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Viene de una familia de músicos y es oriundo de Nueva Orleans, la cuna del jazz. Con semejante panorama es difícil no convertirte en un músico de primera línea. Papá Ellis toca el piano; Branford el saxofón; Delfeayo el trombón y Jason la batería. Y lo hacen realmente bien. Pero el más destacado de la familia, sin ofender al padre y a los otros hijos, es Wynton (1961), el trompetista.
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A principios de los 80, cuando la fusión dominaba el mundo del jazz, aparece un joven que vuelve a las raíces, al timbre acústico, al blues. Mientras los fanáticos se concentraban en bandas como Weather Report y Return to Forever, irrumpe un trompetista con excepcionales condiciones técnicas que desvía la atención de la electricidad y la direcciona hacia Louis Armstrong, King Oliver, Buddy Bolden, Kenny Dorham y el primer Miles Davis, un jazz que vuelve a sus esencias, rebosante de swing e improvisación. Marsalis fue en gran medida el joven león que con talento y frescura volvió a concitar la atención de las dos vertientes esenciales del jazz: el swing y el be bop, sin perder de vista nunca las tradiciones que posibilitaron esos estilos.
Wynton empezó junto a su hermano Branford con los Creators, una banda en la que tocaban funky, se divertían y también ganaban unos mangos. Casi como unos gamberros de garaje. Pero ya estudiaba a Bach en el instituto. Y frecuentaba la iglesia para escuchar los coros y la voz solista del predicador, mientras en casa disfrutaba y estudiaba los discos de la familia: Coltrane, Miles, Blue Mitchell, Clark Terry, Clifford Brown.
En un abrir y cerrar de ojos pasa a formar parte de una de las mejores escuelas: los Jazz Messengers de Art Blakey. Como es un alumno demasiado aventajado, al toque se presenta con sus propios grupos: cuartetos y quintetos hasta desembocar en el formidable septeto, tal vez la agrupación más importante de todas las que haya comandado, donde el sonido prístino, pleno de matices y con una limpieza excepcional de la trompeta, le posibilita reconocimiento internacional. Existe una caja de siete discos (Live at The Village Vanguard, Columbia, 1999) que contiene la esencia de esta banda en vivo en el mítico club de Nueva York.
También hay un libro que, además de registrar el pensamiento de este músico genial, es una muestra del trabajo y la dedicación que implica la música: El jazz en el agridulce blues de la vida, de Wynton Marsalis y Carl Vigeland (Paidós, 2002). Allí tenemos constancia de lo que es dejar la vida, noche tras noche y ciudad tras ciudad, en una gira por Estados Unidos con el septeto, durmiendo en moteles de paso, viajando en autobús, parando unos instantes para comer y practicar algo de básquetbol. Y tocando lo mejor posible, lejos de la familia y de los seres queridos.
Marsalis es capaz de soplar como nadie. Es técnicamente perfecto, tan perfecto que algunos creen ver en esa condición un síntoma de frialdad. ¿Frialdad? Solo escuchen el disco Live at the House of Tribes (Blue Note, 2005). También recibió consejos de los monstruos, claro. “La primera vez que Sweets Edison me oyó tocar”, recuerda Wynton, “me comentó: ‘Hijo, deja caer más peso en ese tono’”. Cuando se encuentra con otro músico habla de lo que sea, pero el tópico preferido son los sonidos y su ordenamiento en el tiempo. En una oportunidad viajó en auto durante toda una noche con Ron Carter y no pararon de hablar de música.
También ha grabado como solista discos sinfónicos. Un erudito del instrumento y de la música, que conoce desde el tango y a Osvaldo Pugliese (“El Count Basie argentino”, dice Marsalis), hasta el flamenco, la música afrocubana, Mozart y Beethoven.
Es difícil explicar en qué consiste el swing, pero Marsalis tiene una buena definición: “Estar suelto y de buen humor forma parte del swing, de la comunicación. Si quieres dar una muestra de aprecio a alguien, no hace falta montar un espectáculo. Un leve gesto con la cabeza o una mirada puede ser suficiente. No tienes que vociferar ‘¡choca esos cinco!’ o hacer sonar el claxon para que se entere toda la ciudad. Demasiado entusiasmo o gesticulaciones generalmente denotan una falta de sustancia o de comprensión de determinadas situaciones, sobre todo cuando se trata de expresar sentimientos. Intensidad sin volumen, ese es el objetivo en un escenario. Y basta”.
Este profesor y verdadero estudioso de las raíces más profundas de la música norteamericana, en particular del blues y del jazz en toda su extensión histórica, se presentará en el Teatro Solís el lunes 23 (20.30 h, entradas en venta en Red UTS) y el martes 24 (19.30, para abonados del Centro Cultural de Música) con la Lincoln Center Orchestra, de la cual es director artístico. El programa incluye obras de Duke Ellington y composiciones de Charles Mingus. Según dijo María Julia Caamaño, presidenta del CCM, el martes 3, “Marsalis lo anunciará a viva voz”. Y atención, porque esta agrupación trae músicos imponentes, como los saxofonistas Ted Nash, Victor Goines y Walter Blanding y los trompetistas Ryan Kisor y Marcus Printup. Además de los dos conciertos, Marsalis ofrecerá una serie de actividades educativas: charlas, workshops y jam sessions, el lunes 23 y martes 24, incluyendo la prueba de sonido abierta al público. Los interesados en asistir deberán dirigirse a educació[email protected].
Quienes se perdieron a esta orquesta en la anterior visita montevideana (2005), ahora podrán redimirse. Siempre hay una segunda oportunidad.