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    Enemigos íntimos

    N° 1843 - 26 de Noviembre al 02 de Diciembre de 2015

    , regenerado3

    Es una guerra. Por ahora, una guerra sin cuartel. El presidente Tabaré Vázquez y el ex presidente José Mujica, sencillamente, no se soportan. Podrá haber mil abrazos para las cámaras y otras tantas declaraciones “unitarias” de ocasión. Pero la verdad es que, además de ser individuos profundamente diferentes en estilo, pensamiento y comportamiento, los dos principales referentes del gobernante Frente Amplio, prácticamente “no se pueden ver”.

    La guerra entre ambos —soterrada la mayor parte del tiempo, aunque explícita en ocasiones concretas— afecta, naturalmente, al Frente Amplio. Pero, mucho más importante que eso, afecta al Uruguay.

    El presidente Vázquez es, desde marzo, quien tiene el poder. Ya no lo tiene el ex presidente Mujica. Pero Mujica tiene la influencia sobre la mayoría del Frente Amplio. Aunque no les guste, uno necesita del otro y viceversa. Salvo que estén dispuestos a mantenerse cada uno en su rincón y dejar que ocurran dos cosas. Una menos grave: la derrota del Frente Amplio en las elecciones de 2019. Otra mucho más grave: que el gobierno actual —al que le faltan más de cuatro años para culminar su mandato— permanezca en un estado de contradicción continua que impida al Uruguay avanzar en áreas decisivas para su futuro, como la política de inserción internacional, la educación o la reforma del Estado.

    Pero va a ser difícil remontar esa cometa. Vázquez es un socialdemócrata (un “socialista francés”, al estilo de François Mitterrand) que cuida cada gesto y cada palabra, mientras que Mujica es un dicharachero anarquista frustrado, más cercano a los líderes de la izquierda populista que reina en algunos países de América Latina desde comienzos del milenio.

    Al vazquismo le interesa ingresar al mundo que funciona (el TiSA, por ejemplo); al mujiquismo le importa más la romántica idea de la “patria grande” (que, naturalmente, no funciona). Al vazquismo no le gusta el populismo autoritario del chavismo en Venezuela; el mujiquismo está dispuesto a bancar, explicar y justificar la censura, los presos políticos y lo que venga, porque el chavismo “es mejor que la derecha”. Así, la carta-denuncia contra el régimen del presidente Nicolás Maduro, enviada por el secretario general de la OEA y ex canciller de Mujica, Luis Almagro, le parece “magnífica” al vazquismo; al mujiquismo le parece “lamentable” y, por eso, el propio Mujica rompió con su ex hombre de confianza en el Palacio Santos. El vazquismo abomina del terrorismo que aplican los fundamentalistas islámicos; el mujiquismo dice que también está en contra, pero lo “explica” como reacción ante la prepotencia de las naciones “centrales”. El vazquismo, en fin, aplaude el triunfo de Macri en Argentina; el mujiquismo advierte sobre eventuales crisis institucionales en Argentina luego de la victoria de Macri.

    Ellos mismos —Vázquez y Mujica— han dejado debida nota sobre sus diferencias de forma y de fondo.

    Para Vázquez, Mujica jamás debió haber sido presidente y por eso respaldó con todas sus fuerzas a Danilo Astori en las elecciones internas de 2009. Vázquez cree que el gobierno de Mujica (2010-2015) fue “un caos” relativamente previsible, teniendo en cuenta los antecedentes del ex presidente. Para Mujica, Vázquez “nunca lo perdonó” por haber desafiado en 2009 su decisión de apoyar a Astori. Pero, además, Mujica opina que nunca sintonizará con Vázquez porque tienen una relación muy distinta con el poder. “Él marca distancia porque se cree todo eso de pre-si-den-te, y acá nadie es más que nadie”, ha dicho. Vázquez, según Mujica, “abandonó” sus orígenes humildes y se dedicó a “hacer plata”; por eso, forma parte de “otra izquierda”, sin “mucho olor a pueblo”. Y además, por “un problema de clases”, no puede entender cómo el tupamaro pudo llegar a la Presidencia. (1)

    La desconfianza entre ambos está a flor de piel y se siente sin mucho esfuerzo cuando alguien conversa con uno u otro. Apenas había asumido su segunda Presidencia, Vázquez enfatizó: “Yo, como le digo una cosa, le digo la misma”. Lo hizo para patentar una diferencia sustancial con Mujica, quien suele decir “como te digo una cosa, te digo la otra”.

    Un día, hace poco, cuando alguien preguntó a una persona muy allegada a Vázquez si había leído el libro “Una oveja negra al poder”, que refiere a la Presidencia de Mujica, la respuesta fue: “esto solo sirve para prender el fuego del asado”. En ese libro, Mujica dice sobre Vázquez: “nunca sabés lo que está pensando”. Y peor: “Tabaré a veces te da la impresión de que usa a la gente; tiene alguna cosa que no me convence”. (2)

    Hay una anécdota que viene a cuento. Al inicio de la primera sesión del Parlamento inglés, un joven diputado se sentó junto al entonces primer ministro, Winston Churchill. El joven diputado, emocionado, le dijo a Churchill: “Señor, es un honor para mí estar sentado a su lado teniendo enfrente a nuestros enemigos”, refiriéndose a los diputados de la oposición laborista. Churchill le contestó: “No se equivoque, joven. Ahí enfrente están nuestros adversarios; los enemigos los tenemos aquí junto a nosotros”.

    Como sea, la gente decidió en octubre de 2014 que el Frente Amplio volviera a tener mayoría parlamentaria y en noviembre resolvió que Tabaré Vázquez fuera el presidente. Pero José Mujica controla, directa o indirectamente, a 40 de los 66 parlamentarios del Frente Amplio. Vázquez podría gobernar con sus parlamentarios y al menos parte de los 64 de la oposición. Pero entonces rompería el Frente Amplio. Si no está dispuesto a eso, tiene que arreglar con Mujica. Pero entonces tendría que abandonar sus principales ideas.

    La disyuntiva no es fácil. Es un problema serio.

    (1) “Una oveja negra al poder”, de Andrés Danza y Ernesto Tulbovitz. Editorial Sudamericana, 2015. Páginas 162 a 165 y 171

    (2) Op. Cit. Páginas 171 y 172