Nació en la India en abril de 1936 y, a pesar de su origen, seguramente jamás imaginó que un día se convertiría en uno de los pocos músicos clásicos que llegarían a tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
Nació en la India en abril de 1936 y, a pesar de su origen, seguramente jamás imaginó que un día se convertiría en uno de los pocos músicos clásicos que llegarían a tener una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáHablábamos de su origen, y es bueno remitirnos a él para entender dónde se encuentran las raíces de su talento, de su vigor y de su memoria de elefante. Su padre era violinista y fue uno de los fundadores de la Orquesta Sinfónica de Bombay. La familia pudo costearle sus estudios de dirección musical en Viena, donde desembarcó a los 18 años y donde estudió con Hans Swarowsky y tuvo como compañeros de estudio a Claudio Abbado y a Daniel Barenboim. Pero fue a los 22 años de edad cuando Zubin Mehta debutó como director en esa ciudad idílica.
Desde entonces, como director estable o invitado, ha estado al frente de las más importantes orquestas del mundo y ha acumulado premios y reconocimientos de todo tipo, entre los que figuran el premio Dan David, dotado de un millón de dólares, y el galardón alemán Echo Klassik.
Su movilidad permanente, su temperamento energético, su gestualidad precisa y elegante y una figura de porte aristocrático, han contribuido a colocarlo en el grupo del jet set de los directores.
Además, el carisma no lo abandona ni siquiera cuando debe compartir escenario con un solista de primera. Ejemplos de ese magnetismo pueden apreciarse en el famoso concierto de “Los Tres Tenores” (1990), donde es mucho más que un acompañante de segundo plano y, más atrás en el tiempo, en la versión del Tercer Concierto de Rachmaninov con Vladimir Horowitz al piano (1978), en la que regala maravillas de elasticidad para ajustarse a los cambios de tempo del estadounidense.
En su autobiografía, “La partitura de mi vida”, Mehta confesó que estudió dirección de orquesta porque tenía un deseo irresistible de dirigir las cuatro sinfonías de Brahms y los poemas sinfónicos de Strauss. Esa confesión marca una pista de cercanía con la música sinfónica de gran porte. Y es fácil comprobar que su carrera se ha movido mayormente en ese terreno.
Sin embargo, no todas han sido flores. Su desempeño durante 13 años con la Filarmónica de Nueva York (1978-1991) mereció varias veces reparos desde la crítica especializada, que lo veía más pendiente del brillo y del espectáculo que de la hondura interpretativa. El propio Mehta, refiriéndose a ese extenso período, opinó: “Todo el tiempo estuve sometido a ataques maliciosos de la prensa de Nueva York, especialmente durante mis últimos años”.
Es justo, entonces, consignar que en enero de 2012 Steve Smith, crítico musical de “The New York Times” y uno de los cuestionadores de la figura de Mehta en los 80, elogió calurosamente la versión que el indio realizó de la Octava Sinfonía de Anton Bruckner.
Ahora, no como en 2009 con la Filarmónica de Israel, pero sí en el marco de la actual temporada del Centro Cultural de Música, volverá al Uruguay este lunes 13 al frente del Maggio Musicale Fiorentino, una orquesta que ha sido dirigida por monstruos sagrados como Richard Strauss, Lorin Maazel y Herbert von Karajan, con un programa donde el sonido y el brillo de Ginastera, Dvorak y la eufórica Octava Sinfonía de Beethoven encantarán al Auditorio Nacional del Sodre.
Lo que sigue es un resumen del diálogo telefónico que, antes de ello y desde el hotel Hilton de Tel Aviv, el también contrabajista mantuvo con Búsqueda.
—Usted estuvo a punto de estudiar medicina, y recientemente Eric Kandel, un neurocientista que ganó el Premio Nobel y que dicta clases en la Universidad de Columbia, escribió un libro sobre la relación entre el arte y la ciencia. ¿Cree que estas disciplinas son tan distantes como normalmente se suele creer, a contrapelo del trabajo de Kandel, titulado “The Age of Insight: The Quest to Understand the Unconscious in Art, Mind and Brain, From Vienna 1900 to the Present”?
—No creo que sean tan distantes, excepto que en arte no hay ecuaciones ni hay que probar enunciados exactos. Pero sin dudas están relacionados porque los científicos luchan por alcanzar la perfección y, a menudo, suelen asociar la música con la perfección.
—¿Pero por qué usted quiso estudiar medicina?
—Porque en realidad mis padres querían que lo hiciera. Aunque rápidamente me di cuenta de que no era para mí.
—¿Qué es lo que tienen en común India e Israel?
—No lo sé. ¿Por qué deberían tener algo en común?
—Tampoco lo sabemos. Se lo estamos preguntando.
