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    El jefe silencioso

    Con Martín García, director de orquesta del Ballet Nacional del Sodre

    Si hay algo que puede definir a Martín García es la corrección. Llega puntualmente a la entrevista, viste con sobriedad, se conduce con educación, mide sus palabras y hasta podría decirse que sonríe con mesura. Sin embargo, detrás de esa fachada que puede parecer monocorde, hay un joven lleno de inquietudes que cuando tuvo que decidir su futuro no vaciló en zambullirse en la música. Hasta hace tres años, estuvo además al frente de una empresa familiar que heredó de su padre. Finalmente se vendió y pudo dedicarse de lleno a su profesión, que es la de director de orquesta. Últimamente fue asistente del maestro Martin Lebel en la preparación de la Filarmónica para la Sinfonía Doméstica de Strauss y La consagración de la primavera de Stravinsky. Hoy es el director de orquesta estable del Ballet Nacional del Sodre (BNS). Dirigió Coppelia en marzo y ahora se encarga de Giselle, al frente de la Filarmónica, que va en el Auditorio Nacional del Sodre de martes a sábado a las 20 y los domingos a las 17, hasta el viernes 12 de junio.

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    No se larga a contestar rápidamente: hay varios silencios antes de responder preguntas relativas a su oficio. Pero cuando responde, lo hace con seguridad y fundamento. Nació en 1976 en Montevideo, es hijo de una maestra y un comerciante. Tiene una hermana menor que reside en EEUU. Actualmente vive en pareja tras haberse separado de su esposa, con quien tuvo dos hijas de cuatro y seis años. Lo que sigue es un resumen de su entrevista con Búsqueda.

    ¿Dónde se educó?

    —Fui a la escuela Nº10, que quedaba en la calle San Martín y Martín García. Era la escuela de mi barrio y además mi madre era maestra de preescolares allí. Yo empecé en primer año de Primaria. Después hice liceo en la Sagrada Familia. Salí de allí con una noción muy clara de que quería estudiar música. Empecé entonces dos carreras: Música y Ciencias Sociales, pero en esta última, que comencé en la Universidad Católica, duré solo un mes. Ingresé entonces a la Escuela Universitaria de Música en 1995. El plan de estudios era de siete años, pero di varios exámenes libre y lo hice en cinco años. Egresé en el año 2000.

    —¿Ingresó directamente a estudiar Dirección Orquestal?

    —No, yo era un estudiante de composición y fui descubriendo poco a poco que quería dedicarme a la música que otros escribieron y no a escribir la propia. Creo que es importante para un director haber estudiado composición. En Italia, donde también estudié, el director que estudió composición está mejor conceptuado que el que no lo hizo, por lo menos a priori. Pienso que quien conoce la técnica para componer está en principio mejor equipado para desentrañar lo que quiso expresar el compositor.

    —Y ahora que dirige, ¿abandonó la composición o escribe algo?

    —Creo que es importante saber cerrar puertas porque hacerlo todo y hacerlo bien es algo reservado a músicos mayores, como es el caso de Leonard Bernstein, uno de los grandes talentos musicales del siglo XX, que componía y dirigía pero con una capacidad extraordinaria para hacer ambas cosas muy bien.

    —¿Quiénes fueron sus maestros?

    —Mi maestro en Dirección Orquestal fue Federico García Vigil. Tuve además profesores importantes en otras materias, como Beatriz Lockhart en Armonía y Sara Herrera en Dirección Coral.

    —Estudió además en el exterior…

    —El posgrado lo hice en EEUU, en la Universidad de Northern Colorado. Ingresé como único alumno de posgrado y al mismo tiempo como asistente de mi profesor. Eso implicaba el trabajo semanal con una orquesta; los conciertos los dirigíamos a medias: una mitad él y otra yo. Fue una experiencia intensa y enriquecedora. Por otra parte, fui en 2010 y 2014 a la Academia Chigiana en Siena. Allí se trabaja durante todo un mes, en agosto, dos sesiones diarias con orquesta que implican seis horas por día de trabajo. Es un curso magistral de un nivel muy alto y muy intenso. Por allí pasaron Mehta, Abbado y Barenboim, entre otros.

