El futbolista del entrevero en la mesa de luz

escribe Fernando Santullo 
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Sebastián Fernández firmó hace algunos días con Liverpool, el más reciente campeón del Torneo Clausura uruguayo. Con una larga y rica trayectoria a sus espaldas, Fernández encara su nuevo desafío profesional con la misma competitividad que siempre ha demostrado en su carrera futbolística. Jugador hábil, inteligente y comprometido con el juego, esas tres cosas se pueden decir también de su persona fuera del campo. Seba, como todos lo conocen, es al tiempo que un excelente futbolista un ávido lector, un tipo con intereses culturales amplios, alguien que se ha preocupado por construir un vínculo sólido y terrenal con las cosas que lo rodean. En esta charla Papelito, ex Miramar Misiones, Defensor, Banfield, Málaga, Rayo Vallecano y Nacional, conversa sobre deporte, trayectorias de vida, libros y cómo ser futbolista profesional sin que eso diluya tu conexión con el mundo.

—Estás en un momento interesante, de renovación profesional. Este nuevo contrato habla de tus ganas de seguir jugando. Hay muchos jugadores que en cierto momento dicen: “Bueno, hasta aquí llegué”. No parece ser tu caso.

—En realidad eso es algo que te puede pasar y que en algún momento me va a pasar. Al ser tan competitivo lo nuestro, ocurre que no te querés detrás de los demás. No es lindo sentir que no estás a la altura. Y aunque no lo quieras reconocer, es algo que de a poquito va pasando con los años. Yo estoy acostumbrado a competir y a estar por lo menos al mismo nivel de los demás, entonces llega un momento en que decís: “Ta, no quiero jugar si no estoy al nivel”. Pero ahora estoy con ganas. Tuve mucha suerte en el fútbol, entonces no tengo ese rencor de que las cosas no te salen y la frustración te empieza a comer y te va ganando. En mi caso no es así, estoy bastante limpio de eso, por más que me fui bastante dolido de Nacional. Intenté mantenerme jugando en la Liga Universitaria, con mi hermano, volver a disfrutar del juego y salir del entorno profesional un ratito, para tomar aire y evitar el cansancio que a veces se siente.

—El Cholo Simeone siempre dice que el esfuerzo máximo se da por sobreentendido. ¿La competitividad es la clave para llegar a ser un futbolista de alto nivel?

—La competitividad está antes que todo lo demás. El esfuerzo solo se da para calmar las ansias de competir que uno ya trae. Vos lo ves hasta en los niños, siempre están mirando al de al lado, por más que tengan tres años. Si dicen “vamos corriendo hasta allá”, vos ves que la intensidad y la velocidad suben en la medida en que sienten el empuje del que viene al lado.

—Entonces tiene que ver con jugar en un lugar que te resulte competitivo a vos, ¿no?

—Claro, y eso es lo que buscaba ahora. Por eso agarré el desafío de jugar en Liverpool. Los pibes vienen jugando a un nivel muy alto y para mí es todo un desafío intentar estar al nivel que están ellos. Y quiero jugar para competir, no para chivear. Cuando juegue por chivear, voy a dejar de cobrar. Y no sé si me voy a adaptar, porque ya me conozco. Cuando juego por divertirme nomás, siempre digo: “Ah, qué lindo, lo hago por disfrutar, nada más”. Pero sé que siempre se prende ahí un fueguito, que chiveando no me alcanza. Mis amigos se burlan y me dicen: “Sí, sí, empezaste siendo bueno, siendo tranquilo, dejando pasar, pero en seguida empezaste a arrimar el cuerpo”. Ponele que intento jugar parado, sin matarme. Pero al cabo de un rato sé que no alcanza con jugar parado y empiezo a competir, a disputar la pelota, a querer ganar. Ya me di cuenta de que me siento incómodo cuando intento pelear contra eso, contra esa competitividad, así que al final lo que hago es dejarme llevar y competir como me sale.

—¿En qué momento decidiste que querías ser profesional del fútbol? Quiero decir, más allá de esa cosa infantil que calculo todos más o menos tenemos de querer ser futbolista.

