Dibujar para detenerse

REDACCIÓN  
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Las andanzas de Chris Ware son numerosas. Para empezar, llevan cerca de 53 años. Comenzaron en Omaha, Nebraska, una de esas ciudades cuyo nombre suena a nieve. Hubo una infancia de clase media feliz y segura a cargo de una madre y abuela, marcada por la ausencia de un padre marinero y desinteresado. Sobrevolando algunos sucesos trascendentales, como un matrimonio, el nacimiento de una hija y una carrera repleta de reconocimientos, las historias de Ware se trasladaron fuera de Omaha gracias a dos herramientas ineludibles en su vida: la tinta y el papel. Combinadas en dibujos contenidos en figuras geométricas, principalmente cuadrados que establecen una secuencia, las historias de Ware conforman, hoy, una bibliografía de arte gráfico y narrativo de peso. No solo por su propuesta de ediciones imponentes y desafiantes para cualquier biblioteca de proporciones convencionales, sino también porque se trata de una de las obras más asombrosas dentro del cómic contemporáneo.

Chris Ware hace historietas y con ellas hace libros. Se lo suele presentar, de todas formas, como dibujante y escritor, pese a que, en su caso, una cualidad no sucede sin la otra. Desde 1999 ha creado, además, portadas para la revista New Yorker, una publicación que ha hecho de sus tapas, al igual que la revista Time, un espectáculo aparte. Una de las últimas colaboraciones de Ware para la New Yorker fue en torno a la pandemia. Si bien pasó inadvertida en comparación con el trabajo de su colega Pascal Campion, que ilustró la soledad de un repartidor bajo la oscuridad de Nueva York durante la cuarentena, la obra de Ware, titulada Bedtime, merece una revisión. En el centro de la portada, la pantalla de un teléfono muestra, bajo tonos rosados, a un par de niños en una cama saludando a la cámara con su padre sosteniendo el teléfono y sonriendo nervioso. Quien está mirando el celular y saludando es la madre de las criaturas: una doctora cuyos guantes, gorra y tapabocas celestes dominan el resto del entorno grisáceo de la portada que, mediante un punto de fuga, reconstruye el caos albergado en un hospital en plena crisis del coronavirus.

Es una tapa descorazonadora, pero sobre todo preciosa. La combinación bien podría resumir la obra literaria de Ware, que poco a poco se ha hecho presente en librerías uruguayas mediante el sello Reservoir Books, perteneciente al grupo editorial Penguin Random House. Hoy se puede encontrar, por ejemplo, The Acme Novelty Library, un compilado de publicaciones que el autor ha realizado desde la década de 1990 y donde desafía las posibilidades del noveno arte combinando tiras minúsculas en los extremos de la tapa, textos extensos relatando la historia de compañías ficticias e historietas ilustradas en páginas de casi medio metro de extensión. Más arriesgada aún fue Fabricar historias, una de las obras recientes y más celebradas de Ware hasta la fecha. Fabricar historias es una caja que contiene un tablero, dos libros de tapa dura, un póster, tiras de todos los tamaños y otros formatos de papel. Las historias de esos contenidos rodean un edificio —Ware es un trabajador meticuloso del diseño arquitectónico— donde habita la protagonista, una mujer sin una pierna, cuya vida es presentada en un orden de lectura de múltiples posibilidades. A Fabricar historias se lo calificó como una revolución del género y una reivindicación del arte impreso.

Aunque todavía no se puede conseguir Jimmy Corrigan, el chico más listo del mundo, una de sus obras consagratorias, Rusty Brown, la última novedad de Ware por parte de Reservoir Books deberá dejar más que satisfechos a los lectores completistas. A primera vista, la presencia del libro como objeto asusta menos que Fabricar historias. Pero basta con remover su sobrecubierta, un afiche plegado de manera minuciosa, para entender que la ambición de Ware no ha decrecido. Todo lo contrario. Al igual que Acme, Rusty Brown también incluye un trabajo compilatorio, aunque una gran parte de su contenido es inédito. Como el autor se empeña en aclarar, el proceso de realización de casi dos décadas de Rusty Brown ha presenciado cuatro presidencias (dos de George W. Bush, una de Barack Obama y la actual de Donald Trump) y una evolución en la conexión a Internet del autor. Ya sea casualidad o no, el cambio de mandatos significó también las cuatro historias principales que componen Rusty Brown.

