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    El acuerdo entre Israel y Emiratos Árabes ¿se dirige contra Irán?

    Nº 2085 - 20 al 26 de Agosto de 2020

    El atentado del 11 de setiembre de 2001 trastocó para siempre el escenario de Medio Oriente. La intervención directa de Estados Unidos, primero en Afganistán, luego en Irak, y sus políticas para dibujar nuevas correlaciones de fuerzas, encendieron las alarmas en la región. Los países clave de la zona, Irán y Arabia Saudita, se alinearon en todos los conflictos, y sus políticas en esa nueva realidad se realizaron en un complejo ajedrez, donde las alianzas, la diplomacia y la violencia hicieron que el mapa, desde Yemen hasta Siria, se viera perturbado en una guerra que parece infinita. La primavera árabe fue, en 2011, un nuevo punto de inflexión, donde a la geopolítica cambiante se sumó el conflicto social y político, largamente postergado en el Magreb y en el Levante. Mientras tanto, el largo conflicto palestino, tan usado como olvidado, se transformó en la moneda de cambio para estabilizar los poderes en una nueva geopolítica, donde todos, desde Irán hasta Arabia Saudita, se disponen a entregar a Palestina sin más. El “Acuerdo de Abraham” entre Israel y Emiratos Árabes Unidos (EAU) es un momento de inflexión histórico para Medio Oriente, el inicio de una transformación en las relaciones políticas, con consecuencias imprevisibles.

    Desde el siglo hasta Abraham

    La estrategia de intercambiar “paz por territorio” para resolver la situación palestina, cambió desde la Iniciativa de Paz Árabe de 2002, cuando la región acordó ofrecer a Israel el reconocimiento y la apertura de relaciones diplomáticas a cambio de la retirada de Cisjordania y de la Franja de Gaza. Benjamín Netanyahu, fortalecido por sus victorias políticas y electorales, desdeñó toda posibilidad de repliegue, a pesar de las presiones del gobierno de Barak Obama, que poco pudo hacer por Palestina. La victoria electoral del Likud y sus aliados en 2015 dio por tierra con cualquier posibilidad de negociación con base en la Iniciativa de Paz Árabe, que entró en un punto muerto, arrastrada, además, por la Primavera Árabe y por las guerras civiles en Libia y Siria. La caída de Gadafi, con el apoyo del Consejo de Cooperación del Golfo, aliados a occidente e Israel, fue un límite que al ser cruzado no tuvo marcha atrás para las petromonarquías. El diálogo con Israel se imponía y era viable, considerando especialmente que el gran enemigo, la República Islámica de Irán, intervenía desembozadamente en Irak, Siria y Yemen, sin abandonar a los palestinos, y sentando las bases de un poder en crecimiento fuera de sus fronteras. Hamás en Gaza y Hezzbollah en El Líbano, son presencias iraníes inaceptables por su cercanía a Israel. El chiismo en expansión es inadmisible, también, para las monarquías sunnitas, y para el wahabismo saudí.

    Quizá el Acuerdo del Siglo promovido por la administración de Donald Trump haya sido una distracción con el objeto de precipitar el tratado con Abu Dhabi. A principios de agosto se anunció la expansión de las colonias en Cisjordania, el aumento de la soberanía territorial de los enclaves israelíes y, en consecuencia, el control de la ribera del Jordán por Israel. En los hechos, Palestina sería anexionada. Poco hizo el mundo árabe, no más que protestas. Y así, el Acuerdo de Abraham fue presentado por los árabes como una victoria al detener, supuestamente, la expansión de Tel Aviv en los territorios ocupados. Suena a puesta en escena, y es muy probable que lo sea. El príncipe Bin Zayed pretende aparecer como un “salvador” de la causa palestina, cuando en realidad la utiliza como moneda de cambio. La apertura de relaciones diplomáticas entre EUA e Israel prevé una “detente” a la anexión de territorios, pero se preocuparon especialmente en no fijar los tiempos de esa concesión. Tel Aviv puede retornar a su política colonial cuando lo crea conveniente. En otro orden, nada dice Bin Zayed de la relocalización de los palestinos planeada por “el acuerdo del siglo”, ni de la prohibición de fuerzas armadas palestinas, como de la obligación de que la policía palestina sea entrenada y dirigida por Israel. Tampoco asumieron posición sobre la industrialización de Gaza financiada con un préstamo de 50 mil millones de dólares para el establecimiento de empresas israelíes, dirigidas por israelíes.

