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En los últimos años, Sergio Blanco se internó en el mundo de la “autoficción”, práctica literaria y teatral muy difundida en Francia, donde el autor y director de teatro uruguayo de 43 años vive desde hace dos décadas. El relato autobiográfico ficcionalizado es tan viejo como la literatura, pero el término recién fue acuñado en 1977 por el novelista galo Serge Douvrobsky. Se basa en la unificación del autor, el narrador y el personaje protagónico, y borronea la frontera entre realidad y ficción. Esa pérdida de certezas resulta tan fascinante como molesta, según el lector.
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En Kassandra, Tebas Land y Ostia, la autoficción de Blanco fue ganando terreno progresivamente. Desde algunos breves sucesos inspiradores hasta una historia de amor fraternal escrita solo para ser representada por él y su hermana, la actriz Roxana Blanco. En La ira de Narciso el protagonista se llama Sergio Blanco, habla en primera persona y parte del hecho real de haber dado en Eslovenia, a mediados de 2014, una conferencia sobre el mito griego de Narciso.
En su primera actuación a las órdenes de Blanco, el prolífico y talentoso dramaturgo y director Gabriel Calderón hace aquí el mejor papel de su no tan extensa carrera actoral. Punto para los dos. Como si se tratara de una charla TED, el relato fluye con admirable naturalidad, en las antípodas de lo que conocemos como “actuación”. Blanco plasma un teatro-jazz, que otorga al intérprete libertad total para improvisar, interactuar con el público y oxigenar el texto. Sin embargo, poco aporta el mini-recital de canción melódica, vocación temprana de Blanco, según el texto. Calderón es muy bueno en muchas cosas, pero no en el canto.
Mientras el conferencista prepara su charla, descubre a partir de una mancha de sangre un crimen dantesco que ha ocurrido en su habitación, en tanto que mantiene sexo a mansalva con un joven esloveno al que conoce por chat. Blanco hilvana con mano maestra esa trenza conferencia-crimen-sexo y echa luz sobre el poder transformador de la mirada artística, en alusión positiva a Narciso. En cambio, abunda y redunda en detalles —aficiones, aversiones, adicciones, culto de marcas comerciales, medicación, hedonismo onanista, teleconferencias con su madre— que subrayan la vanidad exacerbada del sujeto pero resultan algo superfluos.
Calderón transmuta de sí mismo a Blanco, y viceversa, en una puesta carente de decorados —sala de ensayo con mesa, sillas, laptops y papelería— con un gran despliegue audiovisual que complementa la trama. Aunque con el paso de los 100 minutos, la anécdota se vuelve un tanto predecible, este atractivo dispositivo escénico resulta de suficiente interés como para justificar la recomendación.
La ira de Narciso, por Complot Teatro. Sala Balzo del Sodre. Viernes 14, domingo 16, viernes 21, domingo 23 y martes 25, 20 y 22 h. $ 300.