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Viernes 1º, siete menos cuarto. Un tipo se retuerce en el escenario de la Zitarrosa. Viste pantalón deportivo gris, muy holgado, y remera negra. Mientras hace ejercicios de estiramiento de piernas, brazos y torso, el trombonista pasa una franela a su instrumento, el guitarrista desenfunda y el tecladista ordena y enchufa una maraña de cables. Suena “Samba de Janeiro”, el tema por el que Hugo Fattoruso le quiere hacer un juicio a Airto Moreira, por birlarle los derechos de autor. Los músicos comentan algo al respecto, bajito, mientras el Flaco se endereza y se pone de pie. Todo está en calma. No parece un estreno, sino un ensayo. Reina el silencio. No hay nervios, ni stress. Nadie pierde la paz. Mucho menos la cabeza. Y no hay ni un incienso prendido.
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Un actor le pregunta a la productora cómo es el asunto para invitar a algunos familiares en las funciones siguientes. Un asistente escucha y aprovecha la ocasión para preguntar lo mismo. El sonidista va y viene de la consola al escenario. Sobre una mesa, una decena de micrófonos inalámbricos, cada uno con su transmisor y una etiqueta pegada: “Colo”, “Popi”, “Horacio”, “Pablo”, “Temponi”, “Esmoris”. En un rato estarán encendidos, bajo las ropas de los actores y todos deberán ser fieles. Lo más definidos posible, sin interferencias ni acoples. “Es un quilombo de micrófonos... es lo más complicado que tiene la obra”, dirá el director.
Sube Jorge Temponi desde los camarines, muy tranquilo. Saluda a un par de músicos, conversa algo con el director. Jorge Esmoris baja a la platea y saluda. “Dale, si querés arrancamos”, invita, y comienza a contar la génesis de Polvo de estrellas, el espectáculo que la BCG estrenará en dos horas y monedas.
La historia de las ideas, los grandes pensadores y la aventura humana son las galaxias que pueblan su universo. Ya sea a través de Cervantes, Balzac, Molière o el borracho de la esquina, a la corta o a la larga, sus propuestas siempre llevan de la mano al espectador por los senderos de los tipos que ya reflexionaron sobre todas las cosas, hace ya cientos de años... o miles. A la corta o a la larga, Esmoris siempre conduce a los libros... a esos grandes libros que están ahí, en todas las bibliotecas, de las que acumulan polvo sobre los lomos o de las que cuesta unos pocos segundos descargar por Internet. Y más a la corta que a la larga, Esmoris aterriza el mundo de las ideas al presente a través del humor. Entonces aparece el comediante. Ya lo hacía en “Ajo y agua”, aquel inolvidable programa radial que emitió la desaparecida X FM, en cuyos estudios aún resuenan los ecos de “Clásicos literarios”, épicas transmisiones de textos referenciales como “La Odisea”, “Romeo y Julieta” y “Moby Dick”, en formato de relato futbolístico, con relator, comentarista, locutor comercial y movilero a nivel de cancha.
Esmoris cuenta que concibió Polvo de estrellas sobre los ejes conceptuales del stand up y el mundo mediático. Allí ingresaron los filósofos. “Como hoy en día cualquiera aborda el stand up, que lo aborden los filósofos”, razonó e introdujo a Sócrates y Platón en un número inicial donde los viejos pensadores rematan sus ideas con gags aplaudidos por la claque de instrumentistas. El Flaco cuenta sobre la irrupción de Descartes, sobre el duelo dialéctico boxístico entre Marx y Torquemada y sobre su personaje preferido en este espectáculo: Tomás Moro. Le brillan los ojos cuando habla de “el padre de la utopía”.
Polvo de estrellas mantiene el formato clásico de la BCG en sus más de diez años como compañía teatral. Esmoris es el hilo conductor entre las escenas, esta vez en la piel de un payaso, pero un payaso triste, incapaz de la más mínima mueca ni chiste, en las antípodas del golpe y porrazo. Un payaso filósofo... un plomazo insoportable para sus compañeros de escenario, que pudre todos los climas y renueva los cuadros con gran efectividad humorística. Durante una hora y media, la música es el otro catalizador escénico que hace fluir la acción y las buenas ideas.
Gonzalo Durán vuelve a demostrar que es un gran compositor, recostado al rock y con una completísima paleta estilística, que baila con soltura entre el tango, el samba, el rock y el folclore balcánico.
La BCG crece como compañía teatral en cada espectáculo. Cada uno de los instrumentistas gana en histrionismo, especialmente el instrumentista Martín Morón. Del mismo modo, Jorge Temponi hace gala de su versatilidad y oficio humorístico y se luce como conductor televisivo —más que como Descartes— mientras la dupla Guzzini-Todeschini se despacha a piacere en el descacharrante duelo Marx-Torquemada.
Esmoris dice que siempre le interesó humanizar a los pensadores, jugar y ser irreverente con ellos. “Hoy por hoy no bastaría su doctrina, tendrían que difundirla. Tendrían que pasar por lo mediático, competir por la audiencia y quizá deberían terminar bailando por su sueño y moviendo la colita ante una cámara”.
Polvo de estrellas es una nueva oportunidad para apreciar a un artista insular del medio uruguayo, que nunca baja el listón de calidad. Su autoexigencia es la misma que impone a su elenco y también al público, al que le conviene repasar, aunque sea en Wikipedia, las básicas de este plantel universal de pensadores.
“Polvo de estrellas”, de Compañía Teatral BCG. Dirección: Jorge Esmoris. Texto: Jorge Esmoris y Marcos Morón. Música original: Gonzalo Durán y Pablo Machado. Producción Marina Monti. Elenco: Jorge Esmoris, Néstor Guzzini, Jorge Temponi, Horacio Todeschini, Gonzalo Durán (guitarra), Pablo Machado (piano, acordeón), Fernando Alonso (bajo), Ernesto Veneziano (batería y percusión), Martín Morón (trombón). Sala Zitarrosa. Viernes y sábados, 21.30 horas; domingos 20 horas.