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    Empieza con B

    El nombre del hijo, de Francesca Archibugi

    Una cena con amigos, que debería ser toda una celebración, incluso con las discusiones habituales dentro de este grupo que se conoce desde la infancia, deriva en una batalla en la que salen a la superficie resentimientos, secretos y mentiras. Y los prejuicios más grotescos. Parece muy básico, muy obvio, pero para hacerlo hay que hacerlo bien. Esta comedia lo hace, en buena medida porque cuenta con muy buenos comediantes, y porque tiene como base una obra teatral de diálogos ágiles, justos, con pistas y detalles jugosos (la francesa Le prénom, llevada al cine por los mismos autores: Alexandre de La Patellière, Matthieu Delaporte) y la dirección de una realizadora con sentido del ritmo. En poco más de 90 minutos pasa de todo, la vida entera, en una noche que se tuerce cada vez más y más y más.

    Betta (Valeria Golino) hace ejercicios de gimnasia isométrica doméstica mientras saca un pastel del horno o pone verduras en la sartén. Está preocupada y tensa porque engordó dos kilos. Más adelante, cuando se retire enfadada en medio de una de las tantas discusiones, no perderá  la oportunidad de tonificar las piernas. Será un momento sutil y absurdamente gracioso dentro de una película que gana por la certera y veloz acumulación de tensiones producidas por detalles menores o mayores acerca de la concepción del mundo y sus circunstancias.  

    Como se verá, por medio de flashbacks que conducen a 1978, la historia viene de antes. Pero el estallido se da esta noche, durante la cena en la casa de Betta y Sandro (Luigi Lo Cascio), un profesor de Literatura que se las sabe todas y no para de revisar su timeline Twitter (como forma de confirmar eso: que se las sabe todas). La casa del matrimonio está repleta de libros y no hay televisor a la vista. Acá vive gente culta, parece. Hay un póster del filme Soy Cuba, de Mijaíl Kalatózov. Acá vive gente “de izquierdas”, como define el primer amigo en arribar, Claudio (Rocco Papaleo), el músico de la barra, que llega hasta allí en su bicicleta eléctrica, tras pasar unas horas en el estudio grabando versiones jazzísticas de Califfo. Luego entra en escena Paolo (Alessandro Gassman, hijo de Vittorio), hermano de Betta, exitoso agente inmobiliario que se abre paso con una botella de champán de 930 euros. Solo falta Simona (Micaela Ramazzotti), su bellísima esposa, que acaba de ser entrevistada en la radio. Es que Simona es autora de un best seller que, al menos para mentes como la de Sandro, no solo adolece de una dudosa calidad literaria, también hay sospechas de que no lo escribió ella. El motivo del encuentro: Paolo y Simona van a ser padres. Es un varón. El motivo de la pelotera: el nombre que, cuenta Paolo, va a llevar su hijo. Empieza con B. En la mesa, tiran a embocar: Bernardo, Bruno, Benedicto, Beltrán… A nadie se le ocurre, nadie imagina, que alguien pueda ponerle justo ese nombre a un niño. En especial cuando el apellido del nene será Pontecorvo. “Pontecorvo significa algo en este país”, dice el hombre de Twitter. Sí, remite al cineasta italiano Gillo Pontecorvo, pero el apellido también tiene su propia historia. “Es original y clásico”, se justifica Paolo acerca de la elección del nombre. Se inicia la batalla. Que tiene derivaciones y giros a veces sorpresivos, se abre a nuevas batallas y a filosóficos combates de esgrima.

    Los flashbacks hacia 1978 son relleno puro, aportan más bien poco, el texto puede sobrevivir sin esos injertos, sobre todo porque no llegan a estar al mismo nivel tragicómico de lo que está ocurriendo en la mesa. Sin llegar a los extremos de Un dios salvaje, que también tiene origen teatral y también desmenuza la corrección política y los discursos vacuos, El nombre del hijo es cáustica y liviana, con gente a la que le fascina hablar de sí misma, que hace bromas inoportunas, se aferra a preconceptos o lleva años guardando un secreto. Está el hombre de izquierda bien pensante que a sus hijos les dio nombres con “mensaje”, un personaje que en asuntos puntuales por un lado dice una cosa y hace otra. Y que a veces se pasa un poco de rosca: “Eres la encarnación de la ruindad en el país”, llega a decirle Sandro a la embarazada. A ojos del profesor, Simona ni siquiera lee. Por lo que es imposible que haya escrito ese best seller. Pagó a alguien para que lo haga por ella, le dice. Puede ser, aunque tal vez esa acusación provenga de la tirria y la envidia que le provoca que él haya vendido solo 400 ejemplares. “Mi libro será aburrido, pero lo escribí yo”, grita. En este fuego cruzado entre resentimientos, obsesiones, menciones a Kant y Melville, acusaciones varias y vinos carísimos, quizás la insistencia en ofrecer siempre una vuelta de tuerca no resulta siempre efectiva. Mientras tanto, los hijos del matrimonio encuentran la forma de espiar algo de ese mundo que, por fortuna, tiene espacio para la música. 

    El nombre del hijo (Il nome del figlio). Italia, 2015. Dirección: Francesca Archibugi. Duración: 94 minutos.