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Hace cinco años, el nombre de Paolo Giordano impactó en el ámbito editorial con su novela “La soledad de los números primos”, que vendió en Italia más de dos millones de ejemplares, ganó los premios nacionales más importantes y se publicó en 40 países. En ese momento, Giordano (Turín, 1982) tenía 26 años y no le fue fácil remontar el éxito de su primer título. Para continuar escribiendo se aisló en una playa, pero no lograba avanzar en una nueva historia que lo convenciera. Entonces tomó una medida radical: cambió la tranquilidad de la costa por la locura de la guerra y se fue a Afganistán. De su incursión en aquel territorio surgieron en 2010 dos reportajes, uno para la revista “Vanity Fair” y otro para “Il Corriere della Sera”. Y también encontró la historia para su segunda novela a la que tituló El cuerpo humano (Salamandra, 2013, 346 páginas) y se publicó este año traducida al español.
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El paisaje de la novela es el desierto afgano, con sus vientos endemoniados, su sol insoportable durante el día y sus noches heladas. Allí, en el valle de Gulistán, se ubica un destacamento militar (Fob Ice) integrado por jóvenes italianos, inexpertos en asuntos bélicos, que no pasan los veinte años. Esa base de operaciones la habían construido los norteamericanos para limpiar la zona de talibanes, pero la “burbuja de seguridad” que dejaron abarca solo un par de quilómetros y son continuos los ataques, tanto a los soldados como a los civiles afganos. “Dentro todavía quedan bolsas perniciosas de guerrilla, fuera está el infierno”, comenta el narrador de la novela.
Después de un pequeño entrenamiento, los jóvenes soldados llegan al destacamento entusiasmados por la aventura, por la visión desde la altura de los dromedarios, por los partidos de ping pong que jugarán en sus tiempos libres y por las mujeres americanas que, supuestamente, están aguardando a pocos quilómetros. Pero la realidad con la que se encuentran es muy otra, y así lo cuenta Ietri, uno de esos jóvenes soldados: “En la base no hay nada, solo polvo. Un polvo amarillento y pegajoso, tanto que las botas se hunden hasta el tobillo. Si te lo sacudes del uniforme remolinea en el aire para volver a posarse en el mismo punto”.
Ietri y sus compañeros le ponen al lugar “La Ruina” y se dedican a matar cucarachas para hacerlo habitable. Pero el peor obstáculo del lugar no es ni la opresión del paisaje ni el miedo a los talibanes, sino la angustia que produce la espera de un enemigo al que nunca ven, aunque lo sienten muy cerca. Y esa angustia va creciendo como otro protagonista hasta hacerse insoportable: “¿Cuánto tiempo llevamos aquí?”, pregunta uno de los soldados. “Veinticinco días”, le contesta otro. “Pues parece una eternidad”.
Concebida como una novela “coral”, El cuerpo humano se construye con las diferentes historias de sus personajes, algunas de ellas tan tristes como la propia guerra. Así se conoce al teniente Eggito, un médico traumatólogo que no se quiere ir de Afganistán, a pesar de que puede hacerlo porque ha estado varios meses en el lugar. Él sabe que en Italia lo espera un infierno que puede llegar a ser tan doloroso como el sol del desierto. Por eso decide quedarse y consumir duloxetina, un medicamento para la depresión del que tiene una buena provisión en su propio consultorio.
“Los traumas familiares son el motor de mi trabajo como escritor. Sí, he estado en Afganistán, en la guerra. Pero yo las peores guerras las he visto dentro de las familias”, explicó Giordano en una entrevista a propósito de su novela. Y sus personajes saben de esas pequeñas “Troyas” domésticas que les han dejado cicatrices, muchas veces invisibles, pero que se abren cuando viven situaciones límite. Allí está Cederna, el capitán del pelotón Charlie, que disfraza sus problemas afectivos con arrogancia y se aprovecha de las debilidades de sus compañeros. Su preferido es Mitrano, el más torpe y tímido de todos. “Cederna es capaz de citar de memoria los primeros cuarenta minutos de ‘La chaqueta metálica’, una frase tras otra: Mitrano es su soldado Patoso, su víctima designada y, al igual que este, no se divierte en absoluto”.
Por la novela pasan las historias de Zampieri, la única mujer del grupo; la de Di Salvo, quien se las ingenia para conseguir droga con un intérprete; la de Torsu, que mantiene una relación virtual con una mujer de dudosa identidad y la del subteniente René, que se ve envuelto en una disyuntiva moral por una mujer que está lejos de ser virtual.
Ellos aprenden a vivir juntos el hastío de la espera, hasta que llegan algunos acontecimientos que los hacen unirse o enfrentarse, porque no es fácil sobrevivir a una tormenta de arena, a una diarrea masiva que tapa los retretes o a la visión de una cabeza degollada que rueda por la tierra seca. Tampoco es fácil sobrevivir a la muerte en vivo y en directo de quien duerme en el sobre de al lado durante varios meses.
Con varias alusiones a películas bélicas, Giordano mezcla el lenguaje propio de la instrucción militar con comentarios sobre la inutilidad de una guerra que parece imposible terminar: “Estamos en un país de gente asquerosa y corrupta. Aquí no hay nada que mejorar. Cuando arreglemos unas cuantas cosas y nos vayamos, todo volverá a sumirse en el caos”.
Y a pesar de lo sórdido del escenario, el escritor encuentra motivos para deleitarse con la visión de latas y cajas de comida que se estrellan en el suelo agrietado cuando las lanzan desde los helicópteros: “La mancha de leche va extendiéndose, lame las botas de la tropa y se mezcla con el puré de tomate. Las rapaces, que ya los sobrevuelan en círculos cada vez más estrechos, creen que se trata de un atrayente charco de sangre. La tierra seca sacia su sed con el líquido rojo, permanece oscura unos segundos y luego ya ni se acuerda”.
Por momentos mezquinos, por momentos humanos, los personajes de El cuerpo humano provocan empatía y también una gran tristeza por esa juventud que pelea y muere en una guerra que no entiende. No es casual que el acápite del libro esté tomado de “Sin novedad en el frente”, de Erich María Remarque: “Y aunque nos devolvieran este paisaje de nuestra juventud, ya no sabríamos bien qué hacer con él”.
Más que un alegato antibelicista, la novela de Giordano es un tratado sobre el costado más sombrío del ser humano. Ese que a veces aparece en una casa familiar en Turín o en medio de una manada de ovejas que explota en el aire junto con soldados y guerrilleros. De esas grandes y pequeñas guerras trata la novela de Giordano, escrita con la fibra de la buena literatura. Los cinco años de espera valieron la pena.