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Río de Janeiro (Gerardo Lissardy, corresponsal para América Latina). Todo indica que la sorpresiva propuesta que lanzó el ex presidente Felipe Calderón a pocos días de terminar su mandato para cambiarle el nombre a su país, de Estados Unidos Mexicanos a tan solo México, difícilmente prosperará en el Congreso. Pero lo cierto es que más allá de su denominación oficial, la nación que recibió su sucesor, Enrique Peña Nieto, al asumir la jefatura de Estado el sábado 1º, es una muy diferente a la que su Partido Revolucionario Institucional (PRI) dejó en 2000 tras siete décadas seguidas de monopolio del gobierno, para mejor y peor. Ahora depende en buena medida de él y su equipo definir si México retrocederá en sus conquistas de este siglo o dará el salto que le falta para convertirse en un gran polo de crecimiento económico y producción industrial en América Latina, como esperan algunos analistas.
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Tal vez la dicotomía entre el México del pasado y del futuro nunca haya sido tan clara como en este comienzo de gestión de Peña Nieto. Por un lado, el regreso del PRI al poder reanima los viejos fantasmas de autoritarismo, corrupción y falta de transparencia que ese partido representó durante buena parte del siglo XX, en un país que mantiene una gran dependencia del petróleo, monopolios en áreas de la economía, problemas de pobreza y desigualdad pendientes y que hoy sufre una guerra al narcotráfico con cerca de 60.000 muertos en los últimos seis años. Pero por otro lado hay un México moderno, que crece a tasas que hoy podría envidiar Brasil (3,9% del PBI el año pasado y otro tanto estimado para este año), está entre los cinco mayores exportadores de autos y vende productos electrónicos a Estados Unidos (EEUU).
Enrique Peña Nieto
“Tenemos las dos cosas a la vez. El tema es que México se ha estado integrando al resto del mundo muy bien, pero quedan resabios del pasado”, explicó Claudio Loser, un ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI) para América Latina que antes de la elección de Peña Nieto en julio presentó a él y otros candidatos un estudio sobre el futuro del país realizado por especialistas locales y de Washington. Loser aclaró que permanece vigente la duda de si el PRI romperá con sus intereses de otrora para hacer algo nuevo, pero dijo haberse llevado una buena impresión del actual presidente y su equipo. “Es un hombre joven y le doy más mérito del que le daba antes de conocerlo”, comentó a Búsqueda.
Un equipo peculiar
Abogado de 46 años y ex gobernador del Estado de México, el más poblado del país, Peña Nieto asumió en una ceremonia con menos suntuosidad de la que muchos podían esperar en función de los antecedentes de su partido. Eso fue interpretado como una señal de cambio y el flamante presidente prometió que moverá “todo lo que se tenga que mover” para impulsar el crecimiento económico que, según sus objetivos, debería llegar a 6% anual en el sexenio. Pero las protestas que realizaron el mismo domingo diputados de izquierda y cientos de jóvenes que chocaron con la policía en las calles fueron un nuevo aviso de los desafíos políticos que enfrenta para potenciar la segunda mayor economía de América Latina.
Loser dijo que las transformaciones imprescindibles que México deberá realizar, que a su juicio pueden romper el statu quo y cuadruplicar el ingreso per cápita en dos generaciones, deben incluir una reforma educativa, otra en el monopolio petrolero estatal Pemex para permitir mayor competencia y realizar contratos con empresas que exploten mejor las riquezas energéticas del país (crudo y gas), y a la vez otra en el plano fiscal que disminuya la dependencia del petróleo y consolide los logros macroeconómicos recientes. Pero advirtió que la lucha contra el crimen también es crucial porque, sin solución al problema de la violencia, “no hay crecimiento que dure”.
El gabinete que Peña Nieto presentó la semana pasada está formado por un puñado de tecnócratas de su confianza, formados en el extranjero en áreas como Hacienda (Luis Videgaray) o Economía, junto a una decena de dirigentes partidarios y ex gobernadores que le darán músculo político a su administración. Un ejemplo de esto último es el nuevo secretario de Educación, Emilio Chuayffet Chemor, un ex secretario de Gobernación que tendrá la misión de negociar cambios educativos, incluida una reforma de la carrera docente, con el poderoso sindicato de maestros.
