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Un velo de novia con flores y lazo negro, una mujer y un maniquí que es su doble, una cordillera colgante, los ecos del monocordio, palabras que hablan sobre objetos y objetos que se completan con palabras. Sonidos, textos e imágenes se integran en las muestras “Felisberto” y “La invisible ironía de un objeto” que, a partir de la lectura y de una libre interpretación de los relatos del compositor, pianista y escritor Felisberto Hernández (Montevideo, 1902-1964), se exponen en el Espacio de Arte Contemporáneo (EAC, Arenal Grande 1930).
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La primera sorpresa es descubrir a cinco artistas chilenos que cruzaron la cordillera para exponer sus obras inspiradas en el narrador uruguayo. La segunda es la fascinación que despertó Felisberto en Ricardo Loebell, curador y promotor de la muestra. “Cuando empecé a leerlo me encontré con algo muy familiar, abierto a diferentes posibilidades. Me di cuenta de que su humor consiste en que uno se descubre en su escritura y dice ‘esto es cierto’. Cuando lo leo, él no me lleva a otro mundo, sino que me mete en el mío, y así lo voy comprendiendo más”, explicó en diálogo con Búsqueda.
Resumir el perfil de Loebell no es sencillo. Ingeniero, doctor en Filosofía, Estética y Filología y consultor en psicoterapia, también escribe y edita poesía, es traductor y autor de ensayos sobre literatura, filosofía y arte contemporáneos. Y, además, tiene una visión “felisberteana” del entorno: “Cuando veo algo, saco mi libretita y me pongo a escribir. Si es un poste de luz, empiezo a pensar desde cuándo está alumbrando y a tener un diálogo con ese poste. Estas cosas las escribo y se entrelazan con los que llamo ‘ensayos poéticos’, que no son los ensayos rígidos, como los académicos. Es el ensayo primigenio, el de Montaigne, para quien ensayar era ‘aprender a morir’”.
Loebell pensó primero en hacer una muestra sobre Felisberto en Santiago, y la iba a llamar “Avenida La Paz”. “Hay un psiquiátrico en esa avenida que conecta por un túnel con el Cementerio General. Quería vincular el desvarío con la realidad y que todo terminara en La Paz, como si fuera Bolivia. Pero después me pareció muy forzado”. Entonces pensó en Montevideo y en que “no hay Felisberto sin Uruguay”. Uno de los artistas que convocó para la muestra, Rodrigo Zamora, ya había expuesto en el Subte Municipal de Montevideo en el año 2011. Loebell aprovechó ese vínculo y así llegó al EAC la muestra “Felisberto”.
A partir de la lectura del cuento “Mur”, Zamora creó, con varillas de PVC espumado y líneas de tinta china, un paisaje en tres dimensiones que juega con la luz y las sombras (“Cabos sueltos”). También utilizó palabras que surgen de traducciones y producen “frases algo discontinuas, y uno se da cuenta de que es un paisaje con un descalce”, comentó Loebell. La otra obra de Zamora, “Micropaisajes”, se compone de módulos cuadrados que tampoco “calzan”. “Usted no debe acomodar sus pasos al compás de los míos, soy yo quien debe seguir el ritmo de los suyos”, dice el protagonista de “Mur”, y algo de este “descompás” posee la muestra.
Andrea Goic leyó la obra reunida de Felisberto y creó “Moto perpetuo” con una secuencia de fotogramas de la película “Ensayo de un crimen”, de Luis Buñuel. El protagonista besa un maniquí que es igual a la mujer que le niega sus besos, hasta que finalmente ella accede. Es un ir y venir entre los labios fríos del maniquí y los tibios de la mujer. Debajo se ve un video con las manos de la artista tocando el piano y, sobre las teclas, la frase: ”El cine de mis recuerdos es mudo”.
La pieza de Pedro Tyler (uruguayo-chileno) surgió del cuento “La envenenada”. Un espacio celeste atravesado por tres estelas de avión se proyectan en la pared, mientras de fondo se escucha “Canción de cuna”, compuesta por Felisberto. Es un contrapunto musical para la historia de una mujer que muere con el brazo en alto mientras continúa sosteniendo un pañuelo.
Otros sonidos incorporó la escultora Carolina Ruff a partir de “El balcón”, con ocho monocordios instalados en las paredes de una sala. Las cuerdas se extienden en forma geométrica y, a medida que se pulsan, el recinto se convierte en un cuerpo sonoro.
Felipe García Huidobro se ocupó de un episodio casi desconocido en la vida de Felisberto, mencionado en “Tierras de la memoria”. Allí, el personaje-narrador viaja a Mendoza a dar un concierto, y en el trayecto va recordando cuando diez años atrás había atravesado la cordillera. García Huidobro trajo de Pittsburgh una cordillera hecha con el papel de los afiches que se pegan, unos sobre otros, en las columnas callejeras. La suya es una cordillera “suspendida” con el especial espesor y cromatismo que le da el material con el que fue construida.
Por su parte, las uruguayas Alicia Ubilla y Alejandra del Castillo se inspiraron en frases de cinco cuentos para su muestra “La invisible ironía de un objeto”, con curaduría de Olga Larnaudie. Tacitas quebradas, candelabros incorporados a la pared con las huellas que dejan las velas y un tul de novia con pequeñas flores que recuerda a “Las hortensias”: son objetos corpóreos o dibujados que están en silencio, aunque evocan varios sonidos.
Además de esta exposición, Loebell dejó dos ideas en Montevideo. Al director de Cultura del MEC, Hugo Achugar, le propuso que la muestra viaje por el interior del país, “como siguiendo las huellas de Felisberto”, y se exhiba en los Centros MEC. La otra idea es que artistas uruguayos expongan en Chile obras inspiradas en María Luisa Bombal, escritora y violinista chilena, a quien el curador le encuentra similitudes con Hernández.
“Fue un precursor sin tener ínfulas de serlo”, dice Loebell al explicar su atracción por Felisberto. “Cuando él escribía parecía que no quería escribir. Lo hacía sobre aquello que no resultó: un vendedor de medias que no vende, un concierto malogrado, un balcón que se suicida. Y como pensando en sí mismo, agrega: “Es como quien llega a una esquina y dice: ‘¿y ahora qué hago’?. Y lo que hace Felisberto es siempre distinto”.