—En mi caso fue más bien un proceso. Nunca me lo planteé de verdad, nunca me presenté a probarme a equipos grandes a ver si me elegían. De hecho me había hecho la cabeza de que iba a estudiar Educación Física en el ISEF, una idea que traía desde antes, desde cuarto o quinto de liceo. Incluso un año quedé fuera del ISEF y al año siguiente me volví a presentar a la prueba y entré. Y mientras tanto había empezado a jugar al fútbol. Entré en Miramar en ese año que quedé fuera del ISEF, y de pronto ya estaba jugando en primera. Fue todo muy rápido, jugaba en Miramar, comenzó el proceso Tabárez y me llamaron muy rápido a la selección. Me acuerdo de ir a EE.UU. a jugar con la selección y en mi pasaporte en la profesión ponía “Estudiante”. Durante mucho tiempo en mi cabeza mi profesión fue estudiante. Era como si no hubiera elegido el fútbol, como si estuviera medio de casualidad ahí, como de costado, jugando para sacarme las ganas, intentando hacer lo mejor, pero sin creérmela del todo. Creo que mi hermano mayor, Agustín, es el responsable de que yo haya terminado en el fútbol, fue el gran impulsor de que me fuera a probar. Y al final terminó siendo una carrera larguísima esto.

—Una cosa que he leído en entrevistas tuyas es que pareciera que no tenés rencores con el juego. Como si no tuvieras deudas con el fútbol.

—Claro. Lo siento todo como un regalo. Pensalo: hacer una carrera de jugar al fútbol es algo casi contradictorio. Es “jugar” al fútbol (risas), algo bastante asombroso. Por supuesto, también me frustré millones de veces, es inevitable. Ahora, si lo mirás desde el otro lado, es algo casi vergonzoso tener deudas con el fútbol si lo comparás con los asuntos del, digamos, mundo real. Ponele, yo estaba triste o enojado porque no me ponían y me llamaban mis amigos y me preguntaban cómo andaba y me daba vergüenza decir: “Estoy deprimido porque no me ponen”. No llegaba ni a ponerlo en palabras porque cuando empezaba a expresar eso, me daba cuenta de que era absurdo. ¿Qué problema puede ser que no te pongan, comparado con los problemas reales?

—Se suele mirar el lado glamoroso del deporte, pero si querés ser el que salta más, el que le pega mejor o el que corre más, tenés que dedicarle tiempo que le sacás a otras cosas. ¿Sentís que tuviste que dejar cosas de lado por el fútbol?

—Sí, muchas. Pero son elecciones que tomé, no deudas que me quedan. Nadie me obligó a hacerlas, y en el momento no sentí que me pesaran porque estaba haciendo lo que quería. Creo que la parte difícil del jugador es la otra, la de exigirte al máximo y querer desarrollarte todo lo que puedas, meter todos los goles que te quedan por hacer y ser lo mejor que podés ser, y que eso no alcance. Ese empuje, más allá del esfuerzo concreto que implica, yo qué sé, levantar pesas, comer de determinada manera, dormir o cualquier otra cosa, está siempre y siempre te hace chocar con tus límites. La idea de que no importa qué tanto le dediques nunca es suficiente, está siempre empujando en los jugadores, siempre ahí. Vos podés hacer lo máximo y dar absolutamente todo y perdiste y entonces todo eso no valió para nada.

—Es curioso, en una entrevista que le hacían a Luis Scola, el basquetbolista argentino, decía algo casi en sentido contrario. Scola decía que si jugaste bien y te volcaste por completo no importa si no ganás el partido porque ganaste la batalla contigo mismo. Y, al revés, podés salir campeón y saber que no diste todo y que eso te frustre.

—Bueno, creo que a eso se llega con la distancia y con el tiempo. Con el tiempo vos empezás a manejar mejor la frustración y te empezás a dar cuenta de que eso le pasa a todo el mundo, que no sos el único al que le está pasando. Entonces empezás a mirar y ves que en el equipo que ganó hay tres que se van muy bien, contentos, hay uno o dos que los cambiaron y se fueron calientes porque les salieron todas mal, y hay cuatro o cinco que están más o menos. Que ganaron pero no se sienten tan bien. Imaginate lo que es el nivel de exigencia en el que estamos nosotros, en donde todo tiene que salirte perfecto para que vos te vayas satisfecho a tu casa. Y son pocas las veces que te vas realmente satisfecho de un partido y muchísimos los partidos jugados. Entonces esa sensación rara, esa especie de frustración, si no aprendés a manejarla, es dura de sobrellevar. De ese lado es del que creo se habla poco. ¿Y por qué se habla poco? Porque al mismo tiempo es un poco ridículo, cuando lo pongo en palabras siento que me da vergüenza exponerlo.

