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Camila Cayota y Soledad Lacassy de pie, bien al frente del escenario, cantan juntas a toda voz con una orquesta de 10 músicos sonando a pleno. Son dos de los más sólidos talentos surgidos en los últimos años en El Galpón. Han actuado juntas en varios espectáculos recientes y también tienen una interesante experiencia en la dirección. Aquí encarnan a Polly y Jenny, dos de los personajes más potentes de La ópera de dos centavos, con la que El Galpón y la Comedia Nacional unieron sus fuerzas en el marco de la temporada de la compañía departamental denominada Nuevos Clásicos, y en el escenario donde esta obra emblemática del alemán Bertolt Brecht estrenada en 1928 se representó por primera vez en Uruguay, en 1957.
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La obra estará en cartel hasta fines de noviembre (sábados y domingos en la sala Campodónico) con un reparto mayormente compuesto por intérpretes de El Galpón y la participación en escena de la Banda Sinfónica de Montevideo, que interpreta en vivo la banda sonora compuesta por Kurt Weil, con una formación de 10 músicos, con dirección y arreglos de Martín Jorge y Franco Polimeni.
Esta historia transcurre en Londres. Mejor dicho en los bajos fondos londinenses. Allí se entretejen las luchas de poder de una mafia que controla la mendicidad en el Metro y en las calles, reclutando personas que viven en la calle para explotarlas en su provecho y quedarse con las monedas que consiguen a cambio de darles algo de comida y un lugar para pernoctar. Una vez presentados los personajes, el conflicto estalla cuando Polly, la hija de Peachum, se casa con Mackie Navaja, el delincuente más famoso de Londres, interpretado en gran forma por Rodrigo Tomé, otra de las buenas noticias recientes en el elenco galponero. Allí comienza la disputa por el control del negocio, las dos partes despliegan su poder y en el medio, un matrimonio une y separa a los clanes en disputa.
En una interesante inversión de género, Peachum, el “empresario” de los mendigos, es aquí interpretado por Natalia Chiarelli; ella y Pablo Musetti son los únicos dos integrantes de la Comedia en este reparto (el resto estaba en Macondo). Chiarelli demuestra aquí una amplia gama de recursos interpretativos (canto, baile, energía y ductilidad en el manejo corporal) que le permiten desplegar una gran teatralidad, ideal para este personaje carismático y poderoso. Musetti encarna a Ilustrado, un narrador externo vestido de traje blanco que, fiel a la tradición del archifamoso distanciamiento brechtiano, entra y sale a piacere de la ficción, en una acertada decisión de la dirección.
Esta ópera popular estrenada en Berlín en 1928, en cuya partitura predomina el jazz, el music hall y esa virtuosa síntesis musical y cultural que se conoce como cabaret alemán, contiene una gran dosis de crítica política y social a una sociedad europea de entreguerras que para Brecht evidenciaba nítidos signos de decadencia moral, en medio de agitaciones callejeras y corrupción pública y privada. La injusticia social y esa corrupción e hipocresía inherentes al sistema económico predominante de las que habla Brecht en esta obra —y en tantas otras— es a todas luces estructural a lo largo de la historia y es la base de la vigencia de esta historia.
La versión y dirección del espectáculo corresponden al mexicano David Gaitán, un artista que también es dramaturgo, actor, guionista, docente y traductor (también se hizo cargo de la traducción del texto original en alemán). Ha escrito unas 40 obras teatrales, de las cuales la mitad están publicadas. Con 39 años, además de desarrollar su carrera en su país, ha dirigido en una decena de países de Europa, América y Asia.
“El teatro, desde siempre, ha ocupado la vanguardia en cuanto a calibrar el presente se refiere. Durante los últimos cien años, además, habitamos la extraña posición de ser una plataforma que se exhibe hacia una colectividad, pero con poca incidencia masiva. Las pantallas dialogan con el mundo, mientras que el escenario lo hace con las personas. Bertolt Brecht, con su teatro épico de la Alemania de entonces, representa una de las últimas huellas de un gesto escénico que pretendía —y lo lograba en medidas importantes— modificar con sus oleajes a la población civil que convocaba”.
Todo muy bien con la postura de Gaitán, quien se planta en el escenario con sobrada personalidad. Hasta aquí, nada que decir. Aplomo y oficio para narrar en escena le sobran al mexicano. Pero hace una de más. Y hay que señalárselo: en un recurso escénicamente vistoso, “dirige” al público, entrenándolo a través de Ilustrado, el narrador externo, para reaccionar muy brechtianamente ante diversas escenas con “aplausos”, “aplausos fuertes”, “reprobación” (hay que exclamar “eeeeeeehhhhh”) y “ternura (“aaaaaahhhhhh”)”. Las indicaciones aparecen en un cartel al costado con las palabras en tubos de neón fluorescente. Está clara la ironía: el sistema capitalista te lava la cabeza y te dirige. Funcionaría muy bien si ocurriera en un momento puntual. Pero la ocurrencia acapara las dos horas que dura la obra (con intervalo). Entonces queda anulado cualquier atisbo de reacción espontánea del público. Las risas y abucheos prefabricados se van tornando cada vez más débiles, anodinos, automatizados, y entran en fuerte contradicción con la potencia visual de la puesta en escena, su despliegue de vestuario y maquillaje y el atractivo de sus actuaciones.
Curiosa y paradojalmente, el programa de mano también incluye estos otros conceptos del director que choca de frente contra su propia decisión: “El pensamiento crítico obliga a revisar constantemente las respuestas prefabricadas, sobre todo cuando de preguntas fundamentales se trata. El teatro es el gran articulador de esa conversación”.