N° 1998 - 06 al 12 de Diciembre de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáNo lleva más de dos horas recorrer el museo de Hiroshima, recordatorio del infierno en el que un bomba nuclear transformó a esa ciudad japonesa en agosto de 1945. Son unas pocas habitaciones con fotos, ropa, reconstrucciones de momentos, sonidos, aromas, historias de vida y de muerte que se van sucediendo como golpes en todo el cuerpo. El dolor y la destrucción entran por los cinco sentidos. Después de terminar el recorrido, es imposible olvidar.
Ese episodio cambió la historia. Una bomba en Hiroshima y otra en Nagasaki terminaron con las especulaciones y arrojaron a la cara del mundo la verdadera tragedia: se puede matar a cientos de miles y destruir ciudades enteras con solo apretar un botón. Tener la certeza de esa realidad modificó el rumbo. No se logró la paz, pero tampoco se profundizó la guerra. Y fue por temor. El diálogo se hizo una necesidad de supervivencia. Finalmente, el invento más dañino del hombre trajo al menos algo positivo.
Así pasaron las décadas, la Guerra Fría, la carrera armamentista y el siglo XX sin nuevas bombas sobre poblaciones civiles. El XXI ya no es el de la era nuclear: ahora es la era celular. Un aparato apenas más grande pero mucho más fino que una caja de cigarrillos, cuya función original era hacer y recibir llamadas, logró cambiar las relaciones más personales y también las más institucionales. Las posibilidades de comunicarse se multiplicaron en muy poco tiempo, pero también la exposición pública y la información. Como nunca antes, todo está al alcance de la mano. Trabajo, esparcimiento, familia, amigos, desconocidos, noticias, arte, memoria, salud, todo en un solo objeto que entra en un bolsillo.
No cabe duda de que la masificación de los teléfonos celulares inteligentes es el evento más transformador de este siglo. Son tan expandidos sus efectos que hasta pueden tener un parecido con el impacto de la bomba nuclear. Es cierto que los teléfonos no matan, pero sí pueden cambiar el rumbo de la civilización.
La comparación es arriesgada pero vale la pena. Vale porque el poder de destrucción que pueden tener ambos objetos es enorme, aunque por otras vías. Vale porque la onda expansiva de ese exceso de comunicación genera secuelas que terminan derrocando a gobiernos o llevando a la presidencia de las grandes potencias a personas que de otra forma nunca hubieran llegado. Vale porque esa sensación de pertenecer a todo y de estar informado de cada asunto importante del mundo puede terminar generando más aislamiento y destruyendo el tejido social.
Ahora el presidente de Estados Unidos comunica las cuestiones importantes de su gobierno a través de redes sociales. Ahora en Brasil gana un candidato que casi no dialoga con la prensa y realiza campaña mediante su teléfono. Ahora todos registran, difunden y opinan con sus aparatos inteligentes, pero muy pocos piensan.
No es la muerte inmediata lo que genera esta onda expansiva comunicacional cuando adquiere un signo negativo. Es odio lo que deja. El más exacerbado e irracional odio, el que favorece a una muerte lenta y generalizada. Todos sienten que se comunican pero nadie lo hace. De lo que se trata es de destruir al que piensa distinto, por supuesto que desde muy lejos. O peor aún, desde el anonimato. Ya no hay más mano a mano. Las tertulias ahora son virtuales y se parecen mucho más a una tribuna cantando irracionalidades a la de enfrente.
Así también empieza la campaña electoral en Uruguay. Con un país partido al medio, con veneno acumulado y con un sistema político cada vez con menos popularidad. Según las encuestas, los políticos que generan más aceptación son también los que provocan más rechazo. El ruido de la confrontación aturde y dificulta poder pensar con claridad. Todo se publica, se magnifica y se relativiza al mismo tiempo. Falta sustancia. Falta diálogo. Falta cara a cara, mucho cara a cara.
En contraposición, las señales de los precandidatos presidenciales en carrera son positivas. Todos se muestran abiertos al diálogo y los que tienen verdaderas posibilidades procuran el camino del medio. Saben que el próximo será un gobierno difícil, sin mayorías, y que la negociación será el secreto del éxito.
Es por eso que se nos ocurrió intentar un aporte desde nuestra Escuela de Periodismo. En momentos en los que crece como una necesidad impostergable el debate civilizado, ofrecimos a algunos de los principales líderes políticos uruguayos hacerlo en Búsqueda. Sin celulares, sin redes sociales, sin cuentas fantasmas. Mano a mano, frente a frente, solo con la palabra.
Primero, basados en las encuestas, convocamos al favorito en el oficialismo, Daniel Martínez, y al mejor posicionado entre los blancos, Luis Lacalle Pou. Martínez respondió que en esta oportunidad prefería no aceptar aunque se comprometió para después de las elecciones internas, si resulta ganador. Lacalle Pou aceptó sin peros. Entonces invitamos a su principal competidor en el Partido Nacional, Jorge Larrañaga, que también prefirió esperar al próximo año.
La alternativa por la que optamos fue el expresidente Julio María Sanguinetti, que lidera las encuestas de intención de voto en la interna del Partido Colorado. Aceptó de inmediato, con la aclaración de que todavía no tiene decidido ser candidato y que por lo tanto la instancia no puede ser considerada como un debate electoral.
Tenía razón. Fue mucho más que un simple debate entre dos precandidatos presidenciales de distintos partidos. Es cierto que los dos forman parte de la oposición y que coincidieron más de lo que discreparon, pero la reflexión es otra. Lo importante es la posibilidad de volver a sentarse cerca, más allá de las diferencias, grandes o pequeñas, e intercambiar ideas. Escuchar y escucharse antes de que de tanta comunicación quedemos totalmente incomunicados. Ese es el verdadero debate, el que hace falta.
A eso apostamos en esta oportunidad con la complicidad de Lacalle Pou y Sanguinetti y lo seguiremos haciendo durante todo el próximo año. Con los celulares apagados por un rato o, al menos, en silencio.
?? ¡Terminala!