—Alguna vez dijiste que vos te fuiste profesionalizando a medida que avanzabas en tu carrera. ¿Te animás a explicar un poco eso?

—Claro. Los chiquilines aprenden a ser profesionales en las divisiones inferiores. Hacés séptima, te empiezan a exigir, pasás a sexta, luego a quinta. En cuarta se empiezan a terminar las pavadas y empezás a dejar de lado cosas. Es como si fueras aprendiendo qué cosas hacer en determinadas situaciones. Hay ciertos comportamientos que se aprenden en las inferiores y yo no pasé por eso. Te pongo un ejemplo: una vez fuimos a jugar un partido con Miramar contra Plaza Colonia, en primera. Y me llevé la mochila para irme de camping después del partido en el ómnibus del cuadro. Se morían de risa, me había llevado la mochila y el sobre de dormir (risas), no lo podían creer. Ahora lo pienso y digo: “Pah, qué gil”; pero entonces, siendo bien gurí, no le vi nada raro: juego, termino y me voy por ahí. Esas son las cosas que se aprenden en inferiores, y yo las tuve que aprender en primera.

—¿Un partido clave en tu trayectoria?

—¡El segundo partido de mi carrera fue clave! Con Miramar contra Peñarol en el Estadio, fue clave para quedarme en primera. De todas formas, descreo un poco de esa idea de que un partido sea lo que marque una trayectoria.

—Tu carrera profesional fue muy veloz. ¿Cómo fue pegar ese salto entre Banfield y el Málaga?

—Bueno, fue bastante natural. Ya había estado cerca de Europa un par de veces cuando estaba en Defensor y se habían caído por mis problemas de rodilla. Después de llegar a Argentina y salir campeón con Banfield, con 24 o 25 años, era un poco lo esperable. Además, la selección me estaba convocando seguido, jugué el Mundial de Sudáfrica. Siempre sorprendido, claro, por las cosas que te van pasando. Pero al mismo tiempo en ese momento era lo que parecía que iba a pasar y pasó. Fue divino llegar a Málaga y al mismo tiempo fue raro. Nunca me sentí cómodo con eso de llegar y ser la compra más cara de la historia del club hasta entonces. Ese primer semestre que estuve con esa carga, estuve reincómodo. Pero justo el Málaga cambió, entraron los jeques y el cuadro cambió por completo. Pero te diría que el salto no fue una sorpresa.

—¿Notaste algún cambio en lo deportivo entre jugar en América Latina y en Europa?

—No, es bastante similar en todo. Ya mismo jugando en Nacional, Peñarol o Defensor, ni hablar en Argentina, hay una forma de competir y encarar cada entrenamiento que es igual en todas partes. Está lo que te decía de los niños: cuando el que está al lado acelera, vos acelerás también. Jugar con mejores jugadores te exige estar a la altura, te obliga a subir el nivel. Después te dicen que es el entrenamiento o la comida, creo que eso es querer ponerle una explicación extra. No hay una explicación única, pero si vos entrenás siempre con 20 jugadores de determinado nivel, y después pasás a jugar con otro grupo que tiene un nivel más alto, naturalmente vas a subir a ese nivel. Te lo pide el cuerpo, la cabeza. La pelota te lo pide. Después vos acomodás tu forma de vivir para llegar a eso. Incluso los cambios en la alimentación y eso, es necesario cuando sos un poco más grande. Cuando tenés 23 años el cambio lo hacés solo, simplemente llevado por el empuje de los demás.

—Saltando al Seba lector, me gustó mucho una anécdota que contabas sobre la presencia de los libros en tu casa por el lado familiar.

—Es que si mirás los regalos que le hacían a mi vieja, ya desde chica, no lo podés creer. “Este regalo es para Marielita, que cumple dos años”, y de repente el regalo era Crimen y castigo. No le regalaban libros infantiles, eran todos libros pesados. En mi casa siempre hubo de todo para leer. Siempre estuve rodeado de libros. De libros pesados, serios.

—¿Y eso te ha afectado, ayudado o complicado en tu carrera futbolística? ¿O nada de eso?

