Sr. Director:
Sr. Director:
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa piola verde y el perro salchicha de la peluquera: una historia de Compa… A mi padre no lo conocí. Un tiempo después que murió mamá, atropellada en la calle Abreu, se corrió la voz de que papá era un perro de la zona, aunque nunca lo pude comprobar.
De haber sido el Jack Russell de pedigreé, de la panadería, no la culpo a mamá por el “touch and go”. Ella se le paseaba por la puerta y supongo que entre paseo y paseo… nací yo.
Una tarde, mientras caminaba en busca de comida en la placita Mateo Vidal y apenas me había quedado huérfano, vi a un señor sentado en el cordón de la vereda revisando una bolsa del Disco.
Me le acerqué de puro curioso. Para mi suerte el hombre encontró unos huesos de costilla de cerdo que me ofreció.
Al principio dudé un poco, pero tenía hambre y mamá no estaba para conseguirme comida, así que le acepté los huesos que disfruté largo rato.
El hombre se me acercó y me dijo algunas palabras en el idioma de los seres humanos, que no entendí, pero me di cuenta de que necesitaba hablar con alguien, entonces me senté y lo escuché, sin saber lo que me decía.
A partir de allí comenzó mi amistad con Pablo. Fuimos compañeros inseparables de vida. Él me llamó Compa.
Muchas veces los vecinos de las cercanías nos traían comida, otras Pablo compraba algún fiambre en la panadería (la misma en la que vivía mi supuesto padre) y comíamos los dos.
Pablo, mi compañero y amigo, cuidaba autos en la placita, mientras yo me quedaba atado con una piola verde, al lado de la ropa y algunas cosas que habíamos juntado en nuestras caminatas por las calles.
Esa tarde se hizo más tarde que de costumbre. Pablo no llegaba. Ya me había puesto un poco nervioso porque se hacía la noche y, si bien cuidaba las cosas, por la noche pasaba gente rara y eso me ponía nervioso.
Lo vi venir tambaleándose hasta caer a menos de un metro de donde teníamos las cosas. Detrás suyo caminaban tres policías que lo venían golpeando y llamando de “pichi” y “bichicome”.
Se arrastró hasta donde yo estaba. Le ladré a los policías tratando de defender a mi compañero, que volvieron a pegarnos a ambos. No entendí por qué tanta saña con nosotros.
Después de eso caminamos toda la noche. Nos dio miedo quedarnos en un lugar. Los policías podrían volver.
Al otro día retornamos a la placita, ya que es donde mi compañero tiene sus clientes desde hace años. Él se puso a cuidar autos y yo me quedé —como siempre— atado a un carrito con la piola verde.
Durante algunos días estuvimos tranquilos, hasta que una tarde volvieron los policías que buscaban a tres personas, exigiéndole a Pablo que les dijera dónde estaban.
Uno de los policías me empezó a “torear” y a buscar mi reacción. Yo estaba aterrado. Decía cosas que por sus gestos parecía que quería pegarme un tiro.
Los policías se fueron, no sin antes “patotear” a Pablo y tratar de que yo reaccionara, cosa que no hice.
Nos recuperamos y seguimos nuestra vida hasta el martes, cuando el mismo policía me vino a patear y hacerme daño. Los otros dos estaban golpeando a Pablo y tratando de ponerle las esposas.
Yo estaba muy nervioso por él…, ¡estaban atacando a mi amigo y compañero de vida..!
Tiré todo lo que pude para ir en su ayuda, hasta que la vieja cuerda verde cedió y salí corriendo a defender a Pablo.
Apenas había avanzado un metro sentí un frío en el pecho y caí un metro más adelante. El mismo policía que otras veces nos había molestado y me había amenazado me había pegado el tiro.
Ya caído, pude ver cómo traían a Pablo esposado tirándolo al piso cerca de mí mientras el policía le decía: “El que sigue sos vos…, mirá cómo sufre tu perrito”.
Pablo lloraba e imploraba poder ayudarme. Nada pudo hacer, la bala me entró por el esternón y me perforó el corazón.
Donde estoy ahora, que parece ser una especie de paraíso para perros, solo quería decirles a todos que el Jack Russell al final no es mi padre, me reencontré con mamá y me confesó que su verdadero amor había sido el “perro salchicha” negro de la peluquera…
Compa