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    El tenis como experiencia irresistible: se estrena Desafiantes

    La actriz Zendaya se afirma como protagonista en este drama deportivo de Luca Guadagnino

    Olvídense del fútbol, el boxeo o el basquetbol: con Desafiantes, el cineasta italiano Luca Guadagnino eleva el deporte a una dimensión cinematográfica sin precedentes. En este drama romántico sobre un triángulo amoroso en el mundo del tenis, el director de Llámame por tu nombre (2017) y Hasta los huesos (2022) entrega una de las películas más estimulantes y sensuales de la temporada.

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    Su éxito radica en la combinación de tres elementos: un reparto juvenil lleno de talento y carisma; una cámara que captura la esencia vibrante del tenis sin caer en la monotonía, y una mirada desenfadada hacia la obsesión por el deporte de alto rendimiento. Todo ello enmarcado en la temática central del director: el deseo.

    Desafiantes es una película que destila sensualidad más que sexualidad. Rebosa encanto y homoerotismo y una fascinación constante por el cuerpo humano. Combina hábilmente técnicas cinematográficas atrevidas con una exploración desfachatada del mundo que retrata. Aunque gira en torno a la competición entre dos amigos y rivales, con una pelota amarilla casi siempre presente escena de por medio, la película no trata estrictamente sobre los pormenores del deporte. Ahonda, principalmente, en la búsqueda de un propósito en pos de un legado duradero.

    El inicio tiene lugar dentro de una cancha de tenis y, sin vacilar, Guadagino, que aquí filma el guion del dramaturgo y debutante en el cine Justin Kuritzkes, nos lanza como espectadores al duelo entre dos tenistas. Sudorosos, cansados y entregados, todavía no se sabe qué está realmente en juego entre ellos. Sí se puede detectar algo: una mujer, espléndida, asertiva e intimidante observa atentamente el partido. Lo hace muy de cerca, como si tuviera que acertar cada uno de esos tiros cuyos gemidos serán el preludio de una banda sonora, llena de techno de vanguardia y a cargo de los brillantes Trent Reznor y Atticus Ross, que inyecta a la película un subidón de energía constante, incluso cuando no hay ninguna pelota amarilla en pantalla.

    Todo está en juego para este trío de protagonistas. Entre ellos se encuentra la actriz estadounidense Zendaya, quien ha preferido no utilizar su apellido desde que surgió de la maquinaria Disney, y los actores en ascenso Josh O’Connor y Mike Faist. Guadagnino demuestra una vez más que es uno de los mejores directores a la hora de reunir un reparto. Le debemos a Timothée Chalamet, y en este caso está claro que por fin se le ha dado a Zendaya la oportunidad de liderar una película. Hasta ahora, solo había estado relegada a papeles secundarios en las sagas de Spider-Man y Dune, aunque su tiempo en pantalla en la épica de ciencia ficción aumentó considerablemente entre la primera y segunda parte.

    La actriz de Euphoria, una de las series más populares de HBO, cautiva como piedra angular de esta pirámide de deseo y atracción. Interpreta a Tashi, una prometedora tenista con un brillante futuro por delante, que incluye contratos de patrocinio con Adidas y otras oportunidades profesionales. Durante un torneo en su juventud, Tashi se convirtió en la conquista de Art y Patrick, los tenistas y amigos íntimos retratados por Faist y O’Connor.

    Es poco después de adentrarnos en el partido que inaugura la película, una final entre Art y Patrick en un torneo profesional de menor categoría, cuando se nos revela el estado de su relación. Tashi ha abandonado el tenis y se centra plenamente en administrar la carrera de su marido, Art, a quien también entrena. Patrick, por su parte, se ha quedado al margen de la pareja. Fue novio de Tashi en su juventud y amigo y confidente de Art antes de eso.