    —¿Es difícil dirigir una orquesta?

    —Definitivamente, sí. Lo que se ve del director en el concierto es la punta del iceberg, que es la parte visual y externa de un proceso interno larguísimo de aprendizaje de la música y de generación de ideas. Pero es difícil porque entran en juego una cantidad de aspectos psicológicos, humanos y personales. El director no produce ningún sonido, son otros los que están produciendo los sonidos, entonces hay toda una cuestión de motivación de grupo. Y aparte están los aspectos interpretativos que uno tiene que ver cómo comunicarlos, porque nunca se debe olvidar que se está trabajando con sensibilidades que al mismo tiempo hay que respetar. Entonces, el trabajo del director a veces puede transformarse en algo agobiante. Tenga en cuenta que los músicos de una orquesta también han estudiado, tienen ideas propias y de pronto tienen que ponerse a disposición de una persona que se para delante de ellos, que no produce ningún sonido y les dice lo que tienen que hacer. Es estresante para los músicos también.

    —¿Existen o existieron escuelas de dirección o personas que hayan marcado una forma de hacerlo?

    —La dirección es una actividad que está muy ligada a la individualidad: si no se expresa cabalmente la personalidad del conductor no funciona, no es creíble. Por ejemplo: Nicolás Harnoncourt carece de técnica de dirección; hace una cantidad de cosas que yo enseño que no hay que hacer y no hace otra cantidad de cosas que yo enseño que sí hay que hacer (risas). Sin embargo, logra resultados musicales que admiro muchísimo. En el extremo opuesto está el caso de Sergiu Celibidache, con un peso teórico y una idea técnica elaborada hasta el último detalle. Esa exigencia, con infinidad de ensayos, explica los resultados extraordinarios que obtenía y también explica por qué dirigió tan poca ópera, porque no podía someter a los cantantes a la misma exigencia de estudio y de ensayos que planteaba a la orquesta. Él creó una escuela y un grupo de alumnos devotos que propagan sus enseñanzas de técnica y de enfoque hasta el presente. Está además la escuela rusa que formó Ilya Musin, cuyo alumno emblemático es Valery Gergiev.

    —¿Dónde se establece el punto de comunicación con la orquesta para que la música fluya?

    —Es difícil contestar eso. Es una profesión muy particular con muchos aspectos inasibles. Lo que funciona para una persona de repente no funciona para otra. En la historia de la dirección orquestal coincidieron en un momento en la cima de sus carreras Bernstein y Karajan. El primero totalmente extrovertido, a veces hartaba a sus músicos con todo lo que explicaba, transformando los ensayos en clases interminables. En el otro extremo Karajan, un introvertido que no se sabe muy bien qué quiere o adónde va. ¿Cuál de los dos lograba un resultado más personal? Eso depende de cómo se mire. Karajan era un esteta de la calidad sonora, ahí hay un toque personal fuerte: uno escucha una grabación y puede adivinar que es él quien dirige. Dos estilos, ambos personales, muy distintos y los dos de innegable comunicación con la orquesta.

    —¿El día del estreno queda lugar para la improvisación?

    —Sí, normalmente uno siempre se quiere guardar algo. Hay que pensar muy bien qué es lo que se guarda: si el día del estreno uno se lanza más o al contrario, se contiene más y deja más espacio a la orquesta. Las orquestas uruguayas tienen la particularidad de crecer mucho entre el último ensayo y el concierto. El concierto lo hacen con un nivel de entrega, de concentración y de intensidad que habitualmente no dan en los ensayos. Hay otras orquestas en que el nivel es parejo: trabajan de manera similar en los ensayos y el día del concierto. Aquí en general la atmósfera en los ensayos es bastante relajada (risas). Pero cuando llega el concierto, saben que se terminó el relajo y se entregan con un alto nivel de concentración y de intensidad. Siempre les digo a los músicos: ojalá pudiéramos tener tres ensayos con el nervio y concentración que hay en los conciertos (risas).

