El agua viene revuelta

El agua viene revuelta

escribe Fernando Santullo

7 minutos Comentar

Nº 2210 - 26 de Enero al 1 de Febrero de 2023

Martes por la tarde. Calorazo pesado en Montevideo. Acaban de traernos la heladera nueva, la vieja falleció de tristeza después de casi 25 años de buen servicio. Después de forcejear un rato hasta ponerla en su lugar, me seco el sudor de la frente y me dispongo a escribir esta columna. Me siento en la compu con la idea de hablar de la importancia del contacto cara a cara a la hora de hacer política. La idea me viene de una frase que el historiador Timothy D. Snyder escribió en su panfleto Sobre la tiranía. Sin embargo, antes me da por entrar a Twitter y es allí donde me encuentro con que la primera tendencia que aparece es Fernando Cabrera. ¡Al fin! Pienso. La sociedad uruguaya al fin se dio cuenta de que tiene un genio musical apenas reconocido en su interior. Pienso en la cantidad de discos maravillosos que hizo, los conciertazos que dio a lo largo de décadas, con o sin banda. Pienso en sus letras, que son mejores poemas que los mejores poemas. Pienso en tanto arte de calidad concentrado en un solo tipo más bien chiquito y me invade la alegría.

Pero no, era obvio. Si Cabrera era tendencia en esa red de odio y conflicto, esa que de manera cariñosa he decidido llamar “la alcantarilla” o “la cloaca”, no podía por ser el reconocimiento de algo positivo, algo bello o algo artístico. En efecto, al bueno de Cabrera le venían despachando hostias como pan de kilo por haberse atrevido a introducir 352 caracteres de comentario político en una entrevista de más de 12.000 caracteres. Una entrevista en la que habla, entre otras cosas, de sus métodos para escribir letras, de lo honrado que se siente de ser un artista muy versionado por otros artistas, de las habilidades no siempre percibidas de Shakira (mortal) y de otra decena de cosas que cualquiera que se interese por la música puede reconocer como valiosas. Incluso quien no guste de Cabrera seguro encuentra cosas interesantes en esa entrevista. Que por cierto, y eso explica los 352 caracteres de marras, fue hecha en Argentina con motivo de unos shows que dio allí. La pregunta que le hace la periodista argentina Susana Ceballos es esta: “Muchos argentinos se fueron a vivir a Uruguay. ¿Es tan paraíso como nos cuentan? ¿Qué podés decir de Uruguay hoy?”. A lo que Cabrera contesta: “No se vinieron a vivir a Uruguay, sino a Punta del Este, José Ignacio, etc. Son los ricos los que vienen, al gusto de nuestro presidente y su gobierno. Ya tenían sus mansiones de veraneo acá, ahora nosotros les proporcionamos una cantidad de colegios exclusivos y servicios de salud. El restante 95% de los argentinos no pueden venir, acá es carísimo”.

¿Me gusta lo que dice Cabrera? ¿Estoy de acuerdo? No, creo que es una simplificación de algo mucho más complejo, algo que tiene décadas ocurriendo. ¿Tiene derecho Cabrera a expresar sus puntos de vista políticos cuando le hacen una pregunta que, sin duda, los involucra? Por supuesto. Tanto como lo tienen aquellos que no estén de acuerdo con él a criticar esos puntos de vista. Pero, claramente, lo que está ocurriendo en Twitter no es eso. En la red de la violencia verbal y el anonimato bully no se discuten puntos de vista sino que se intenta silenciar, intimidar y descalificar a personas con nombre y apellido. Se ataca a la persona y su obra, no sus opiniones. Suele ocurrir casi siempre que se hace un comentario político. O cultural, deportivo, social, el que sea: los soldaditos ultra de Twitter están de guardia para intentar aplastarte con su violencia, orgullosa y sin trabas.

Obviamente, ante tal panorama me invade la tristeza y pienso “pobre Cabrera, una vez que es tendencia, lo es por un comentario al pasar que no se relaciona en absoluto con su arte”. Y eso es lo que escribo en Twitter: “Fernando Cabrera es uno de los mejores artistas uruguayos vivos. Por primera vez es tendencia en esta cloaca porque gente que no sabe quién es lo está crucificando porque dijo no sé qué de Punta del Este, los argentinos y el gobierno. No somos más brutos porque no entrenamos”. Ingenuo de mí, pienso que en la era de la literalidad mi comentario va a ser leído de manera literal. Esto es, que es una pena que una majuga le esté sacando el cuero a un artista no por su arte sino por tres líneas de morondanga que, es obvio, no lo definen ni como artista ni como persona. Ni siquiera lo definen políticamente. Son eso, 352 caracteres en una entrevista 40 veces más larga. ¿Mi tuit implica que estoy de acuerdo con lo que dice Cabrera? No, ya lo dije, si tuviera que definirme sobre el particular diría que estoy más bien en desacuerdo.

El problema es que ya pasamos del nivel ralo de la literalidad y, al menos en Twitter (si ya sé, no es representativo y bla bla, pero cómo jode), estamos en la era de la violencia de barricada virtual. Y es por eso que mi tuit se convierte de inmediato en una defensa de “los zurdos”, de los que cantan como “cordero degollado” (confieso que me gustaría ver cómo hace un cordero degollado para cantar) y demás etcéteras más o menos delirantes que dejo librados a la imaginación del lector, si es que este existe. Tan de barricada viene la cosa que la número tres en la sucesión presidencial decide que es buen momento para dejar de legislar (supongo que eso hacen en el Senado) y meterme en cintura. Así que, medio como al boleo, la senadora Graciela Bianchi me responde: “Más respeto a las opiniones diferentes. ¿No es usted el que pide corrección política?”.

Aunque no deja de parecerme gracioso el estilo pastoril de la senadora (anda por ahí, corrigiendo a cada oveja del rebaño que se le retoba), creo que su investidura amerita una respuesta. Así que le contesto que no, que no soy yo el que pide corrección política. De hecho, esto no se lo digo pero vale la pena recodarlo: cada dos por tres la turba de Twitter por izquierda (alta simetría tienen siempre los extremos) intenta cancelarme a las puteadas precisamente porque la corrección política no me interesa en lo más mínimo. Calculo que por andar tuiteando en medio de una ajetreada jornada laboral la senadora confunde “corrección política” con “necesidad de encontrar acuerdos”. Sobre esto último sí que insisto mucho porque, a la luz de intervenciones tuiteras más bien random como las de la senadora, entiendo que estamos aún lejos de entender la política como el necesario acuerdo pacífico entre distintos. En especial entre quienes, como ella, cobran por eso.

En resumen, una tristeza que a Fernando Cabrera le caiga una ducha de violencia simbólica (le debe importar mucho menos que a mí, es verdad), sobre todo tratándose de alguien que, si bien jamás ha escondido su voto, siempre ha sido muy cuidadoso de que la mirada ideológica no le tuerza las patas a su proyecto artístico, uno al que se ha dedicado en cuerpo y alma como muy pocos. Una pena que cientos y cientos que jamás escucharon o van a escuchar una canción o leer una letra suya se sientan validados a pegarle a su persona y a esa obra que no conocen solo porque los autorizó el enjambre digital y su infecta lógica partidaria. Signo de los tiempos, con senadora incluida y todo. Lo dijo el mismo Cabrera hace tiempo: el agua viene revuelta.