• Cotizaciones
    sábado 26 de abril de 2025

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, tu plan tendrá un precio promocional:
    $ Al año*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    En Búsqueda y Galería nos estamos renovando. Para mejorar tu experiencia te pedimos que actualices tus datos. Una vez que completes los datos, por los próximos tres meses tu plan tendrá un precio promocional:
    $ por 3 meses*
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá
    * A partir del cuarto mes por al mes. Podés cancelar el plan en el momento que lo desees
    stopper description + stopper description

    Tu aporte contribuye a la Búsqueda de la verdad

    Suscribite ahora y obtené acceso ilimitado a los contenidos de Búsqueda y Galería.

    Suscribite a Búsqueda
    DESDE

    UYU

    299

    /mes*

    * Podés cancelar el plan en el momento que lo desees

    ¡Hola !

    El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
    En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] o contactarte por WhatsApp acá

    Finnegans Wake

    Columnista de Búsqueda

    N° 1910 - 16 al 22 de Marzo de 2017

    Si fue posible para Milton evocar las perplejas discontinuidades de los demonios, si se le permitió que los imantara de humana angustia y de tierna desesperación, no veo por qué no sería pertinente aceptar que la existencia acaso solo pueda reducirse a un encadenamiento de discursos que se acoplan unos a otros y en su afán por querer decirlo todo solo nos dan confusión y desvíos, y eso nos deja insatisfechos o molestos, porque en el fondo creemos o necesariamente queremos creer que todo tiene un sentido previo al puro acto de vivir. Y a poco que asumimos la realidad de que somos lo que Heidegger denomina pro-yecto, no un algo sino lo que siempre y en todo momento está yectándose al horizonte y que en ese arrojo puede o debe encontrar un sentido. Todo lo que se puede ser depende de saberse en esa precariedad que define el campo del misterio con el que debemos lidiar para saber lo que no sabemos si no estamos, si no somos en ese estar que no es el estar en el que estamos cuando pensamos en ello antes de verdaderamente estar. Correr el velo no es correr el velo es ser el velo que se corre, es la apertura a lo que no tiene nombre, a la posibilidad, a lo inaudito. Es como la primera vez de una palabra.

    La primera vez de una palabra es primera vez en cualquier ocasión; toda la palabra es dicha siempre una primera vez, aunque parezca que se repita; decir es algo novedoso, es como vivir. Es vivir. Esa primera palabra es haz de posibilidades porque es, por ser palabra, un origen, una raíz cuyo fruto es desconocido y no por eso menos cercano, porque en toda raíz está la posibilidad final de su especie. Toda palabra, por más que se encuentre crucificada en los diccionarios, es siempre nueva; siempre está inventando algo, produciendo un rasgo del mundo al que hasta entonces no nos habíamos atrevido. Disipemos el error: las palabras no describen, no dibujan siluetas de cosas, de objetos; no es la función de la palabra atrapar lo que vuela como si las cosas, los objetos del mundo fueran mariposas, o pájaros o estrellas. La palabra no es una red. Por el contrario: es una ventana que mira al cielo; o mejor: una puerta abierta, algo que se escapa con el agua que corre en la calles cuando llueve sin cesar y sin clemencia.

    La palabra. No la cosa definida o comprendida o canonizada, sino la palabra, la palabra en su más pura simplicidad, en su indeterminación, en su insolente apropiación del tiempo. Lo es todo.

    No pude leer Finnegans Wake hasta que no comprendí estos extremos que hoy me parecen obvios, que no me perdono no haberlos visto antes solo porque están intervenidos de inmediatez, de una crasa cercanía que hasta me avergüenza pensar cómo no me di cuenta de que la compleja ecuación que creía tener ante mis ojos no era una operación matemática, sino una flor, una canción, la sincera mirada de un perro, el recuerdo querido de todo lo que se empecina en quedarse conmigo. De tan próxima a esa aventura de lo incierto que es el arrojo al mundo, la novela o como sea que llamemos a la vasta rapsodia de amor y de melancólicas alusiones, a este festival de sonidos y de tropos que se agolpan en un peldaño anterior a la conciencia y luchan entre sí por sobresalir, por hacerse patentes, esa pieza, digo, estaba ahí, donde yo estuve siempre, donde no puede no estar, porque es parte del tiempo que me ha tocado construir. Pero no la supe ver. No sé cómo recuperar los años en que me privé de la alegría y del vértigo de simplemente pronunciar las palabras de este libro, ese acto que es como tomar un Hop-On, Hop-Off y discurrir por las espectrales ciudades de la memoria, del temor, de los sueños que se resisten a irse del todo, que se obstinan en no despertarme, que no me dan sino la paz de la agonía sin término, de la promesa de una victoria que nunca será una llegada.

    Quiero decir: en mi vida leí un par de veces Finnegans Wake y no aproveché ninguna de esas ocasiones. Las buenas versiones francesas que leí, advierto, son inocentes; la incapacidad fue toda mía. Tal vez era que debía esperar lo que esperó al duque de Guermantes —que estaba como parado sobre los zancos del tiempo— para simplemente abrir el libro y comenzar a pronunciarlo, dejar que las palabras hicieran su trabajo de descascaramiento y corrosión de todo lo que hay de vacuo y de inauténtico en el existir para que finalmente apareciera esa viva soledad, (no otra cosa es la lectura), que es lo único que va quedando de pie en medio del viento, de la indiferencia. Del olvido.