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Grabó por primera vez una canción a los tres años, se crió entre mujeres porque su padre murió a los 28, de niño le interesaban cosas que a sus amigos les aburrían, le encantaba “Canciones para no dormir la siesta” por su variedad de sonidos, se conmovió por primera vez con una poesía de Paco Ibáñez y afirma que siempre le gustó lo que ocurrió antes de su nacimiento, del de sus padres y del de sus abuelos. Escuchó a Magaldi, a Corsini y a Charlo, hasta que llegó a Gardel y emprendió un viaje de ida del que no piensa volver. Tiene en su disco duro las casi 950 canciones grabadas del zorzal criollo, y las escuchó todas. Se viste como un rockero pero habla como un intelectual de academia. Se identifica fuertemente con la poesía de Washington Benavides y con el canto de Darnauchans, dupla que suele versionar en vivo. Además, se sitúa muy cercano a la obra de García Lorca, de quien proyecta, en un futuro, adaptar poemas al formato tanguero.
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Dueño de una voz privilegiada, de una afinación perfecta y de un vibrato sutil, sin estridencias, y luego de ver cómo se le cerraron varias puertas, Tabaré Leyton se abre camino, a fuerza de talento y de tesón, en la escena ciudadana rioplatense como intérprete y como autor. “Ha sido una linda revancha, pero no vengativa, sino que ante una sucesión de negativas se dieron vuelta las cosas”, dijo el cantante a Búsqueda en un alto en los ensayos para el concierto que dará hoy, jueves 11, en la Sala Zitarrosa, para clausurar el ciclo de su primer disco junto a Alberto Magnone al piano, y a Eduardo Martínez y Rodrigo Mendaro en guitarra y guitarrón, formación pretérita que le permite pasar con facilidad del tango a las milongas, a los valses y a las baladas, que son los otros pilares de su propuesta.
En julio de 2011, este montevideano treintañero que por una estrategia de imagen prefiere no decir su edad exacta, editó su primer disco, El tango no va a morir. Un mes después sorprendió al público porteño en el cierre del Festival Mundial de Tango, realizado en el Luna Park, con una gran actuación que fue ovacionada por los ocho mil presentes. Luego integró la delegación uruguaya, junto a Rubén Rada, en un festival mundial de música en Qatar donde compartió escenario con el legendario Jorge Ben Jor, enviado por Brasil.
En 2012 recibió tres premios: Morosoli de Bronce, Iris Revelación y Graffiti al Álbum de Tango. Durante los últimos meses presentó junto a Magnone, en el Bar Tabaré, “Gardel en Nueva York”, una fina selección del repertorio del Mago en la Gran Manzana. Y desde hace cinco años es una de las puntas de lanza de Tango Vivo, un colectivo de conjuntos y solistas uruguayos jóvenes nucleados por el productor Gustavo Colman, que integran, entre otros, Cuarteto Ricacosa, Gabriela Morgare y La Yunta.
Renovando la tradición.
Basta escucharlo unos segundos para saber que Leyton juega con la impronta vocal gardeliana, y lo cierto es que hay que tener agallas para hacerlo, especialmente en Buenos Aires, la ciudad más querida por el autor de “El día que me quieras”. Su voz le sobra para recorrer Gardel de la G a la L, incluso dos tonos más alto que el Morocho del Abasto, como asegura que interpreta sus clásicos.
Como hizo el propio Rubén Rada con su flamante tango “Patrimonio mundial de la humanidad”, titular un disco “El tango no va a morir” es todo un manifiesto. Y lleva implícita una carga de propaganda a favor de la vigencia del género, tal como lo hizo durante décadas el rock o, más recientemente, la música tropical. Es que Tango Vivo se ha transformado en un movimiento independiente que avanza lentamente para devolver al tango el fulgor perdido de este lado del río. Y Leyton defiende su postura poniendo el cuerpo: en conciertos, entrevistas o entregas de premios se viste generalmente de negro, como un rockero, con jeans, campera de cuero, lentes oscuros y pelo cortado como cepillo, más cerca del punk, muy distante de la peinada a la gomina. Solo en algún caso excepcional cambia el aspecto callejero por un traje a medida.
“Me interesa reafirmar que cantar tango no es de viejos, sino que es cada vez más natural que un joven sea tanguero. Es un género con cien años de presencia, tan argentino como uruguayo, que conserva intacta su vigencia”, asegura, al tiempo que argumenta que en Uruguay, desde las políticas culturales oficiales no se cuidó al tango y se lo dejó venir “muy abajo” y “sin apoyo importante”, en comparación con “otros géneros populares como el candombe o la murga, que carecen de un cancionero tan vasto”.
Este artista prefiere la sonoridad y la lírica del género anteriores a la década del cuarenta: el tango melódico, tocado con guitarras y guitarrón y cantado por cantantes de voz aguda, como Gardel. “Antes el tango les cantaba a los derrotados, a los fracasados, al ebrio en una esquina que no es tan bestia como todos creen, sino que lleva una historia terrible. Esos tangos son como pequeños cuentos. Se supone que después vinieron los grandes escritores, del cuarenta para adelante. Pero yo no estoy de acuerdo”, concluye, contundente.