    La final sirve de punto de partida para una narración no lineal y a veces ineficaz de la película, que abarca casi dos décadas en las vidas de Tashi, Art y Patrick. Los retos y triunfos a los que se enfrentan en su ascenso al profesionalismo marcan un ritmo vibrante para una película con un espíritu muy pop, que también ofrece suficiente drama y romance para convertirla en una propuesta atractiva para un público adulto. Con cada golpe de raqueta, con cada corrida, los personajes se comprometen más con sus objetivos, creando momentos en los que sus caminos se cruzan y en los que parece que a ninguno de ellos les importa el costo personal que exige el triunfo.

    Guadagnino podría haber optado por contar la historia de forma directa. Sin embargo, se aparta de las típicas películas de deportes en las que el clímax se resuelve en un partido en el que el espectador experimenta los mismos conflictos que los personajes. En lugar de eso, desentraña un trío de protagonistas que pueden describirse con unos pocos adjetivos: atractivos, dedicados y, a menudo, molestos.

    Molestan porque parece que solo hay una cosa que los defina: el tenis y nada más que el tenis. Quienes hayan descubierto en los últimos años las películas de la directora argentina Lucía Seles, en las que el tenis sirve de telón de fondo a una serie de enredos entre compañeros de trabajo, no podrán evitar sonreír ante tal obsesión, aquí llevada al extremo. “¿Estamos hablando de tenis o de otra cosa?”, le pregunta Patrick a Tashi en medio de un fogoso juego previo (pero no para un partido). Tashi lo mira como lo hace el público: por supuesto, tonto, en Desafiantes nunca se deja de hablar de tenis.

    Es dentro de este deporte, alimentado por la banda sonora techno que se infiltra conscientemente en la película incluso en los momentos de quietud o contemplación, donde Guadagnino y su director de fotografía, Sayombhu Mukdeeprom, encuentran el disfrute puro. ¿De cuántas maneras puede filmarse un partido de tenis? Porque en Desafiantes, parece que las han descubierto todas y más.

    Es cierto, en tanto, que la identidad visual de un partido de tenis normal es eficaz por sí sola: un plano general que capta toda la cancha, todos los jugadores, el árbitro y quizás incluso parte del público. Si se le suman algunos planos completos de los jugadores, algunos primeros planos de sus movimientos y una cámara a cámara lenta, el deporte en sí se convierte en puro espectáculo.

    Pero para encapsular más adrenalina, Guadagnino busca varias formas de intensificar la emoción y la tensión. Hay momentos en los que la cámara se convierte en la pelota, otros en los que vemos desde la perspectiva de la red, otros en los que nos convertimos en los ojos del jugador y, en sus formas más inventivas, hay cámaras que filman desde debajo de la pista, en el suelo, como si viéramos desde dentro de una jaula de cristal. Este lenguaje exagerado, similar al de un videojuego o incluso al de un animé, se traduce también en el verdadero interés de la película: el vínculo entre Art y Patrick.

    La tensión entre Patrick y Art va más allá de la competencia, el estatus y el éxito. Existe una atracción evidente entre ellos, al menos de un lado a otro. A medida que se desarrolla este afecto, Guadagnino explora juguetonamente el encanto físico de sus actores, captando sus muslos, brazos y rostros. La cámara es capaz de infundir a las escenas fuera de la cancha la atmósfera de un partido interminable, lleno de traiciones y mentiras. En esos momentos, el guion deja de lado eficazmente el deporte y en su lugar retrata a la persona, incluso cuando la propia película puede reconocer de forma un tanto ridícula que cualquier pasión llevada al extremo puede ser objeto de ridículo. “Solo sé golpear una pelota con una raqueta”, dice Art, sin ironía.

    Guadagnino posee la habilidad de crear películas memorables. Desafiantes no es su película más ambiciosa ni la mejor, pero sí su más adictiva y que parece querer llegar a un público más amplio. Con un trío de estrellas indiscutible y un deporte que destila elegancia y sacrificio, ha encontrado la fórmula perfecta para ofrecer un partido extraordinario.