—En la carrera futbolística no me ha ayudado ni me ha afectado mayormente. Ahora, yo creo que sí te afecta en la vida, en las cosas que te interesan, las cosas que elegís, en los caminos que seguís. Las cosas que leés te acompañan siempre, son parte. A mí me ayudó como distracción primero y después como refugio, durante mucho tiempo. Ahora me sirve para calmar esa curiosidad que tengo siempre, de estar a la búsqueda de cosas que me conmuevan, que me atraigan.

—¿Dirías que sos un tipo curioso?

—Sí, creo que sí. En la búsqueda de libros, de cosas que me sirvan para aprender. Y ahora con las entrevistas (Seba realiza el podcast Primer pensamiento, mejor pensamiento con su amigo Sebastián Estevez, donde hacen entrevistas en profundidad a personalidades de la sociedad y la cultura uruguayas) veo que me interesa mucho entender qué es lo que nos mueve, qué es lo que nos lleva a estar donde estamos. Para hacer entrevistas, como vos me estás haciendo a mí, tenés que ser curioso (risas). Te tiene que venir la curiosidad de saber qué le pasó al otro, por qué está parado ahí, por qué dice lo que dice, por qué piensa lo que piensa.

—¿Lector de ficción, ensayo u otra clase de libros?

—Soy más bien lector de ficción, pero este año tengo un número enorme de libros abiertos y sin terminar. Y ahí hay de todo, aunque estuve leyendo mucho de fútbol. Y hace un par de años me empezó a pegar la idea de dedicarme a entrenar o a estar cerca de la cancha de otra forma. Y me puse a leer sobre entrenamiento y entrenadores. Me interesa mucho la posibilidad de entrenar a niños. Entonces vengo leyendo todo lo relacionado, desde alimentación a neurociencia. También estoy leyendo sobre budismo. Y en ficción me gustan un montón de cosas. Soy un lector cambiante, pero siempre que me cruzo con libros de Bolaño, Dostoievski, Hamsun, Grossman o Tabucchi quiero leerlos.

—¿Cómo fue tu encuentro con Bolaño?

—Bolaño me llegó por mi madre, como casi toda la literatura que he leído. Ella se copó con Los detectives salvajes, me lo pasó y a mí me encantó. Tuve la sensación de estar frente a algo distinto al boom: era literatura latinoamericana, pero con una voz muy particular, muy fresca, más nueva. Él es mucho más realista, con más acción. Te pone mucho más en el lugar, sale de esa fantasía que muchas veces tiene el boom. Me pasó que lo leí siendo muy pibe, 20 años, y tenía casi la misma edad del protagonista. Me fascinó ese viaje, me encantó lo de su alter ego Arturo Belano. Para mí la ciudad de México, que ni la recorrí, es lo que me contó Bolaño a través del viaje de Belano. Son sus caminatas, los personajes que se cruza, los cafés.

—¿Y Tabucchi?

—Leí varios, pero Sostiene Pereira me encantó. Además, como fui a un colegio italiano, me dio por comprármelo en italiano, así lo pude leer sin traducir. Ya lo había leído varias veces, así que pensé: “Pah, la tengo reclara con el italiano”, pero no era verdad, era que conocía el libro, nada más (risas). Es el libro que más he regalado, me encanta. Es bien fresco, bien liviano (pausa), en realidad al final es una tragedia, pero como me acompañó tanto tiempo, lo siento como algo muy lindo de leer.

—¿Cuándo aprovechás para leer?

—Leo de noche. A veces en la tarde puedo agarrar un libro un ratito, pero es difícil con muchas distracciones. Tengo cuatro hijos dando vueltas en casa (risas), es muy salpicado lo que puedo leer por la tarde. De noche, después de que se acuestan, ahí es cuando puedo leer. Soy lector nocturno.

—En este momento, ¿qué estás leyendo?

—Acabo de terminar de releer las Memorias, de Arthur Koestler, que me volvió a fascinar por completo. Estoy leyendo también Liderazgo, de Alex Ferguson. Y recién terminé un libro que es una joya absoluta, El cielo es azul, la tierra blanca, de Hiromi Kawakami, una escritora japonesa. Una maravilla de novela. Y tengo uno de David Grossman, La vida juega conmigo, listo para arrancar. Tengo un entrevero gigante en la mesita de luz (risas).

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2021-04-21T18:20:00