“Regresan los profesionales de la política, que México no tenía desde 1994”, sostuvo Luis Rubio, presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac) una institución independiente en Ciudad de México dedicada a temas económicos y políticos. “El otro gran cambio es que Peña Nieto sabe bien que esta es la última oportunidad que tiene el PRI: resuelven los problemas o van a perder para siempre. Entonces el incentivo para él es monumental para dedicarse a hacer cambios importantes que se puedan apreciar relativamente pronto”, agregó en diálogo con Búsqueda.
Pero a su juicio el nuevo gobierno también deberá demostrar en la práctica su voluntad de combatir la corrupción, “porque varias de las personas que entraron al gabinete están asociadas con corrupción vieja”.
Hecho en México
El PRI carece de mayorías en el Congreso, donde en los últimos años naufragaron reformas propuestas por el gobierno de Calderón en materia fiscal o de energía. Sin embargo, Peña Nieto ha respondido a esta dificultad con pragmatismo, apostando a dos hábiles negociadores legislativos de su partido que ya consiguieron acuerdos con el gobierno saliente de Calderón para sacar leyes de reforma laboral y administración pública.
Rubio, columnista del diario Reforma y analista frecuente de periódicos estadounidenses, dijo ser “más optimista que en los últimos 20 años” respecto al futuro de México, a pesar de que también nota que el proyecto de reforma energética se diluye día a día. “Esta es la gran oportunidad de resolver los problemas internos y convertirse en el factor manufacturero de Norteamérica”, opinó. La revista británica “The Economist” consignó recientemente que México ya es el mayor exportador mundial de televisiones de pantalla plana, BlackBerrys y heladeras-freezer, y señaló que de mantenerse las tendencias actuales será la principal fuente de importaciones a EEUU hacia 2018.
Sin conformarse con su acuerdo de libre comercio vigente con sus dos vecinos de Norteamérica, México mira con creciente interés las oportunidades que presenta Asia y ha conformado la Alianza del Pacífico junto a Colombia, Perú y Chile. El año pasado el país batió su propio récord histórico de número de empleos creados. Calderón logró extender el seguro de salud a 35 millones de habitantes y construyó más de 20.000 kilómetros de carreteras y puentes, al mismo tiempo que aumentaban las reservas internacionales del país. Peña Nieto ha prometido un nuevo programa de mejora de infraestructura y transportes.
Pero México tiene varios nudos que desatar para desarrollarse. Cerca de 46% de su población vivía por debajo de la línea de pobreza en 2010, según la última cifra oficial disponible (tres puntos superior a la registrada cuando Calderón asumió en 2006). Un ranking reciente del Foro Económico Mundial sobre la calidad de la educación ubicó al país en un puesto poco halagüeño: 100º entre 144 países medidos. Esto supone un obstáculo no solo para reducir la pobreza sino para aumentar la productividad. Al mismo tiempo que una parte del sector manufacturero mexicano compite en las grandes ligas mundiales de exportadores, hay otra más tradicional que enfrenta crecientes dificultades para sobrevivir.
Y aunque Peña Nieto prevea concentrarse en la economía, también ha prometido cortar a la mitad la tasa de homicidios. La guerra declarada por Calderón al crimen organizado ha empeorado la imagen de inseguridad del país en todo el mundo. El presidente José Mujica dijo hace poco que fue precisamente la situación de México lo que le llevó a proponer legalizar la producción y el comercio de marihuana en Uruguay, como estrategia para disminuir el poder del narcotráfico. Antes de terminar su mandato Calderón admitió que es imposible frenar el tráfico de drogas. Ahora Peña Nieto está “cambiando radicalmente” la lógica de seguridad, dijo Rubio. “Ya no van a ir a confrontar a los narcotraficantes sino que van a ir a proteger a la población”, explicó, y anticipó que esto puede disgustar a Washington ya que “la implicación es que ya no van a tener como objetivo tratar de impedir los flujos de drogas hacia Estados Unidos”.
Según el analista, en México todos son conscientes hoy de las reformas que el país necesita y, a diferencia del pasado reciente, el nuevo gobierno tiene la capacidad política de concretarlas. “Van a saber cómo hacer las cosas”, dijo, “espero que también sepan qué cosas hay que hacer”.