Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAcabo de leer en Montevideo Portal una detallada información de Joaquín Symonds basada en documentos judiciales. Refiere a la estructura (el flujograma dice el periodista) que armó el exsenador blanco Gustavo Penadés para intentar evadir su responsabilidad como autor de múltiples delitos contra menores a quienes les pagaba por servicios sexuales de diferentes formas. Fue inútil.
La fiscal Alicia Ghione, con el aval de la jueza Marcela Vargas, lo envió a prisión preventiva por retribución a la explotación sexual de menores de edad, abuso sexual especialmente agravado, abuso sexual agravado por un delito de corrupción, desacato, corrupción de menores y atentado violento al pudor.
El principal articulador de la estructura para rescatar a Penadés de sus depravaciones fue su amigo el policía Carlos Taroco, exdirector del Comcar, quien con ese fin utilizó a colegas de diverso rango, la colaboración de una familiar del investigado, a particulares y a dos mujeres y un hombre integrantes del Partido Nacional, que utilizaron el sistema informático de la Corte Electoral para obtener información de las víctimas. Todo surge de la minuciosa investigación que realizó Ghione, a quien algunos han intentado descalificar.
Taroco ya está entre rejas, pero en este terreno todavía queda mucho camino por recorrer porque, tras la feria judicial de enero, Ghione se apresta a hundir el bisturí en el resto de los involucrados. Mientras, Penadés, impotente desde una cárcel de Florida, siente cómo se hunde en el barro su prestigio personal y una carrera política que inició en 1982 junto con el expresidente Luis Alberto Lacalle y que terminó dominada por su irrefrenable instinto sexual. No hay que olvidar que durante esas décadas corruptas sus salarios salieron del bolsillo de los contribuyentes.
Desde el comienzo de su trayectoria se convirtió en un político confiable debido a su inteligencia, a un incansable trabajo y a una particular habilidad negociadora desarrollada durante algo más de 40 años. Todo lo tiró a la cuneta basado en la arrogancia de suponer que esa trayectoria política y su peso lo habían convertido en impune, y que sus pasiones sexuales con menores se mantendrían siempre en un segundo plano con la complicidad de algunos de sus colegas.
Pero luego de la imputación judicial, por unanimidad, fue expulsado de las cámaras legislativas. Lo echaron por violar el artículo 115 de la Constitución: “Actos de conducta que le hicieran indigno de su cargo”.
¿Durante las décadas de su trayectoria ninguno de sus colegas o dirigentes políticos de todos los partidos supo de sus andanzas corruptas o al menos tuvieron indicios de ellas? Seguro que varios fueron informados o en el chismoso mundo político tuvieron indicios.
Durante casi 40 años logró convertirse en un político respetado. Requirió esas décadas para consolidar esa confianza, pero en pocas semanas quedó al desnudo la traición que significaron sus mentiras reiteradas a sus amigos y correligionarios, casi persignándose mientras clamaba por su inocencia.
Pero en los siete meses transcurridos desde marzo del año pasado, cuando la militante blanca Romina Celeste Papasso lo acusó de abusar sexualmente de ella cuando tenía 13 años (hace 17) y aún no había asumido su identidad trans, ningún político le reclamó a la fiscal Ghione que avanzara rápidamente en la investigación que inició de oficio. La rapidez que se le exige a los fiscales con otros delitos, especialmente si tienen repercusiones o intereses partidarios, estuvo, en este caso, ausente. Tal vez porque a los delitos sexuales no les atribuyen la misma gravedad que a otros, o debido al temor de ser tildados de homófobo discriminadores por la orientación homosexual del senador.
Nada tiene que ver la homosexualidad con sus abusos, desvíos morales y violaciones de la ley. “Todos conocen mi orientación sexual. Nunca me he escondido ni he renegado de la misma. Pero he intentado siempre separarla de la vida pública”, dijo durante una conferencia de prensa para negar la inicial acusación de Papasso.
Algunos como el presidente Lacalle Pou y el ministro del interior Luis Alberto Heber de entrada le creyeron y expresaron confianza en el amigo de décadas que pontificaba su inocencia. Pero a medida que Ghione avanzaba y aparecían nuevos detalles y denunciantes, pasaron a la mesura hasta que terminó en la cárcel. Entonces sí expresaron dolor por la traición a su confianza. Seguramente también vergüenza por su ingenua credibilidad. Los genios de la política se comieron la pastilla, aunque seguramente algo sospechaban.
Junto a Penadés, durante sus tropelías, transitó casi como un socio el profesor de historia del Liceo Militar, Sebastián Mauvezín. Agradecido porque en el pasado le prestó asistencia económica a su familia, Mauvezín se convirtió en “nexo”, “colaborador” o “facilitador” con algunos menores con quienes incluso llegó a pactar el monto que le cobrarían por los actos sexuales. Por eso también terminó en la cárcel imputado de siete delitos de contribución a la explotación sexual de menores de edad en reiteración real.
Con 58 años cumplidos el 7 de octubre pasado, sin hijos y hasta ahora disfrazado de moralmente impoluto, Penadés se transformó en el mayor muestrario vivo de la historia del país sobre abusos sexuales reiterados contra menores de entre 13 y 14 años.
Ahora queda esperar en breve el juicio oral y público al que asistirá casi sin posibilidades de defensa. Es que desde el comienzo rechazó admitir sus responsabilidades y llegar a un acuerdo con la fiscalía mediante el cual podría obtener una pena menor.
Lo señalé el año pasado en otra columna sobre Penadés pero vale reiterarlo. Su situación me recuerda irremediablemente el título de la novela de Osvaldo Soriano: “Triste, solitario y final”. Más que merecido.