N° 1979 - 26 de Julio al 01 de Agosto de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCuando el pitazo final del argentino Pitana, en la tarde del 13 de julio pasado, bajó el telón del Mundial de Rusia, el ánimo exultante con que los aficionados de todo el mundo siguieron las cambiantes alternativas de un torneo esperado largamente, dio paso a la desesperanzada realidad de que, hasta la próxima cita ecuménica (justamente dentro de cuatro años), deberán contentarse con la propia actividad local o, a lo sumo, con la eventual participación que tengan los clubes de su preferencia en algunas competiciones internacionales.
Una transición ciertamente difícil, especialmente en países como el nuestro, en el que la actividad interna muestra un nivel ciertamente pobre y plagado de dificultades económicas, y los torneos internacionales a los que unos pocos clubes logran acceder, distan de poseer la categoría que otrora tuvieran (basta con comparar las modestas alternativas que hoy ofrecen las Copas Conmebol o Sudamericana con aquellas añoradas Copas Libertadores de América, en su formato original).
Por tal razón, antes de abordar esta penosa realidad vernácula, es preferible echar una última mirada hacia lo que acaba de pasar, cuando el recuerdo está aún fresco, y rescatar un par de aspectos de particular interés que el reciente evento mundialista dejara como saldo.
El punto que más atención despertara lo ha sido la aplicación, por primera vez en un campeonato del mundo, del VAR, esa nueva tecnología utilizada para el fútbol, que ya fuera ampliamente explicada en una de estas columnas, previo al inicio del certamen. Según quienes lo propusieron y pusieron en práctica, el VAR habría de contribuir grandemente a la labor de los árbitros durante los partidos, auxiliándolos en aquellos casos —muy comunes— de difícil apreciación en el mismo terreno de juego; aunque acotado únicamente a unas pocas y puntuales circunstancias del juego.
El sistema fue utilizado en muchas ocasiones y aunque, como era de suponer, ello generó algunas polémicas, puede considerarse que salvó con buena nota el examen, lo que permite augurar que —aun con los ajustes o mejoras que puedan hacerse a su funcionamiento— el VAR llegó para quedarse (al menos en aquellos eventos futbolísticos de mayor trascendencia).
El saldo a la finalización del Mundial indica que el videoarbitraje fue utilizado en 440 ocasiones, disponiéndose por el juez del partido la revisión de apenas 19 jugadas, de las que 16 fueron finalmente corregidas. Las estadísticas muestran que el VAR tuvo asidua presencia en la fase de grupos, para casi desaparecer en octavos y cuartos de final, hasta su fulgurante y decisiva reaparición en la propia final del torneo. Entre las jugadas en las que la nueva tecnología tuvo protagonismo, merece destaque la que fue su primera aplicación (en el partido entre Francia y Australia, en la fecha inicial del Grupo C) cuando el juez —que fue nuestro compatriota Andrés Cunha— terminó concediendo un penal a favor del a la postre campeón, luego traducido en gol, que él no había sancionado en primera instancia. El otro hecho resaltable aconteció en la final misma del Mundial, cuando el juez argentino Pitana, tras revisar a fondo las imágenes —a instancias de la sala de monitoreo— terminó sancionando un decisivo penal en favor de Francia, que había pasado por alto, y que el cuasi uruguayo Antoine Griezmann tradujo en gol, permitiendo que su equipo desnivelara un partido que estaba empatado 1 a 1.
Es cierto que, como expresara el actual presidente de la FIFA Gianni Infantino, al hacer un balance final, el VAR “no ha cambiado el fútbol, pero lo ha hecho más limpio”; sin embargo, deberá mejorarse la operativa por la cual se concreta su intervención en el desarrollo del juego. En efecto, aunque está previsto que sea a iniciativa del mismo juez (si tiene dudas sobre una jugada) o a instancias del cuerpo de veedores, si advierten alguna equivocación suya, lo cierto es que, en este último caso, sigue siendo aquel quien decide en definitiva, algunas veces desestimando erróneamente la mejor opinión de los operadores del VAR (también jueces como él). Y se advirtió, asimismo, una dualidad de criterio por parte del árbitro de algún partido, requiriendo unas veces sí y otras no, la opinión del VAR frente a jugadas similarmente dudosas; y otro tanto de los propios veedores, dejando pasar por alto situaciones que hubieran merecido una revisión (esto, por más que solo pueden intervenir si existe unanimidad entre todos los integrantes del cuerpo). En lo que esta nueva tecnología sí ha resultado exitosa fue en la absoluta erradicación de los goles convertidos en posición fuera de juego, así como en la pasiva prevención de los habituales empujones dentro del área, ante las ejecuciones de pelota quieta (en lo que probablemente haya influido el penal sancionado al argentino Mascherano, por un agarrón a un rival, dentro de su propia área, que no fue diferente ni más grave que los que luego se registraron en otros partidos).
El otro punto que merece especial mención tiene que ver con la preponderante participación, en el plantel del actual campeón del mundo, de futbolistas de origen extranjero, más concretamente de países africanos: nada menos que 14 en un total de 23, provenientes —ellos o mayormente sus padres— de países como Camerún, Guinea, Angola, Congo, Marruecos, Senegal o Malí, por citar solo algunos.
Aunque no ha sido esta la primera vez que una selección francesa apeló a futbolistas de ese origen (Just Fontaine, el goleador histórico en 1958, tenía ascendencia africana, al igual que otras figuras consulares de distintas épocas, como Raymond Kopa, Michel Platini y Zinedine Zidane, e incluso más de una decena de los campeones del mundo de 1998), las actuales circunstancias —derivadas de la intensa ola migratoria que sacude a varios países europeos— han marcado con mayor intensidad la flagrante contradicción entre las políticas restrictivas, cuya aplicación hoy postulan sectores conservadores de la política francesa, y el inconmensurable aporte del que la nación gala se ha servido, recurrentemente, para el logro de sus mejores éxitos futbolísticos. Pese a ello, el actual técnico de la selección Didier Deschamps lo tuvo claro: “El equipo francés siempre ha tenido jugadores de países africanos o sus territorios, y ha sido bueno para el fútbol... Estos están orgullosos de ser franceses, pero por su origen y su niñez tienen amigos o familia en diferentes países”. Y tal ha sido su acierto, que existe una frase —muy en boga entre los hinchas de la Bleu— que lo dice todo: “Didier Deschamps invadió Rusia pero en pleno verano, no en el invierno crudo, como equivocó Napoleón”.
Lo del título: el Mundial ya fue… ¡pero la historia sigue! Y a nuestra Selección le espera, ya el próximo año, la Copa América en Brasil. Óptima ocasión para consolidar la incipiente renovación ya esbozada en Rusia. Y hacia allí hay que apuntar las baterías.