Ha pasado parte de su vida transitando por varios países, y al mismo tiempo que viajero, ha sido un escritor prolífico. Con su obra obtuvo numerosos reconocimientos, como el Premio Grandes Viajeros en 1998 por “China para hipocondríacos”, o el Premio Anagrama de Ensayo 2012 por “La ética de la crueldad”. En su trayectoria literaria abordó todos los géneros: poesía, crónicas de viaje, ensayos, novelas y cuentos. Ahora, con La invención del amor, ganó el Premio Alfaguara de Novela 2013, dotado con 175.000 dólares. Allí cuenta la historia de Samuel, un hombre que pasados sus cuarenta años vive solo y sin apegos familiares, laborales o amorosos: “A mí tan solo me gusta ver las ciudades desde lo alto y abrazar a mujeres que no pronuncian la palabra siempre. O que lo hicieron una vez y se arrepienten de ello: me gustan mucho las mujeres casadas”, dice de sí mismo. Una madrugada, después de varias copas y charla con amigos, suena el teléfono fijo en su piso madrileño. Y esa es la primera rareza, porque ya nadie llama en Madrid a los teléfonos fijos. “Lo siento, lo siento mucho, Samuel”, le dice la voz de un hombre que él no conoce. Esa voz le anuncia que Clara murió, pero Samuel no conoce a ninguna Clara. Sin embargo, tal vez por la tristeza del llanto en el teléfono o porque le atrae el equívoco, Samuel no aclara el error y continúa la conversación. Es así que termina yendo al velorio de Clara y comienza a adoptar la personalidad de “el otro” Samuel. Con esta situación azarosa se desencadena una historia de varias imposturas. El protagonista irá construyendo sentimientos hacia una mujer a la que nunca conoció, mientras se relaciona con su hermana Kiruna y va descubriendo que en toda persona hay una vida oculta. Es esta una novela incómoda y llena de intriga, con observaciones a veces tristes, a veces irónicas sobre el significado del amor: “Un sustantivo devaluado, una moneda tan usada que ha perdido el relieve, de manera que se puede acariciar entre los dedos sin percibir imagen alguna”. El escenario lo aporta la actual Madrid, con sus sobresaltos económicos, sus empresarios en busca de inversores y su bello paisaje urbano, sobre todo cuando se mira desde una terraza a la luz del amanecer. De paso por Montevideo para presentar su novela, Ovejero mantuvo la siguiente entrevista con Búsqueda.
—Su seudónimo para presentarse al premio fue “Doppelgänger”, una palabra que en alemán alude a la figura del doble literario. ¿Jugó con esa idea antes de pensar la trama de la novela?
—Elegí ese seudónimo como una broma porque la novela tiene que ver con el doble, con las parejas, con los dos Samueles y con las hermanas Clara y Kiruna. Pero lo primero que me surgió fue la escena inicial, la de un tipo que está en su terraza de madrugada, un poquito bebido, cuando le avisan que Clara ha muerto y él no replica que es una llamada equivocada. Me pareció un buen comienzo de novela, aunque yo no sabía en ese momento qué novela quería hacer.
—La historia está narrada en primera persona y es tentador asociar a Samuel con usted. ¿Cuánto tiene de su propia experiencia en el amor o en las relaciones de pareja?
—En cualquier novela hay algo del escritor. Con Samuel comparto algunas cosas y otras no, de hecho no estoy de acuerdo con muchas de sus opiniones. No utilizo a Samuel para decir lo que pienso, sino para plantearle al lector temas que creo que le pueden interesar porque pueden tener que ver con su vida.
—El personaje recuerda sus visitas al Museo del Prado con una muchacha que le gustaba y aparecen consideraciones sobre algunas pinturas. ¿Le interesa el arte?
—Eso ocurrió porque yo estaba escribiendo un libro de poemas, “Nueva guía del Museo del Prado”, y estaba yendo muchísimo al museo. Por contagio, eso que yo estaba escribiendo como poesía apareció en esta novela. Muchas veces sucede: pequeñas historias o anécdotas se pasan de un libro a otro.
—Más que una novela de amor parece una novela sobre la impostura. ¿La considera así?
—Siempre hay una impostura en el enamoramiento, lo que hace Samuel es llevarlo a un extremo, porque engaña deliberadamente a la gente que está en su entorno. Pero siempre que nos enamoramos pasa eso, nos inventamos al otro y a nosotros mismos para seducir. La mentira es parte de nuestras relaciones, no por una voluntad de engañar, sino porque somos muchos, y a veces mostramos más a uno que a los otros.
