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Del barrio de las latas es un tango —letra de Emilio Fresedo y música de Raúl de los Hoyos— estrenado en 1926. En noviembre de ese año Gardel lo grabó dos veces: la primera en el sistema acústico y la segunda en el sistema eléctrico. Hay, como curiosidad, una versión instrumental de Aníbal Troilo, de 1968.
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A ese barrio de tan extraño nombre también hacen referencia, a veces sesgada o menor, los tangos El ciruja, Juana Rebenque y A mí no me hablen de tango y las milongas Un bailongo, Corrales viejos y Parque Patricios. Además, recibió el honor de ser tema de varias obras teatrales y sainetes: En el barrio de las ranas, de García Velloso; Del mismo barro, de Pico; Los chimangos, de Novión; La noche de los Corrales, de Vacarezza, y El tigre de los Corrales, de Caruso.
Suficiente repercusión artística popular como para despertar curiosidad.
Es que el Barrio de las Latas tiene una vieja pero conmovedora historia iniciada casi simultáneamente a que el tango se desparramaba por prostíbulos, boliches portuarios y áreas marginales.
Hablo de la segunda mitad del siglo XIX, cuando campeaba la desocupación en el Río de la Plata, y el arruinado puerto de Buenos Aires se activó cuando el inglés Eduardo Taylor levantó la nueva aduana.
En las cercanías había grandes descampados que rodeaban, cual marco desértico, las construcciones de ladrillo, y algunos trataban de unirlos para edificar allí lo que pudieran y tener su barrio. Dura labor. Pero la vida siempre acecha con circunstancias inesperadas: en 1871 llegó la peste y hasta familias de clase media y alta se mudaron a la ribera norte del río —aquellos descampados ya parcialmente invadidos— para escapar de la epidemia alejándose lo más posible del centro enfermo. Y el barrio fue real.
Meses después, el mismo año, el presidente Sarmiento decidió crear, cercano a tales sitios, el Vaciadero Municipal; una extensión de más de 30 manzanas donde se depositaban bloques de basura de más de dos metros de altura. La zona pasó a ser conocida como Matadero o Corrales del Alto porque allí también sacrificaban animales en el barro. Al año siguiente el nombre cambió a Matadero del Sur y, enseguida, a Corrales Viejos; tomaba gran parte de lo que es hoy la avenida Alcorta y el lugar donde en 1947 se levantó el estadio del club Huracán. Andrés Camino fue el primero que le dedicó un poema: Nació en los Corrales Viejos, allá por el año ochenta./ Hijo fue de una milonga y un pesao del arrabal./ Lo apadrinó la corneta del mayoral del tranvía/ y los duelos a cuchillo le enseñaron a bailar.
Poco después fue Francisco García Jiménez —el autor de recordados éxitos del tango—: Salieron los bailarines por valses, mazurka y polca/ y entremedio una pareja salió bailando otra cosa./ Con quebradas y cortes firmaban en el suelo./ No lo hacían de compadres, pero compadreaban sin güelta.
Con una extraña mezcla de gentes de distinta condición económica y social —habiendo comenzado a funcionar en 1866 el llamado “tren de la basura”, que la atravesaba— quedó instalada ahí la primera villa miseria de Buenos Aires, a la que primero se llamó La Quema y después, hasta su final, el Barrio de las Latas. Es interesante conocer el por qué de esta última denominación: la mayoría de las casas, de pequeñas dimensiones, fueron construidas con latas de aceite rellenas de barro, levantadas a no menos de dos metros del suelo para impedir la entrada del agua pues era una zona baja y cenagosa. Por esta razón hubo quienes calificaban al sitio como Barrio o Pueblo de las Ranas, aprovechando para rechazar a sus habitantes con el vocablo lunfardo rana (pícaro, sagaz, peligroso).
La muerte anunciada fue precedida de una larga agonía; comenzó en 1912 y llegó hacia 1920, cuando primero el vaciadero y luego las casas de lata fueron sustituidos por unas viviendas más dignas, donde se instalaron cientos de obreros.
Y esto, para cerrar, ya se difuma entre la realidad y la leyenda. Contó León Benarós, el poeta, que Juana Rebenque, que dio título al tango ya referido, era una prostituta, a cuya casa de lata había que entrar agachado de tan baja que era. Y dijo más.
—La mencionaron unos versos que corrieron en aquel tiempo: Hará cosa ‘e una semana que un canfinflero mistongo/ me convidó pa’ un bailongo en el Pueblo de las Ranas./ Las principales bacanas de la ranil población/ cayeron a la función lindamente enfaroladas,/ porque habían sido invitadas con tarjetas de cartón.