La gente, sostiene, quiere resolver esos temas “pegándole un tiro” al responsable. “Pero eso es cuando es el otro. Cuando me toca a mí o a un cercano, del extremo de lincharlos en la plaza pública paso a decir que lo metieron de garrón”.
De todas formas, los defensores no salen ilesos de esas experiencias, advierte: “¿Alguien cree que después de pasar por procesos fuertes no terminás en tu casa llorando?”. Por eso, está convencida de que deberían contar con asistencia psicológica. “Humanamente es muy desgastante”.
Lo que sigue es un resumen de la entrevista con Búsqueda.
—¿Cómo cambió el trabajo de los defensores de oficio con el nuevo CPP?
—El defensor se había tenido que adaptar a un formato en que el proceso se resolvía entre la Fiscalía y el juez. Cuando llegaba, lo que el imputado había declarado ya lo había declarado, y ya era como que estaba toda la prueba. Además, era muy difícil que la defensa pudiera acceder a todas las declaraciones. En Montevideo había cuatro jueces penales de turno, cada uno con tres instructores. Cada juez instruía tres hechos en forma simultánea, o sea que había 12 hechos instruyéndose a la vez. Y había 12 fiscales, entre titulares y adjuntos. Siembre había un representante del Ministerio Público sentadito escuchando lo que se estaba diciendo. ¿Pero cuántos defensores había en el turno? Cuatro, uno por juez. O eras la mujer elástica o el hombre maravilla. Tenías que ir eligiendo para ir escuchando lo que iban declarando los testigos. La calidad del trabajo de la defensa venía dada por la experticia de poder ver dónde estaba el detallecito, pero hasta ahí llegaba. Esa era la realidad al 31 de octubre de 2017. A partir del 1º de noviembre cada persona que queda detenida en flagrancia por un hecho ilícito o por orden judicial tiene derecho a dos cosas inexcusables: primero, a mantener la boca cerrada. Segundo, a abrirla solo para decir “necesito un abogado”. Desde el momento uno la defensa está presente. Ya no hay 12 boxes instruyendo, ya no hay un montón de gente: hay un defensor por cada persona detenida.
—¿Y cómo se adaptaron los defensores a este nuevo rol?
—Como los defensores siempre reclamaron más presencia y participación, se dio un acceso natural. Tan natural que lo han internalizado en muy poco tiempo, y están realmente empoderados de su rol. No como podría pensar la gente, para entorpecer la labor del juez, sino para garantizar un proceso justo. No para excluir a la persona de una culpabilidad, para darle garantías. Y en muchos casos para evitar la continuidad de una investigación que apunta a la persona equivocada, que evita que la Fiscalía siga invirtiendo esfuerzo en algo que ya de plano quedó afuera: “Le traje la coartada perfecta. No va por acá. Busquemos otro”.
—La reforma comenzó a funcionar con algunas dificultades, sobre todo en la Fiscalía, que asumió todo el trabajo de investigación. ¿Qué impacto tuvo en la Defensoría?
—El 1º de noviembre teníamos un gran signo de interrogación en la cabeza, y el corazón con una gran taquicardia. ¿Qué va a pasar? Bueno, el día uno no pasó nada. Y hasta ahora no ha pasado nada grave.
—La defensoría pública en el ámbito penal tiene una rol clave, ya que se encarga de cerca del 90% de los casos. ¿Tienen suficientes recursos?
—Siempre hemos estado bastante cortos de recursos. Estamos muy al límite. Con el código nuevo incorporamos en todo el país 56 cargos. Fue el mínimo para trabajar con dignidad. Podríamos decir que hoy estamos casi bien. Nos falta mucho para estar bien. No muy bien, ni mucho menos óptimo. Las estadísticas de la defensa pública han sido constantes: el promedio de atención de público está entre 250 y 280.000 personas por año. Hacemos entre el 85% y el 90% de la asistencia en menores infractores y en penal.
—¿Se puede dar un buen servicio en esas condiciones?
—No sé si se puede, pero se debe. Requiere de muchísimo esfuerzo personal. Recién ahora tuvimos un gran ingreso de gente nueva, pero lamentablemente la defensa pública no ha tenido un gran despegue numérico. Pero la experiencia va haciendo que tu cabeza se organice, y también hay un tema de organización administrativa. Y los casos complejos son los menos, en general son de relativa sencillez. Con el conocimiento que uno tiene puede manejar bien una rapiña especialmente agravada, una impropia, un homicidio... A veces se complica más un caso de soborno, en que la prueba es mucho más difícil, que otros en que lo agarrás con la mochila y el caño en la mano. Y la víctima me dice: “Todo eso es mío”. ¿Qué más preciso?
—¿Y ahí como defensor qué hacés?
—Ahí lo que hacés es tratar de que el proceso sea un proceso justo, de que la pena sea adecuada, que se apliquen las agravantes que se tengan que aplicar, y punto. Una cosa que a mí como defensora siempre me ha complicado es el que desde el día que ingresa al sistema no tiene a nadie. A nadie. Al único que tiene es al defensor. Ahí es donde tenés que estar muy atento, porque quizás esa persona requiera de un tipo de atención diferente a otro. El vínculo tiene que ser más estrecho, hay que visitarlo con frecuencia, más en este tipo de proceso donde vos necesitás saber realmente los hechos, que la persona te diga la verdad, para poder generar una estrategia del caso.
—¿Cómo hace para buscar evidencia que demuestre que la Fiscalía está equivocada? Porque un estudio privado tiene los recursos, pero un defensor de oficio está en una posición muy desventajosa con relación a la Fiscalía...