—¿Hay muchos vencejos en Madrid? Aparece en varios momentos de la novela y no es habitual en Sudamérica.
—Es parecido a una golondrina. Pensé que era una palabra corriente en el habla hispana, pero parece que solo en España existen los vencejos. Sobre mi casa sobrevuelan montones en verano.
—En una escena Simón ayuda a volar a un vencejo que cayó en su terraza. ¿Lo tomó como un símbolo del personaje?
—No trabajo con un deseo de crear símbolos o metáforas, pero me he dado cuenta de que cuando hay una escena que me gusta mucho para la novela, pienso que algo debe de significar. Entonces escribí esa escena y luego me di cuenta de que Samuel se identifica con el vencejo, que quiere saltar y volar, hacer lo que le falta.
—“Nunca utilizo la palabra amor. Nunca leo novelas de amor. Todo lo que uno puede pensar sobre el amor ya está dicho”. Esto lo dice el personaje. ¿Usted cómo hizo para alejarse de los estereotipos sobre el amor?
—La novela se llama “La invención del amor”, y al final Samuel va a utilizar la palabra “enamorarse”, aunque la pone en duda. Cuando me di cuenta de que estaba escribiendo una historia de amor o sobre el amor, pensé en lo que eran los tópicos habituales: los besos con los ojos cerrados, la palabra “siempre”, la relación perfecta. Esas no son más que máscaras para todas las imperfecciones e inseguridades que plantea el enamorarse. Al partir de una pasión por alguien que no está, fue más fácil romper con toda posibilidad de tópico romántico.
—¿Los viajes fueron importantes para su escritura?
—Sí, porque me he pasado toda mi vida adulta fuera de España. Entonces eso influyó en mis lecturas, en mis experiencias, en mi visión del mundo. La idea del viaje, de la huida, del vivir otra vida a la que se estaba destinado son temas recurrentes en mis libros.
—Uno de sus libros se llama “China para hipocondríacos”. ¿Usted es hipocondríaco?
—Lo era más, aunque ahora sigo teniendo algunos síntomas. Con el título también quería dar a entender que como viajero no soy un aventurero que lo sabe todo. Soy un viajero normal y corriente, con las dificultades y los miedos que podría tener cualquier persona.
—Incursionó en todos los géneros literarios, ¿con cuál se siente más cómodo?
—Me siento más seguro en la novela, antes me pasaba con el cuento, pero eso ha cambiado. También con el ensayo me siento a gusto, es una buena manera de acercarme a las cosas y pensarlas. Los demás géneros son maneras de experimentar en asuntos a los que no llegas con la narrativa. Eso pasa con la poesía, pero los temas se alimentan de un género a otro, por eso todos me interesan. Cuando escribes poesía te planteas de otra manera la prosa. Uno de los rasgos de “La invención del amor” es el sentido del ritmo, lo que ayuda a que el lector entre en esas disquisiciones del personaje.
—Ha tenido varios premios, ¿cambiaron en algo su literatura?
—No, en el sentido de que no escribo para presentarme a un premio, no pienso en qué le puede gustar a un jurado, me parecería dificilísimo, además, averiguarlo. A veces puede cambiar la forma de escribir si tienes éxito con determinado tema porque hay una tentación en continuar por ahí. Pero hasta ahora, para mí escribir ha sido la posibilidad de ir haciendo lo que quiero. Cuando gané el Premio Grandes Viajeros, el editor me decía para cuándo el siguiente libro de viajes. Y yo le contestaba que no habría otro libro de viajes, no quería quedarme atado por el éxito de un libro, porque mataría mi pasión o alegría por escribir.
—El protagonista de su novela ve Madrid desde la terraza. ¿Qué ciudad vería usted hoy si subiera a ese mismo lugar?
—He vuelto a Madrid hace tres meses. Ahora es un lugar que no se debe ver desde la terraza. Hay que bajar a la calle, todos debemos abandonar nuestras terrazas, nuestras burbujas, nuestros pisitos. Lo que más me interesa de regresar a Madrid es la posibilidad de estar allí, y maldito lo que importa mi voz, pero por lo menos no me quedo con la impresión de estar escondido en la terraza.