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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEs bien sabido que la periodización histórica tiene mucho —muchísimo— de convencional y arbitrario. El calendario pasa siempre igual y son los ojos y el espíritu que los anima los que van marcando discontinuidades significativas que nos dicen de edades, etapas, ciclos. Si en su temporalidad de almanaque los siglos tienen 100 años, en la significación que les atribuimos, como lo enseñó de modo muy exitoso Hobsbawn, los siglos pueden ser largos o cortos y durar más o menos de 100 años.
En la historia vernácula, el siglo XX seguramente comienza un proceso de inicio con la bala (¡maldita perra!) que mató al Gran Saravia y se termina con la elección de la Constituyente de 1916 y su obra, la Constitución de 1918. Hasta allí todo era siglo XIX en la ciudadanía, en los partidos, en la praxis política.
Con las resultancias del proceso abierto por la reforma de 1996 y la finalización de quince años de predominio electoral (cultural, también) del Frente Amplio, que fue —mutatis mutandi— aplicación al caso nacional de la vieja estrategia de los frentes populares desplegada desde la Revolución soviética y viabilizada por las crisis nacionales acumuladas durante los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial y decantadas en su último tercio, termina el siglo XX uruguayo que solapó un tercio de siglo XXI, ya consolidado en el mundo. Ninguno de los partidos ni movimientos políticos será ya el mismo; ni serán iguales los escenarios de competencia y cooperación. Todos han gobernado o gobernarán. Todos han subido la cuesta del poder en limpias victorias y la han bajado en indiscutibles derrotas. Este es el núcleo de la novedad. La capacidad adaptativa marcará la línea entre la muerte y la vida.
El rito electoral, como no podía ser de otra manera, a la uruguaya, ha sido el camino y está apuntando las vertientes por las cuales seguramente marchará la vida de la comunidad política uruguaya en el futuro.
Desde la elección de 2009 tuve la percepción de que al Frente Amplio no lo derrotaba un solo partido. Lo derrota otro frente u otra coalición. El andamiaje del balotaje ha sido el marco para una coalición fácil, cómoda, austera de mecanismos y orgánicas, sin mengua de conducción. El pluralismo político uruguayo de muchos partidos ha buscado una atenuación de segunda vuelta o sea de construcción gubernativa.
Si esa coalición ha servido para derrotar al frente populista y constituir un gobierno sobre bases ciertas, seguramente servirá para mantener la esperanza en su evolución futura, que sin perder necesariamente su flexibilidad, sea congruente con la mecánica electoral del balotaje y no requiera estructuraciones duras y partidocráticas.
El país de dos mitades seguramente expresa en la comarca luchas profundas en el subsuelo conflictivo de la sociedad. Allí hablará la Historia.
Y también expresa tensiones duras en la terraza cultural, en la superestructura.
En ese contexto, el Frente tradicional, de los grandes dinosaurios al comando, se enfrenta a una dirigencia de la coalición renovadora en cuyas manos está la ejecución del plan político de los nuevos tiempos. Lo más esperanzador es que la renovación en los partidos de la coalición, sobre todo en los tradicionales, se dio sin grandes cataclismos. Eso no pasará en las filas de una izquierda como la uruguaya, atada al peso de venerables gerontes, algunos devenidos en celebrities globales, lo que les agrega una aureola bien rentable para la permanencia en los sillones.
En fin; Luis Alberto Lacalle Pou y Beatriz Argimón, en nombre de la coalición, los legisladores electos y los dirigentes de los partidos coaligados, son los primeros gobernantes del siglo XXI real. El proceso histórico canceló las dinámicas políticas propias del siglo XX y erige a la coalición encabezada por el PN en el motor de dinámicas cualitativamente nuevas: no se trata de coincidencias, se trata de corresponsabilidad en el acuerdo gubernativo alcanzado: toda la carne en el asador.
Y no son los primeros gobernantes del siglo XXI por casualidad. Si de algo somos testigos los uruguayos de este tiempo, es de la peripecia vital de Luis Alberto Lacalle Pou: la gestación impecablemente democrática de un líder y el crecimiento personal de un hombre abierto a los signos de su tiempo. En su mensaje está diciendo que no importa de dónde venimos, importa hacia dónde debemos ir. También del coraje y serenidad de los jefes de los partidos coaligados. Asimismo, somos testigos de la sabia mezcla de la sangre nueva y los veteranos sabios que capitanearon la recuperación democrática y son, a justo título, padres de la transición uruguaya. Unos, para dirigir; otros, para aconsejar. Este esquema fue el que refrendó el pueblo en las elecciones. A esta dirigencia nacional toca culminar la obra de refundación de partidos que proclamó el anterior Ppresidente Lacalle como desafío profundo del sistema político nacional. Y, al igual que en los comienzos del siglo XX lo hizo el presidente Batlle y Ordóñez, les toca comandar la consolidación del Estado de prosperidad para todos, sin excluidos, del siglo XXI, el Estado de derechos y deberes, el Estado para el desarrollo sostenible, o dicho desde la intensidad de las urgencias de esta y futuras generaciones, el Estado social y ambiental de Derecho.
Dr. Ricardo Gorosito Zuluaga