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    El “impresionante” crecimiento económico de América Latina “no fue de gran ayuda” para los pobres crónicos, dice informe del Banco Mundial

    Los números generales son contundentes: América Latina desde 2010 hasta ahora creció en promedio a una tasa de 2,5%. Eso permitió que en ese período 70 millones de personas salieran de la pobreza. Sin embargo, la de América Latina “no es todavía una sociedad de clase media” y uno de cada cuatro habitantes sigue siendo pobre.

    Además, hay un grupo importante de personas que no pueden salir de la pobreza y por eso se los considera “pobres crónicos”: no se pueden beneficiar de las tasas de crecimiento y se escurrieron “entre las grietas del sistema de asistencia social”. “Han sido olvidados”, sostiene un informe del Banco Mundial presentado la semana pasada sobre la pobreza en América Latina y el Caribe.

    En el trabajo, Renos Vakis, Jamele Rigolini y Leonardo Lucchetti sostienen que “probablemente el crecimiento económico por sí solo ya no es suficiente para sacar a los pobres crónicos de la pobreza” e indican que, sumado a eso, un contexto desfavorable y un “estado mental abatido” impiden la “movilidad ascendente” de las personas.

    Según el informe, desde el 2004 uno de cada cinco latinoamericanos ha sido crónicamente pobre, lo que se traduce en 130 millones de personas. Uruguay es el país con el menor índice de pobreza crónica; está por debajo del 10%, seguido de Argentina y Chile. Nicaragua, Honduras y Guatemala se encuentran en el otro extremo.

    Los autores afirman que “el impresionante crecimiento económico de la década del 2000 no fue de gran ayuda para los pobres crónicos” por dos motivos. Uno es que los países con las tasas más altas de pobreza crónica fueron los que menos crecieron. En segundo lugar, los hogares crónicamente pobres “tienden a ser más pobres que los hogares originalmente pobres que lograron escapar de la pobreza”. Esto significa que el crecimiento económico “no fue suficiente para sacar a los pobres crónicos de la pobreza”.

    El informe indica que los ingresos laborales representaron “el factor impulsor más importante” detrás de la reducción de la pobreza registrada entre 2004 y 2012. Pero los pobres crónicos no accedieron a empleos estables. “Enfrentan barreras más serias para ingresar a la fuerza laboral y dependen relativamente más de ingresos no laborales”, afirma.

    Los pobres crónicos con frecuencia trabajan en sectores de baja productividad. “Las regiones con una alta concentración de personas empleadas en la agricultura suelen tener al mismo tiempo tasas más altas de pobreza crónica; mientras que los sectores de alta tecnología, servicios, construcción y comercio muestran una mayor tendencia a contratar gente en regiones con tasas de pobreza crónica más baja”.

    Líderes que entiendan su situación.

    Los autores señalan en el trabajo que los bajos ingresos “son solo parcialmente responsables de la cronicidad de la pobreza”. Explican que las principales diferencias entre los pobres crónicos y aquellos que escaparon de la pobreza están en el acceso a los servicios. En 2004 “apenas el 79% de los pobres crónicos eventuales tenía acceso a servicios de agua en comparación con el 89% y el 95% para los que salieron de la pobreza y los no pobres, respectivamente”.

    El lugar de donde vienen las personas “influye en las oportunidades”. Por eso es que las regiones con tasas más bajas de acceso a agua potable, sistemas de alcantarillado o servicios higiénicos tienden a exhibir tasas más altas de pobreza crónica.

    Los autores plantean la necesidad de instituciones fuertes y que “los pobres necesitan ser representados por líderes que entiendan los retos y las necesidades que enfrentan”.

    Las instituciones, agregan, deben funcionar adecuadamente en tres niveles: prestar buenos servicios, que el Estado tenga credibilidad para hacer respetar el marco legal y que los procesos institucionales sean transparentes.

    La investigación también analizó que “las aspiraciones y el estado mental abatido de los pobres crónicos pueden ser una importante barrera para su inserción en el proceso de movilidad ascendente” porque “la situación de pobreza conduce a un estado mental abatido, lo que a su vez reduce las aspiraciones y las posibilidades de movilidad ascendente, perpetuando un círculo vicioso de la pobreza”.

    “Los pobres crónicos de América Latina son los más pesimistas (...): uno de cada cinco considera que su situación económica empeorará en el próximo año, el doble en comparación con aquellos que salieron de la pobreza o que nunca fueron pobres, escribieron los autores.

    Las aspiraciones están “socialmente determinadas” y por lo tanto la capacidad de aspirar es “inherentemente desigual entre ricos y pobres”, afirman. “Es posible que los pobres no inviertan en el futuro parcialmente debido a sus propias experiencias, pero también porque las personas que están cerca de ellos sugieren que escapar de la pobreza no constituye una opción viable”.

    Según el estudio, Uruguay es, después de Brasil, el país donde la población en pobreza crítica es más optimista sobre sus expectativas de futuro.

    Los autores plantean “ir más allá del enfoque clásico de asistencia social, de corte ‘pasivo’, donde la cobertura está dictada por consideraciones presupuestales, el nivel de pobreza y el supuesto de que los pobres buscarán y se inscribirán proactiva y exitosamente en los programas sociales”. Hay que orientarse a “enfoques más activos, que busquen a los pobres extremos y crónicos, los ayuden a aprovechar el sistema de protección social de manera eficiente y los asistan con la identificación de sus propios objetivos de desarrollo”.