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    El principal enemigo

    En su declaración de independencia, y en otros documentos, los padres de la patria estadounidense sostuvieron la existencia de algunos derechos fundamentales. Por ejemplo, el derecho a la vida, a la libertad, a la propiedad privada y a la búsqueda de la felicidad. A partir de ese entonces, el listado de derechos humanos ha ido creciendo sin cesar. Hoy se da por sentado, en forma automática, que existen y se deben cumplir una amplia gama de derechos, tales como el derecho al trabajo, el derecho a una vivienda “digna”, el derecho a la educación, el derecho a un sueldo “justo”, el derecho a esto y el derecho a lo otro.

    Me animo a sostener que esa marea inflacionaria de derechos se basa en la conquista por parte del hombre masa, es decir el hombre mediocre, de todos los resortes y espacios públicos, desde la plaza del barrio hasta el Parlamento y la Presidencia de la República.

    El hombre masa, sea pobre o rico, proletario u oligarca, analfabeto o universitario, está convencido de que la civilización y todos sus beneficios materiales y espirituales se deben a un proceso natural. Si le duele la cabeza, el hombre masa toma un analgésico pero no se detiene por un segundo a pensar, pues la idea ni siquiera se le cruza por la dolorida testa, que esa pastillita representa un cúmulo de dedicación, de esfuerzo intelectual, de paciencia y de riesgosas inversiones económicas.

    Esta postura explica, por ejemplo, que el gobierno español, frente a la magnitud de la crisis financiera actual, haya hecho un recorte monumental en el presupuesto universitario para los programas de Investigaciones y Desarrollo pero haya aumentado el presupuesto del deporte. Razona, el hombre mediocre acampado en el poder político hispano, que el analgésico y el celular y el avión a chorro están ahí por cuestiones inapelables, mientras que el deporte necesita ser apoyado e incentivado para no decrecer.

    El mismo mecanismo explica por qué las masas desocupadas que quieren trabajar exijan puestos de trabajo con salario “justo”, independientemente de las posibilidades materiales del dador de trabajos para generar tales empleos con tales salarios. El mismo mecanismo explica por qué las masas desocupadas que no quieren trabajar exijan planes sociales que les permitan comer, fumar y ver televisión sin hacer algún tipo de contraprestación. El mismo mecanismo explica, en definitiva, por qué quienes no tienen casa exigen una vivienda “digna” aunque no dispongan del dinero necesario para adquirirla o no estén dispuestos a levantarla con sus propias manos. La quieren gratis, aquí y ahora.

    El hombre mediocre, que es por lejos el principal consumidor de bienes producidos por la civilización, desconoce las causas del progreso que consume. Las desconoce y tampoco le interesa conocerlas, que son dos cosas similares, pero no iguales. El progreso, para él, es un fenómeno como los astros solares, que están movidos por una fuerza totalmente ajena a la voluntad humana. Por eso, el avance se le aparece como algo tan garantizado como la próxima salida del sol. En su visión de la vida, a la civilización 4.0 le sigue la civilización 5.0 y luego hay que esperar un tiempo para que se introduzca en el mercado la civilización 6.0. Así de simple y automático. Por eso hemos repetido, una y otra vez, que para el hombre mediocre el mundo es como es porque no puede ser de otra manera.

    Ahora bien, ¿es posible salvar al hombre mediocre? ¿Es posible rescatarlo de sí mismo, liberarlo y convertirlo en hombre selecto? Mi respuesta es no, pues el tiempo y la experiencia me han convertido en un escéptico en grado de contundencia. Para Ortega y Gasset, el problema del hombre mediocre es que se considera perfecto. Estoy de acuerdo con ello, pero prefiero decir que el verdadero problema del hombre mediocre es que se considera normal. Si alguien se considera normal, entonces no quiere convertirse en anormal.

    Llegamos así a la siguiente conclusión. La enorme mayoría de los hombres son mediocres. La mediocridad es mayoritaria en todos los sectores sociales y se da tanto en el campo de fútbol como en el aula universitaria. El hombre mediocre da por sentado que el progreso, o la civilización, es un proceso natural. Por ende, la luz eléctrica, Facebook y el crédito bancario no son para él el resultado de un secular trabajo científico y tecnológico por parte de una pequeña comunidad de hombres selectos sino que responden a una ley suprema que ha puesto esas cosas a su disposición.

    En consecuencia, desde la perspectiva mental del hombre masa es tan normal y automático esperarse una nueva versión de Windows como una vivienda “digna”. Tanto da una cosa como la otra. Ninguna de ellas pende, según él, de un fragilísimo hilo cuyas fibras están a merced de la rotura, sino que son algo garantizado e imperecedero: un mero derecho. Su derecho. Por eso, y por muchas cosas más, el hombre mediocre es el principal enemigo de la civilización.

    (*) El autor es doctor en Historia y escritor