    —¿Qué opina de las diferencias de tempo con que muchas veces se hace una misma obra?

    —No es algo que mida a priori nunca porque lo que parece correcto y adecuado en una circunstancia, después en otra no lo es. Me ha contado gente que escuchó una obra en vivo que le pareció sublime y luego escucha esa misma grabación en su casa y le parece o muy lenta o muy rápida. La música es lo que se produce en el momento y es muy difícil predecir lo referente a la acústica y a la resonancia de la sala. Un mismo movimiento de una sinfonía, por ejemplo, podría ser tomado a un tempo diferente cuando se ejecuta en salas distintas, atendiendo a esos factores físicos y acústicos. Hay salas que ayudan mucho más que otras a sostener una línea, también hay orquestas a las que se les puede exigir ese sostén y otras que no.

    —¿Considera que es importante un director estable para una orquesta?

    —Es fundamental. El tipo de estructura que forma una orquesta requiere un trabajo de años o décadas para construir el instrumento orquestal con todo el sistema de comunicación y de ensamble que tiene que tener. Y esa construcción se facilita cuando hay al frente una figura de categoría, permanente o estable.

    —¿Montevideo da para dos orquestas o alcanza con una sola?

    —Hay dos dimensiones del problema. Por un lado está la cantidad de actividad que hay y el público que hay. En este sentido, creo que existe lugar y público para la actividad actual y diría que existe una avidez por más. El problema está en otro lado y es el sistema de actividad construido sobre la base de músicos que funcionan en las dos orquestas. Si el día de mañana esos músicos que tocan en las dos orquestas optaran por una de ellas, el sistema colapsaría, porque faltan más músicos en el país. Es un problema complejo para cuya solución hace falta dinero, liderazgo y poder. Yo no sé si viviré lo suficiente para verlo resuelto (risas).

    —¿Qué actividad está desarrollando hoy?

    —Doy clases de Dirección Orquestal en la Escuela Universitaria. Aparte, y con la cátedra de canto de Cecilia Latorre, estamos dando un curso sobre West Side Story, un género distinto y poco frecuentado aquí, que consideramos importante que los alumnos aborden. Dirigí la Filarmónica en la reapertura del Teatro de San Carlos. Con el Ballet ahora estoy con Giselle, luego vendrá la Gala del 80º aniversario del Ballet.

    —¿Es lector?

    —Trato de volcarme a los clásicos porque tengo muchas ganas de leer y poco tiempo para hacerlo. En los últimos años me dediqué a leer La Divina Comedia, La Ilíada, y leí dos veces Don Quijote. Y ahora estoy leyendo Romeo y Julieta, de Shakespeare, porque a fin de año dirijo la obra de Prokofiev con ese título, que hará el Ballet del Sodre.

    —¿Y cinéfilo?

    —Me gusta de todo, desde Fellini a David Lynch, por decir algo. Soy un gran amante del cine y voy al cine todo lo que puedo. Y cuando no puedo, veo películas por otros medios.

    —¿Ve series de televisión?

    —La última que vi fue Los Soprano.

    —¿Practica algún deporte?

    —Voy religiosamente de lunes a viernes al gimnasio, luego de dejar a mis hijas en la escuela. Después estudio y por último voy al Sodre. Soy muy rutinario. La rutina es muy importante para este trabajo.

    —¿Y es hincha de básquetbol o de fútbol?

    —Soy hincha del Club Nacional de Fútbol. Mi padre me hizo socio a los 12 años. Mi generación ha sido afortunada porque si bien creció en una época en que en lo local uno se fue haciendo a derrotas a veces inverosímiles, después hacia el final del siglo XX fue coronado y recompensado con triunfos maravillosos. Y aparte pude verlo en el 80 y en el 88 campeón de América y del Mundo. En el 80 tenía solo cuatro años, pero tengo un recuerdo muy nítido. Y en el 88, con el partido de Tokio, todo el tiempo iba a lavarme la cara para no dormirme.