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    Educar pensando, ¿en qué?

    Sr. Director:

    La respuesta instintiva, clavada, debe ser: “En el futuro de nuestros hijos”.

    Es, obviamente, lo que piensa un padre o madre normal.

    Ahora, ¿es eso lo que también piensan los educadores? Si fuera así, ¿por qué no es eso lo que ocurre en el Uruguay? ¿Por qué nuestro sistema educativo muestra tan malos resultados? La explicación standard del establishment educativo (y de sus inspiradores ideológicos) es que falta plata y que, además, vuelta a vuelta aparecen tipos que quieren hacer cosas raras en la educación.

    La edición de Búsqueda del pasado 12 de mayo trae una entrevista a un Sr. Julián Mazzoni (integrante del Codicen, elegido por los sindicatos de la enseñanza), que revela, de forma directa y explícita, cuál es la mentalidad de los docentes sindicalizados y cuáles son sus objetivos.

    Sintetizando:

    Hay que oponerse a los cambios que proyecta la ANEP porque son “procesos de transformación inspirados en la política del Banco Mundial…” “y no puede ser que el BM se meta a educador…”. Nada de analizar contenidos, basta con el contagio con el BM (del que poco y nada sabe el buen señor).

    Lo que se propone es malo, además, porque da más protagonismo al ministerio (como debe ser, al tener responsabilidades jurídico-políticas que los organismos de enseñanza no tienen: responden solo ante sí mismos y sus sindicatos).

    Peor aún, los cambios buscan atacar el desempleo juvenil, “cuando ese problema tiene que ver con la estructura general de la sociedad”. O sea que la educación no debe tener nada que ver con el futuro profesional del educando y tampoco sirve para nada en cuanto a mejorar “la estructura general de la sociedad”. Mazzoni parece seguir la tesis de Marx en cuanto a la necesaria revolución a partir de los medios y las relaciones de producción. Mientras tanto, uno se pregunta: ¿educar para qué?

    “En esta discusión (sobre el sentido de la educación), hay dos posiciones —continúa Mazzoni—. Una es si tenemos que generar individuos que se adapten a la realidad que tenemos desde el punto de vista de la organización de la producción, de la introducción de nuevas tecnologías y todo eso (sic)”.

    “Detrás de la propuesta de las competencias hay una cuestión como de que hay que aceptar esta realidad y que nos tenemos que preparar para eso. Nosotros creemos que la formación de los ciudadanos pasa por un montón de situaciones que tiene nuestra sociedad y que todos acordamos que son injustas, pero que se pueden transformar”. O sea, explicarles a los alumnos que está todo mal y que es mejor concentrarse en las “viejas tecnologías” (¿como la de preparar cócteles molotov y soldar miguelitos?).

    Antonio Gramsci, así se llamaba el inventor de este método, preconizado aquí y ahora, por el consejero Mazzoni, para imponer lo que aquel definía como “hegemonía cultural”.

    Prueba adicional (por si hiciera falta) de la conspiración bancomundialista que inspira al gobierno en materia de educación es que “hay elementos de privatización claros desde la propia cabeza de esta reforma”. Cosas horribles: “Se habla de control de calidad, de eficiencia y ese tipo de cosas”.

    “Son formas de la producción que se trasladan a la educación. Nosotros lo vemos mal”.

    O sea, la educación que quiere este buen señor (que es docente integrante del Codicen) tiene que ser ajena al futuro laboral del educando; ajena a la sociedad en la que aquel va a vivir; ajena al aprendizaje de nuevas tecnologías y, además, carecer de controles de calidad y de metas de eficiencia. Para lo cual, obvio, hay que gastar todavía más plata.

    En la misma línea cultural (jurásico-marxista) el Sr. Mazzoni repudia la posibilidad de propuestas diferentes de un centro a otro, rindiendo culto a la vieja y querida igualdad (para abajo).

    Y, por último, estas reformas tienen el grave defecto de que se piensan para los educandos y no para los educadores. “Porque si vos sos profesor de Historia y te dicen que tu asignatura no es importante seguramente vas a reaccionar”.

    En suma, una adaptación sindicalista yorugua a las ideas de Gramsci. Pero con un grado de avance que ya hubiera querido Antonio.

    Ignacio De Posadas