Nº 2083 - 6 al 12 de Agosto de 2020
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEn un ensayo escrito en 1959, el premio Nobel Friedrich A. Hayek sostuvo que su pensamiento estaba alejado del socialismo, pero también del conservadurismo. Y si esto nos lleva a pensar en el centro, sería un error. Más exacto sería hablar de un triángulo cuyos vértices integrarían (separadamente, claro) liberales, conservadores y socialistas. Aunque no siempre se haga énfasis en este punto, el factor que hace la gran diferencia para dar terreno a la libertad de pensamiento, adaptación a los cambios, tolerancia a las necesidades de la gente y aprovechamiento de su potencial es que el liberalismo resulta el único sistema que no quiere “gobernar desde arriba”, sino poner su oído en el comportamiento de la población, en definitiva, el libre mercado.
En su idea del conocimiento disperso de la sociedad, Hayek va más lejos y habla de la “filosofía de los liberales, quienes, sin complejos ni recelos, aceptan la libre evolución, aun ignorando a veces hasta dónde puede llevarles el proceso”. Solo esperando el mensaje desde abajo, desde la gente, puede aprovecharse un mercado donde millones de mentes y acciones individuales puedan desarrollarse sin restricciones.
En estos días tuvimos discusiones con personas de los otros vértices del triángulo, de derecha e izquierda. Nos llamó la atención que con temas diferentes el camino elegido por ambos extremos era muy similar en su estructura. Ambos con un tono condescendiente y tratando de explicar cómo deberíamos pensar. Eligiendo precisamente eso, “desde arriba”, estableciendo líneas estrictas de pensamiento que les da seguridad y evita los cambios de la libre evolución. Hayek advierte: “Jamás, cuando avizoran el futuro, piensen que puede haber fuerzas desconocidas que espontáneamente arreglen las cosas”.
Vemos que las experiencias de izquierda en la región son el típico ejemplo de la imposición extrema de este “desde arriba”. Para afuera son la voz del pueblo y para adentro pretenden dictarle a ese mismo pueblo cuál debe ser su voz. Lo explican de una manera un poco más inteligente, como recogimos en estas páginas lo dicho por Pablo Iglesias, del Podemos español: la dictadura del proletariado ya “no mola”, así que habrá que disputarle la palabra democracia —palabra que sí mola— al enemigo. Ahora descubrieron que se pueden ganar las elecciones con las promesas adecuadas, y si no, se manipulan. Inmediatamente viene el verso de la creación de la Asamblea Constituyente, que generalmente apunta a perpetuar para siempre la reelección de sus personeros, o, como estamos viendo cerca nuestro, manipular la Justicia sin entender —por lo menos sin querer entender— el efecto y la importancia de la separación de poderes. Como si se eligiera a un emperador más que a un presidente.
También en estos días de pandemia se plantea cuál debería ser el rol de un Estado liberal. Dijimos que los europeos entendieron que enfrentamos una crisis que se asemeja a un estado de guerra, y los gobiernos deberían estar al servicio de un mercado, escuchar sus mensajes y darles respuesta para que ese mismo mercado siga aportando lo que siempre aporta: productividad, financiación del Estado y ocupación laboral.
El cliché es que no deberíamos esperar nada del Estado. Pero, si pensamos con libertad ante la realidad que enfrentamos, dejemos de lado los estereotipos: precisamos que el mercado marque la cancha. Es decir, por una vez le toca al recaudador de impuestos devolverle al pagador de impuestos, y no solo ahorrar para el día después, día que ya la OMS anunció que puede no llegar nunca.
En su ensayo, Hayek intenta destacar las grandes diferencias entre liberalismo y conservadurismo, aunque reconoce que hay puntos de contacto. Pero es válido, tanto para populistas de izquierda o de derecha, decir que “solo se sienten tranquilos si piensan que hay una mente superior que todo lo vigila y supervisa”. Es el momento de entender que los liberales son los que se sienten cómodos con los movimientos sorpresivos del mercado, que van de la mano de la gente, “desde abajo”. Por supuesto: esto incluye aceptar y trabajar con lo elegido por el voto.