—Mi capacidad de investigación es nula. Porque la Fiscalía investiga con la Policía. Yo soy yo, nada más. Si quiero desarrollar prueba, no tengo ningún sistema de investigación, no tengo personas de apoyo, el defensor tiene que hacer todo. Entonces terminado el turno, el defensor se preocupa, llama, se contacta con la familia, venga, traiga, dígame dónde estuvo, etc. Por eso el trabajo de la defensa cuando va a la Fiscalía es de ojo avizor: que esa investigación sea legal, que la orden de allanamiento esté, que lo que dijo ese testigo es realmente lo que dijo y no lo que interpretaron…
—La Corte aprobó recientemente una acordada que dio a los defensores libertad para hacer declaraciones públicas a los medios y a la ciudadanía, para que estén en “pie de igualdad” con los fiscales. ¿Qué opina?
—Esa acordada es una decisión muy inteligente. Desde mi lectura como presidenta de la asociación, creo que lo que hace es poner institucionalmente al defensor público con el mismo grado y con la misma libertad de comunicación con los medios que tiene la Fiscalía. Yo leo que nuestro jerarca nos ve exactamente como lo que somos: la otra parte de la Fiscalía. Y tenés una Fiscalía fuerte, con mucho acceso a los medios. Igual no todos los defensores pueden o quieren dar notas, no son fáciles de realizar. Yo respeto las dos posturas.
—¿Es positivo que los defensores tengan más visibilidad?
—La visibilidad es buena por varias cosas. Es la garantía de que el Estado cumple con la responsabilidad de proveer asistencia letrada a quienes tienen en riesgo su libertad ambulatoria. Y generar el derecho a un juicio justo. La gente dice: “Lo resolvemos pegándole un tiro”, o algo así. Pero eso es cuando es el otro. Cuando me toca a mí o a un cercano, del extremo de lincharlos en la plaza pública paso a decir que lo metieron de garrón. Y nadie está ajeno a un proceso penal. Nadie. Todos manejamos un auto, por ejemplo. Entonces, para que no sea ni lo uno ni lo otro, a lo que hay que apostar es a una defensa de garantías.
—Hace unos meses, los defensores del presunto asesino de la niña Brissa recibieron agravios y amenazas. Es difícil para la población entender que defiendan a personas que cometieron delitos horrorosos. ¿Cómo lo logran?
—A todos nos pasa que ante un hecho horrendo tenemos dos sentimientos. Soy madre y abuela, no quieras saber cuál sería mi reacción si me tocara algo así en lo personal. Pero cuando me toca actuar como defensora, es un ejercicio agotador emocionalmente lograr no juzgar, porque para eso está el juez. Generar un trato respetuoso con la persona en el vínculo profesional, sin juzgarlo, sin perdonarlo y sin justificarlo. A nivel social, creo que es casi imposible que la gente reaccione con empatía hoy. Quizás dentro de unos años tengamos un poco más de madurez, socialmente hablando, para con el abogado que defiende casos aberrantes. Es difícil, y lo entiendo. Lo que no justifico es el agravio. La ofensa no es gratis, duele. Vos te encontrás por un lado con que querés ejercer una profesión que amás con dignidad y seriedad, pero no por eso tu corazón no lo tenés partido por ese hecho aberrante. Si no pudieras compartir esos dos sentimientos, no podrías ejercer como abogado.
—Ocurre que es difícil para la gente imaginar cuál puede ser la defensa del asesino de una niña…
—El problema está en qué significa defender. Uno tiene el concepto vulgar de defensa, de que defiendo porque debajo hay un inocente. Sí, jurídicamente existe una presunción de inocencia, que yo tengo que respetar. Esa presunción el fiscal la debe ir destruyendo legalmente, mediante prueba irrefutable. No que me invente, que me monte prueba, que me traiga testigos que no existen. Esa es mi preocupación. Juicio justo, condena justa. Deber bien cumplido. Si logro eso, lo hice bien. Y si logro la absolución, lo hice bien, no mejor. Porque la presunción de inocencia, en lugar de irse diluyendo, se fue fortaleciendo porque las pruebas fueron decreciendo. Es eso. Es muy difícil de explicar porque hemos sido invisibles a los ojos sociales. Este servicio existe desde hace más de 50 años. Fijate que Pedro Figari fue el primer defensor público oficial que tuvo el país. Si seremos invisibles. Su cargo era para proteger a los condenados. No soportó, renunció, de tanta pobreza y tanta miseria.
—¿Cómo afecta en lo personal trabajar con casos así?
—¿Alguien cree que después de pasar por procesos fuertes no terminás en tu casa llorando? Una termina destruida. En algunas situaciones trabajamos con lo peor del ser humano. De todos los bichos, el ser humano puede ser el peor, porque tiene lo mejor para no serlo, que es conciencia y voluntad, capacidad de elegir. Y no la usa. Y también hay casos en que te ponés en ese lugar y te aterra pensar que en una situación, por reacción, podrías haber hecho lo mismo. Humanamente es muy desgastante. Si me preguntás cómo lo hago y cómo lo hacemos todos, no tengo ni idea. Se necesita una gran contención familiar, y tener algunos valores bien puestos. Si no, terminás chapita. Estoy convencida de que deberíamos tener asistencia psicológica. Hay una realidad: de las cosas que yo he vivido en lo profesional, en mi familia jamás supieron. Jamás. Era imposible que volvieras a tu casa y contaras a la hora de la cena lo que habías vivido durante el día. ¿Con quién te desahogás?
?? Un Código Penal “esquizofrénico”