Entre los personajes primordiales se encuentran el encargado de proveer a la novela su título, Rusty, un niño atormentado con fantasías de superhéroes que atiende a una escuela privada en donde trabaja su padre, el Sr. Brown, un escritor de ciencia ficción en plena crisis existencial. A la escuela también asisten el joven Chalky White, su hermana Allison y Jordan Lint, uno de los alumnos del profesor Brown y un matón que atormenta a Rusty. Ware, que también se introduce a sí mismo como personaje, imagina la vida de Joanne Cole, una maestra de la escuela en búsqueda de una respuesta capaz de cambiar su vida. La historia se ambienta en Omaha durante 1970, década en la que Ware creció.

Como novela gráfica, Rusty Brown representa, en viñetas y diseños meticulosos, experiencias difíciles de transitar en la vida. Aunque sus límites rara vez suelen tender hacia el minimalismo, Ware quiere reflejar con sus dibujos sensaciones reconocibles y personales como el amor, la soledad, la infancia y la empatía humana.

En su libro Hacer cómics, el teórico Scott McCloud define a las historietas como “imágenes pictóricas y otras imágenes yuxtapuestas en secuencia deliberada, destinadas a transmitir información y/o producir una respuesta estética en el espectador”. Establece, a su vez, que la creación de historietas se compone de un proceso de cinco elecciones: un momento, un encuadre, una imagen, una palabra y un flujo. Leer Rusty Brown significa una inversión atencional para que esa respuesta emocional se materialice. Ware no tiene tapujos en narrar múltiples historias a la vez, con una historieta dominando el 70% de la página y otra cobrando vida en los laterales. En esas viñetas, las elecciones de Ware se especializan en la detención del tiempo, estableciendo límites narrativos que le permiten el acercamiento íntimo a la vida de los protagonistas al retratar momentos de una mundanidad avasallante, ya sea un niño buscando hormigas, un día aburrido de clase o una cena en solitario.

“Hay algo en el medio de los cómics que captura esa lenta erosión de la conciencia de manera más obvia y afectiva que la mayoría, si es que hay alguna, de otros medios visuales”, señaló Ware en una entrevista en 2019, al explicar su atracción por el medio y su motivación detrás de Rusty Brown. “Probablemente el ejemplo más claro es cómo la cara de Charlie Brown cambió durante 50 años, de un platillo cuidadosamente elaborado a un garabato escrito a mano. En algún lugar hay algo parecido a la destilación caligráfica del alma de Charles Schulz (creador de Charlie Brown y Snoopy). En cualquier caso, ese es realmente el punto central del libro, capturar esta sensación de cambio inevitable y cambio de memoria a medida que recordamos y anticipamos nuestras vidas sin previo aviso a diario y por hora mientras la vida misma nos pasa”.

Traducido por Rocío de la Maya Retamar, Rusty Brown habita la vida de sus personajes con solemnidad y de forma metódica, priorizando cierto lirismo para enfatizar el ejercicio de empatía constante que Ware somete al lector al introducirle vidas repletas de imperfecciones.

Hay una ambición similar a la encapsulación de una vida entera que Paul Auster presentó, hace unos años, en su novela 4 3 2 1, en la que narraba las múltiples vidas de un solo protagonista. Ware, si bien no se deja tentar con la idea de los universos posibles, sí da rienda suelta a su imaginación para reformar el arte secuencial a su manera. El enlentecimiento del tiempo le sale excelente, sobre todo para enfatizar la soledad con la que sus personajes conviven. Rusty Brown alcanza niveles de brillantez incomparables cuando la diagramación y cierto juego pictórico se entrelazan. Una sección de la novela cuenta la vida completa de Jordan Lint bajo la premisa de narrar un año del personaje por página. Cuando nace, como bebé Lint solo reconoce algunas formas geométricas, remarcando la conexión que Ware hace entre la conciencia gráfica y el desarrollo lingüístico.

El costo de tanta genialidad tal vez sea la dificultad de admirarla por momentos. El torrente de colores planos y las líneas gruesas que diferencian contornos pueden combinarse, a veces, en una sobresaturación de estímulos. No ayuda tampoco el uso de textos muy pequeños sobre fondos claros. Por lo tanto es recomendable tomarse la lectura con paciencia, admirando las sutilezas de sus personajes melancólicos y siendo testigos de las interrupciones entre viñetas para disfrutar que esconden más de lo que aparentan.

Ware define a Rusty Brown como una novela gráfica aún “en proceso”. De hecho, el propio libro concluye con una doble página que anuncia, en mayúsculas, un interludio. Es una apuesta arriesgada, sobre todo si se considera que uno puede cambiar sus ambiciones artísticas de un momento a otro. Pero no hay que esperar menos de Ware, quien no solo se ha encargado de ser uno de los principales exponentes internacionales de la historieta, sino que ha dejado uno de los libros imperdibles del año.

Vida Cultural
2020-08-06T00:00:00