N° 1950 - 28 de Diciembre de 2017 al 03 de Enero de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa construcción de la democracia es siempre una tarea inacabada. Es un esfuerzo cotidiano en el que, conscientemente o no, los ciudadanos participan con sus acciones y sus dichos, con sus reacciones y silencios. Nadie debería sentirse prescindente y menos aún alegar ajenidad ante la consecuencia de hechos, decisiones y políticas que generan tendencias y marcan rumbos.
En estas semanas finales de 2017 Argentina y Chile han vivido episodios de diferente naturaleza y dimensión, de signo contrapuesto, en los que gobernantes y políticos ponen de manifiesto la voluntad de fortalecer las convicciones democráticas de sus compatriotas o de alentar la división y el enfrentamiento para ocultar un proyecto autoritario y excluyente.
A apenas un mes de una elección que otorgó un fuerte respaldo al gobierno del presidente Macri, que propinó una severa derrota al kirchnerismo y confirmó la orfandad que caracteriza la izquierda radical argentina, militantes de “organizaciones sociales” manifestaron con violencia por el centro de Buenos Aires en rechazo de un proyecto de ley previsional que discutía el Congreso. La protesta respondía a intereses de políticos que no creen en la democracia, pero que se valen del sistema de libertades y derechos para amenazar y extorsionar a los legítimos representantes del pueblo.
Una barrera de contención impuesta por la policía bonaerense, que debió responder a la provocación y agresión de los agitadores, frustró el propósito de estos de ingresar al Congreso para tratar de impedir la sanción de la ley.
Más que evitar la aprobación de la iniciativa gubernamental, el principal objetivo de los revoltosos era —es— erosionar la imagen de un gobierno al que rechazan y que consideran “enemigo de los intereses del pueblo”.
El grado de agresividad exhibido por los fanáticos recordaron los graves incidentes registrados en diciembre de 2001 frente a la Casa Rosada, que precedieron a la caída del presidente De la Rúa. Las características de la movilización y el grado de violencia del enfrentamiento con la policía llevó a analistas a concluir que el objetivo de los promotores de los incidentes era victimizar su protesta. Poder exhibir imágenes de la represión policial para “sensibilizar” a sectores ciudadanos sobre el carácter “represivo” y “antipopular” del gobierno y, de paso, profundizar “la grieta” que con tanto empeño cultiva la expresidenta Cristina Fernández.
Y si el saldo de la protesta dejaba uno o más “luchadores sociales” muertos, mejor.
Los sectores radicales ya creyeron tener su primera víctima con la muerte de Santiago Maldonado durante los incidentes protagonizados por mapuches y la Gendarmería en el sur del país. Una acusación (desaparición forzada) que pudo ser neutralizada gracias al hallazgo del cuerpo y a una autopsia realizada con todas las garantías del caso.
No puede descartarse tampoco el objetivo de frenar la alegada “ofensiva judicial” contra jerarcas del gobierno kirchnerista y empresarios asociados en la de la trama de corrupción y del latrocinio en perjuicio de la sociedad argentina. Causas en las que la expresidenta ya está procesada.
No obstante, es probable que, en las particulares circunstancias políticas que vive el vecino país, los resultados hayan sido los opuestos a los buscados.
De la radicalización y del enfrentamiento violento nada positivo y sólido puede ser construido. La estrategia de “cuanto peor, mejor” solo conduce a sufrimientos ciudadanos.
Los acontecimientos vividos en Chile tras la jornada electoral del domingo 17 fueron la contracara de la moneda. Los principales actores políticos de la jornada, la presidenta Bachelet, Piñera y Guillier tuvieron un comportamiento ejemplar y demostraron por qué Chile se distingue en la región y ha superado la fractura social causada por el gobierno socialista de Allende y el régimen represivo del general Pinochet. Aunque subsisten heridas no cicatrizadas, el país mira adelante y no se detiene en la construcción de su futuro.
Sin siquiera haber concluido el conteo de los votos, a poco de conocerse que la ventaja de Piñera era un hecho irreversible, su oponente, Guillier, llamó al candidato opositor para reconocer su victoria.
Poco después, sin resignar las ideas y principios que desplegó durante la campaña, hizo un discurso público en el que exhibió un admirable espíritu republicano. Y más aún, acompañado de su esposa concurrió al cuartel general de su oponente, para ofrecer su leal disposición a procurar entendimientos y acuerdos en beneficio de sus compatriotas, reconociendo que ambos quieren “lo mejor para Chile”.
Eso no fue todo. La televisión transmitió en directo el cordial diálogo entre Bachelet y Piñera, que siguió a un encuentro entre ambos al día siguiente para convenir los detalles de la transición. En días siguientes, Piñera recibió en su casa a ministros y viceministros del gobierno que, siguiendo instrucciones de la presidenta, compartieron información sobre los proyectos en desarrollo y los planes de sus respectivas carteras.
Ahora bien. No hay que engañarse. En la vida política no hay espacio para la ingenuidad, ni pueden esperarse milagros. Es natural que una vez instalado el nuevo gobierno en marzo emerjan las diferencias que distinguen a ambas coaliciones y que la proclamada disposición a colaborar vaya quedando a un lado. Pero el mensaje pasado por la dirigencia política chilena a sus compatriotas no es algo irrelevante para el proceso de construcción de democracia y republicanismo.
Por las mismas fechas el presidente Tabaré Vázquez cedió a la tentación de presentarse así como así, de pasada y cuando iba o volvía de un casamiento en un Comité de Base del Frente Amplio. Me enteré de que “estaba esto acá” y dije “tengo que pasar”, comentó Vázquez según los trascendidos de prensa. ¿Qué casualidad, no? Pasaba y vio el Comité de Base reunido. ¿Con lo que funcionan hoy los Comités de Base?
Para alegrarles las fiestas a sus correligionarios el presidente tomó el micrófono y dijo estar “seguro, completamente seguro” de que el último domingo de octubre de 2019 podrá decir “festejen, frenteamplistas, festejen”. Y recordó a unos versos de Santiago Chalar que empleó en la campaña del 2014.
Un acto gratuito, infantil. Que para peor (¿o mejor?) alguien grabó con su celular y pasó a un canal de televisión.
La oposición trató de sacar provecho de la tontería presidencial y sugirió que había violado el artículo 77 de la Constitución, que prohíbe al presidente hacer propaganda política.
La acusación es discutible y, vamos, no hay quien se anime a enjuiciar al presidente por ello.
Claramente no está dentro de las competencias del presidente proceder como lo hizo. Lo suyo fue una provocación política, que sumada a otras declaraciones públicas recientes denigrando a la oposición, muy poco contribuyen a generar el mejor clima político en el país. Por el contrario, lo enrarece, ofusca, alienta la división y el enfrentamiento. ¿Es eso lo que pretendía?
Curiosamente, nadie se preguntó qué es lo que motivó al presidente a ir a un Comité a decir lo que dijo. ¿Tan mal van las cosas en filas del oficialismo que el presidente de la República siente que tiene que motivar a la militancia y darle seguridades de que habrá un cuarto gobierno frentista?