    Todos sabían que las negociaciones se estaban realizando desde hacía tiempo y que Emiratos Árabes Unidos mantenía fluidas relaciones con Tel Aviv, y no solamente políticas. En realidad, según fuentes privilegiadas con acceso a información especial, el próximo paso será la apertura de relaciones con Omán y Bahrein, algo formal con los primeros, pero de especial importancia estratégica con los segundos. La visita de Netanyahu al sultán Qabús Bin Said en Mascate sorprendió a enemigos y aliados, y sentó un precedente que hoy es significativo. A continuación, la delegación se dirigió, en reserva, a Manama, donde el rey Hamad bin Isa Al Jalifa dio comienzo a la distención, tal vez mandatado por sus vecinos de la casa Saud. La isla de Bahréin es en realidad una monarquía satélite de Arabia Saudita, que no tuvo ningún reparo en invadirla en 2011 para detener el contagio de la primavera árabe en este pequeño reino gobernado por los sunnitas, pero de mayoría chiita. Si Al Jalifa realiza la apertura con Israel, será la manera elíptica en que los saudíes tendrán relación directa con el estado judío, fortaleciendo su posición en la histórica disputa con Irán, que se tornó crítica en Yemen y en el centro de Irak. Sin embargo, varias monarquías del Golfo tienen reticencias. Kuwait declaró que no habrá cambios en su relación con Tel Aviv, en tanto que Qatar guarda un sospechoso silencio; mientras tanto, Irak, fracturado en tantas soberanías como creencias, poco podrá hacer. Sin dudas los kurdos esperan ansiosos la apertura de relaciones con su histórico aliado, mientras que el centro chiita, liderado por el ayatola Al Sistani y por Moqtada Al Sadr, no van a tolerar ningún acercamiento al enemigo. Esta coyuntura y el vuelco político perfilan, quizá, un paso histórico, pero no en la versión del presidente Donald Trump.

    Efectivamente, la apertura del Consejo de Cooperación del Golfo con Israel guarda una íntima relación con el choque contra Irán. Este primer paso no es sólo una distensión entre árabes e israelíes; es, probablemente, el comienzo de la conformación de un bloque para enfrentar a Teherán. Terminada la amenaza de Al Qaeda y del Estado Islámico, las contradicciones geopolíticas por el dominio regional renacieron, pero con otros actores y de maneras diferentes. Queda claro que EAU se posiciona como un país privilegiado respaldado por Estados Unidos, y por una potencia militar y nuclear, Israel; en consecuencia, sería muy costoso para los ayatolas presionar o atacar al reino de Mohammed Bin Zayed. Con la espalda bien cubierta, Abu Dhabi es un ejemplo para sus vecinos y, si el proceso sale bien, será un ejemplo a seguir. El bloque anti iraní, primero diplomático, inmediatamente se transformará en una alianza militar, muy poderosa, que rodeará al enemigo chiita de norte a sur, con el respaldo activo de Washington y Tel Aviv. La lección del fracaso de Sadam Hussein y su guerra solitaria contra la república islámica fue bien aprendida.

    El costo de esta transformación geopolítica fue soltarles la mano a los palestinos, un proceso que comenzó hace años y que hoy parece entrar en su fase definitiva. Con el golpe de Estado del general Al Sissi de 2013, Egipto bloqueó la frontera de Gaza, dando inicio al nuevo aislamiento. Desde entonces la indiferencia fue la tónica de los antiguos aliados de la OLP. La causa palestina, por tanto, está perdida y nadie va a arriesgar el poder por ellos.

    Asimismo, Trump y Netanyahu pueden presentar un gran logro ante sus electorados. Ninguno de los dos tiene fácil su reelección, acosados por sus fracasos y en el caso de “Bibi” por sospechas de corrupción, con el agregado de que ambos comparten un pésimo manejo de la pandemia. Necesitan algo efectivo y efectista, y un logro de estas características siempre juega a favor. Sin embargo, los colonos pueden protestar contra este “canje” que, seguramente, Netanyahu se encargará de solucionar prometiendo la continuidad de la anexión y, quizá, atizando la esperanza del castigo a los iraníes. Pero sólo son hipótesis. Todavía falta mucho para que los tambores de guerra vuelvan a sonar en el Golfo Pérsico… ¿o no?