciones de los cantantes Carlos Dante y Alberto Morán y la orquesta de Horacio Salgán:

    —Mi energía entonces estaba puesta en aprender de los grandes. Por eso, con el paso de los años, siempre he celebrado el acercamiento al tango de los jóvenes y les doy todo el apoyo que puedo.

    Y así fue: impulsó a nuevas voces que venían de otras músicas, como Noelia Moncada, Esteban Riera, Lautaro Mazza y Jesús Hidalgo, y gustaba, por ejemplo, del rock, pese a que se permitía algún reto cordial que llamaba “de orientación”:

    —Cuando los chiquilines escuchan a Los Beatles o los Rolling Stones, que me parecen grandes músicos, ¿alguna vez atendieron el sonido de ese gran cuarteto que tuvimos y tenemos los tangueros: Pugliese, Piazzolla, Troilo y Salgán?

    La trayectoria de Garello es impresionante. También tocó con Federico, con Francini y con Bafa-Berlingheri, para quienes elaboró diversos arreglos; grabó decenas de discos acompañando, con su orquesta o su sexteto, a figuras como Edmundo Rivero, Roberto Goyeneche, Roberto Rufino, Floreal Ruiz, Susana Rinaldi, Eladia Blázquez y Ruben Juárez, entre otros; en 1977 hizo una impresionante serie de placas, con su grupo ampliado a 27 músicos, para dar a conocer sus propios tangos: Che Buenos Aires, Vaciar la copa, Verdenuevo, Margarita de agosto, Muñeca de marzo, Pequeña Martina, Bien al mango, Aves del mismo plumaje, Che Pichín y Pasajeros del tiempo; creó numerosas obras cantables, entre las que destacan Dice una guitarra, Llevo tu misterio, Buenos Aires conoce, Hace doscientos tangos (con letra del uruguayo Federico Silva) y Tiempo de tranvías; hizo giras por Francia y Suiza con la Orquesta Sinfónica de Toulouse, el bailarín Jorge Donn y el ballet de Maurice Béjart; escribió con Horacio Ferrer los temas del álbum Viva el tango, cantados por el malogrado Gustavo Nocetti, recorriendo variados escenarios de Montevideo, Buenos Aires, Ámsterdam, La Haya y algunas ciudades de Turquía; a mediados de la década de 1990 arregló para gran orquesta canciones de Gardel y Lepera, presentándose en Francia, otra vez con la Sinfónica de Toulouse dirigida por el maestro Michel Plasson; ideó un homenaje discográfico, de nuevo con Horacio Ferrer, para el director de cine Woody Allen; codirigió la Orquesta del Tango de Buenos Aires —primero con Carlos García y luego con Néstor Marconi—; se lució con su orquesta en el teatro Colón y participó de la película Tango for two, dirigida por Héctor Olivera.

    Raúl Garello perfumó su música con el aire ciudadano de las capitales del Río de la Plata: fue un evolucionista, aunque aferrado a lo clásico, que admiró a Troilo —“una especie de sacerdote mayor, en cuyas obras no hay notas de más ni de menos”— y a Pugliese y a Piazzolla, sin desconocer el lejano aporte del criollismo al tango.

    —Hoy es un día inmensamente triste —dijo hace siete días su hija Martina—: se murió mi viejo. Le deseo un lindo viaje. Él sabe por qué lo digo.