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    El violín corneta

    Duerme mi violín/ en un mortal final de hollín,/ sentimental./ De los salones,/ tras un sueño de cristal/ y de almohadones,/ todo fue aserrín y soledad/ tras la verdad del mundo ruin.

    Es la primera estrofa de un tango perdido en la niebla de la memoria, A mi violín corneta, escrito por Julio De Caro en 1975, apenas cinco años antes de su muerte, con letra de Cátulo Castillo, en emotivo homenaje al extraño instrumento que ayudó a popularizar en el mundo entero.

    El violín corneta, llamado originariamente violofón, es un tipo de violín que amplifica su sonido a través de un pabellón de metal en lugar de la habitual caja resonadora de madera. Lo inventó el músico alemán Johannes Marthin Stroh, patentándolo en 1899, curiosamente el año de nacimiento de Julio De Caro. Primero se conoció como “el violín de Stroh” y luego se le denominó, para su comercialización, “Stroviol” y “Phomofiddle”; hoy sigue siendo popular en sitios tan lejanos, cuasi exóticos como Armenia y los Balcanes, aunque el audaz creador argentino Gustavo Santaolalla lo usa, de tanto en tanto, en presentaciones internacionales de su Bajofondo Tango Club.

    Pero cómo llegó al Río de la Plata es una historia apasionante en sí misma. Paul Whiteman, famoso músico de jazz —que escuchó a Juan Carlos Cobián en Estados Unidos— se enamoró del tango y se le ocurrió la idea de que el violín corneta, que solo lo usaban concertistas clásicos, podía enriquecerlo. Se lo sugirió al sello Víctor, para el cual también grababa De Caro, y a su pedido un representante del sello viajó a Buenos Aires y se lo ofreció al autor de Boedo, aclarándole que el precio lo descontarían de sus derechos de autor. De Caro dudó pero, al final, aceptó el desafío.

    Algunos investigadores, sin embargo, han puesto en duda esta versión, al menos desde el punto de vista cronológico; afirman que el violín corneta “se cayó también de algún barco” en estas tierras a comienzos del siglo XX, siendo el violinista José Bonano, “Pepino”, el primero que lo adaptó al tango en un trío con Juan Maglio y Genaro Spósito. Más allá de esta discrepancia, todos concuerdan en que quien lo popularizó, al final de la Guardia Vieja, fue Julio De Caro, tocándolo él mismo en su sexteto, a partir de 1925.

    En opinión del historiador Horacio Salas, “la intención fue dar mayor sonoridad al grupo musical y, al mismo tiempo, tornarlo en algo más áspero y gangoso, brindándole ese peculiar timbre intransferible que alcanzó De Caro en la ejecución de sus tangos y otros clásicos”.

    Hubo cierto escepticismo inicial, incluso hasta reacciones despectivas, sobre todo entre los tradicionalistas, aunque la batalla la ganó el violinista que, para justificar la presencia permanente del violín corneta, inventó una historia: se lo regaló Eduardo de Windsor, quien había escuchado Mala junta y Copacabana, que le encantaron, y quiso tener esa gentileza con el músico argentino.

    El violín corneta fue abandonado por el propio De Caro en 1942, aunque desde la década de los 1930 lo usaba alternativamente con el tradicional de caja de madera. Ocurrió que las grabaciones evolucionaron técnicamente y se desechó el viejo sistema acústico para aplicar el eléctrico: está claro que lo primero que cambió fue el sonido de las orquestas y las voces y, en opinión unánime de los tangueros, hizo perder relevancia al aporte del “Stroviol”.

    Cuando nadie lo esperaba, Santaolalla, para una actuación en la Allen Room del Lincoln Center, lo rescató del más absoluto olvido y lo puso en manos del inspirado violinista Javier Casalla para una presentación de su banda Bajofondo Tango Club.

    Es paradójico: De Caro jamás actuó en Nueva York ni en ninguna de las salas del Lincoln Center. Lo hubiera merecido.

    Refiriéndose a las audacias de Santaolalla, y a su éxito, un musicólogo dijo: “En un tango absolutamente nuevo y algo burlón, la combinación del violín tradicional con la sonoridad insolente del diseñado por Stroh es decisiva para imponer un cambio y poder sostenerlo”.

    Bueno, son opiniones y gustos.

    Regresando al pasado, recordemos que A mi violín corneta fue grabado por Luis Stazzo, con un solo del añejo instrumento alemán a cargo de Luis Abramovich.

    Buen amigo, todo corazón,/ fue tu razón lo que se fue, mágico corneta renovándose veloz/ buscando a Dios, violín corneta./ Hoy la vida al fin llegó a su andén,/ y me voy también, adiós… adiós violín.