Impuesto a la solidaridad. Ingresé a la Universidad de la República en 1985 para estudiar Ciencias de la Comunicación. La carrera había sido creada el año anterior por la Dinarp, Dirección Nacional de Prensa y Relaciones Públicas de la dictadura.
Impuesto a la solidaridad. Ingresé a la Universidad de la República en 1985 para estudiar Ciencias de la Comunicación. La carrera había sido creada el año anterior por la Dinarp, Dirección Nacional de Prensa y Relaciones Públicas de la dictadura.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáMientras se reformulaba el plan de estudios que había quedado como herencia, la Universidad nos ubicó en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y cursamos el Ciclo Básico de esa Facultad compuesto por cuatro ciencias sociales.
La historia es larga. Llegó el año 1986 y el Plan ’86 de “eso” que no se sabía si iba a ser Escuela de Comunicación, Licenciatura o qué otra cosa.
Nos dieron un salón, el 31, para albergar a los estudiantes que habían comenzado en el 84 y a los cientos que se habían inscrito en el 85 y el 86. Era como un vagón con capacidad para cuarenta personas y que ocupábamos más de ciento cincuenta. Un peligro. Era a quien llegaba más temprano para oír la clase.
Éramos universitarios de segunda; estudiantes errantes. Nadie sabía de qué se trataba esa carrera llamada “corta”, ni siquiera las propias autoridades de la Universidad, que no tuvieron la visión estratégica, el sentido común y el mínimo sentido ya no universitario, sino humanitario para prestarle un poquito de atención. No sabían qué hacer con nosotros y nos daban las sobras.
Para peor, no había tradición académica en la disciplina; no había docentes, no había literatura, solo la vocación de un grupo importante de gente.
Por el año 89 ¡albricias!, nos dieron un local: un edificio en ruinas (la ex morgue del Hospital Pedro Visca), que estuvo cerrado muchísimo tiempo y habitado por gatos. Aún hoy mi memoria olfativa me trae recuerdos del olor penetrante que habían excretado esos felinos en lo que fue su hogar durante años.
Los estudiantes festejábamos y haciendo de tripas corazón limpiamos ese lugar con productos comprados por nosotros. Viéndolo con ese mismo corazón enfriado por el tiempo, el lugar era patético. El musgo y el agua corriendo por las paredes era el paisaje que, cuando teníamos la suerte de encontrar un docente, ingresábamos a lo que nuestros jóvenes ojos veían como un salón. Con todo en contra, logramos conferirle cierta dignidad al lugar. Era “la casita propia, pobre pero limpita” con goteras por todos lados, lloviera o no, pero con cataratas contundentes cuando llovía y de esquivar baldes para caminar.
Nuestros vecinos, los de Ciencias Económicas, tenían un local reciclado de lo que fue ese viejo hospital. Era un country al lado de nuestro asentamiento. El lugar no solo era digno, sino lindo, con fachada a la calle Gonzalo Ramírez, escudo y cartel. Eso era una Facultad.
Por citar tan solo un ejemplo, uno de nuestros salones era la morgue misma. La puerta se abría del lado de afuera, así que, aunque hubiera cuatro grados, teníamos que apalancar la puerta con una silla para no quedarnos encerrados. El frío que pasamos deja helado a todo aquel que padece el frío. Hacía más calor afuera que adentro.
Pero la historia es larga. Quedamos estudiando aquellos para los que la vocación no era un llamado sino un grito. Justo es decir que la Federación de Estudiantes Universitarios no se sensibilizó mucho con nosotros.
Hace ya unos cuantos años me recibí y hace dos meses me llegó una carta del Fondo de Solidaridad para que acuda a “regularizar” mi situación. O sea: pagar un impuesto a la solidaridad. La Universidad me impone que sea solidaria y me sé tan solidaria como sensata: ¡es la Universidad de la República la que nos debería indemnizar por las penurias que nos hizo pasar, por su falta de pensamiento estratégico en una carrera que era el presente en todo el mundo y que ahora se reconoce como imprescindible!
Es un delirio pretender que nos indemnice pero no nos tiene que cobrar un solo peso, sino llamarse a silencio y hacerse la mínima autocrítica. Pagamos con creces, pagamos hasta los productos de limpieza, pagamos con salud, que esa sí no se arregla con plata.
No solo me cobra la Universidad, el Fondo de Solidaridad, sino que ¡ya me mandó al Clearing! La carta de aviso menciona al citado Fondo como una empresa. Así que el Fondo de Solidaridad, ¿es una empresa?
Por si fuera poco el castigo, quienes nacimos antes del año 1971 no tenemos derecho a la Caja de Profesionales Universitarios. ¿Cuál fue el criterio para esa discriminación? Nadie lo explicó.
Los que nacimos antes de esa fecha y ejercemos una profesión que no tiene aranceles, que tuvimos que abrir una unipersonal y pagarle a un contador para que haga las cuentas y el IRPF y toda la voracidad recaudatoria que nos ahorca, que pagamos más de tres mil pesos mensuales al BPS, no tenemos ningún derecho. Si no trabajamos, no cobramos; si nos enfermamos, el BPS nos paga migajas y nuestra vejez será en la indigencia, porque esos altos aportes no nos van a proporcionar una jubilación digna.
Hace rato que me recibí, pero el Fondo de Solidaridad me descubre ahora, comunica ahora que debo ser solidaria o me manda al Clearing. La Universidad necesita asesores en Comunicación. El Estado ya ha contratado a unos cuantos afortunados, en muchísimos casos, sin concurso. Ahora, ser licenciado en Comunicación es confiable y muchas veces, por considerarlo un cargo de confianza, se contrata a gente que no se recibió, que ni siquiera cursó y obviamente no vivió la tortura de ser un estudiante de esa carrera, de “eso”.
La verdad es que el Fondo me debe un montón de explicaciones para que yo pague ese impuesto que no tengo la menor intención de pagar. La primera porque no me avisaron antes; luego a cuántos funcionarios públicos que emplea debo pagarles, qué se hace con el dinero que supuestamente ponga y que, por favor, se informe de todas estas penurias que pasamos los que tuvimos el empecinamiento de terminar esa carrera y tuvimos que dar cuarenta millones de explicaciones para hacer entender en qué consiste.
Ya no hay agua para escurrir de estos trapos.
Por si fuera poco, profesionales que pertenecen a la misma Universidad que fui yo no tienen siquiera conocimiento de la existencia de esta carrera: les recuerdo los años 1984 y 1985. Como una joven doctora en Medicina que al preguntarme por mi profesión, me hizo otra pregunta devastadora: “¿Eso (Ciencias de la Comunicación) es a nivel terciario?”.
Lic. Magela Misurraco
CI 1.545.610-7