—(Ríe). Bueno, vine a Israel en 1961, de algún modo me enamoré del país y soy director de la Filarmónica desde 1969 (más tarde sería nombrado director vitalicio). Así que me siento muy cercano con el país, me genera mucha admiración ver cómo sus casi ocho millones de personas se han erigido ante el mundo y a veces no estoy de acuerdo lo que hacen pero, de todos modos, esta es una de las pocas democracias de la región. Y desde el punto de vista cultural son extremadamente avanzados.
—Una vez, Joshua Bell dijo que no había nada especial para él en tocar en Buenos Aires, en comparación con lo que significa hacerlo en un teatro de elite internacional. Pero usted es una persona sensible. ¿Qué recuerda de Montevideo?
—Lo que recuerdo especialmente es lo que vi la primera vez que fui, cerca de 1971. Había una cantidad increíble de autos viejos en la calle, como por ejemplo un Buick de 1946 y un Cadillac de 1949. Eso me resultó fascinante durante mi primera visita y, además, debo decir que el Teatro Solís es hermoso y tiene una acústica que me parece muy buena.
—Precisamente en el Solís, en agosto de 2009 usted dirigió una vigorosa versión del himno uruguayo, el cual aprendió en pocos minutos. ¿De quién heredó esa memoria?
—No lo sé exactamente, pero probablemente de mi padre.
—En una entrevista publicada en abril de este año, José Carreras declaró a Búsqueda que Zubin Mehta es uno de los cinco directores más brillantes con los que trabajó en su vida. ¿Cómo fue para usted trabajar con él?
—Increíble, maravilloso. Lamentablemente para mí, no trabajé todo lo que hubiera querido con él. Pero hicimos juntos “Los Tres Tenores”, además de la ópera “Jerusalem” de Verdi, en la Vienna State Opera, y del “Requiem” de Mozart en Sarajevo.
—¿Usted opina, como él, que Jonas Kaufmman es el mejor tenor del mundo?
—No quiero decir quién es el mejor, aunque ciertamente Kaufmann es uno de los más brillantes. Sin embargo, me cautiva especialmente un tenor italiano llamado Fabio Sartori.
—¿Cómo se sintió al recibir una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, un reconocimiento que poco tiene que ver con otros premios más clásicos y solemnes que ha ganado?
—Me siento realmente muy agradecido por lo que Estados Unidos me ha dado en los últimos 50 años. Siendo indio, cada vez que me homenajean allí me emociono. Por ejemplo, haber sido reconocido en el Kennedy Center, fue un gran honor. Sin embargo, cuando me distinguieron recientemente, noté que, entre las miles de estrellas del Hollywood Boulevard, solo hay siete músicos clásicos. Así que, como dije en mi discurso de aceptación, espero que ese número se expanda.
—¿Qué compositor diría usted que conoció como nadie el corazón humano?
—Mozart. ¿Y por qué? Simplemente escuchemos las óperas y veamos cómo funcionan en conjunto su música con los textos de Lorenzo da Ponte. ¿Esto podría suceder hoy? Ellos juntos, como Mahler con sus lieder, entendieron increíblemente el alma del hombre.
—¿Hay alguna pieza que invariablemente lo haga llorar?
—Debo decir que no solo se trata de las piezas, sino del modo en que mis músicos las interpretan. Hace poco dirigí la Octava Sinfonía de Bruckner y la manera en que los músicos de la Filarmónica de Berlín tocaron el Adagio, simplemente me hizo llorar. Lo mismo sucede con “mis italianos”, con los que visitaré Uruguay: son excepcionalmente sensibles. Además, quiero decir que me encanta visitar América del Sur.
—¿Por qué?
—Porque todos los auditorios tienen un diseño italiano y antiguo y porque me gusta la mentalidad general de la gente y el público suele ser muy caluroso.
—Y aprendió el himno uruguayo en un ratito...
—Sí (ríe). El himno brasileño, como el uruguayo, es encantador: el único que me parece realmente difícil es el argentino.
—Cambiemos de tema. En su trabajo hay una dosis importante de gesticulación, a diferencia del estilo más sosegado que tenía Von Karajan. ¿Cómo debería fluir la comunicación con la orquesta en cada caso?
—Es una combinación del trabajo que uno hace en los ensayos y de cuándo deja que la orquesta toque, cuándo es uno quien toma el comando y cuándo permite que un solista se explaye. Además, son fundamentales el impulso, la fisiología y el uso de los ojos que hace cada director.
—¿Hay lugar para la intuición y para la improvisación durante los conciertos?
—Para la intuición no, porque hay que conocer profundamente el mensaje del compositor. Y para la improvisación tampoco, aunque sí de repente para alguna licencia, por ejemplo, de un clarinetista que se sienta inspirado.
—Para terminar, ¿qué es lo que extraña más de su padre?
—Su presencia en mis conciertos. Yo sabía que él escuchaba y entendía todo.
—¿Y cómo le gustaría ser recordado?
—¿Por mis hijos?
—(Risas) No, por el mundo.
—Ojalá que como un hombre que supo entender exactamente lo que cada compositor quería transmitir a través de la música que he interpretado.