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Chiquita, luminosa, emotiva. Así es Pinamar, que se exhibe desde hoy jueves 9 hasta el miércoles 15 en Cinemateca 18. Su anécdota es mínima. Pablo (Juan Grandinetti, el hijo de Darío, premiado en el Festival de Punta del Este) y Miguel (Agustín Pardella) son hermanos. Llegan a Pinamar fuera de temporada, con el balneario casi desierto, detenido en un tiempo gris, para arrojar al mar las cenizas de su madre. También tienen que encargarse de la venta del apartamento familiar. Mientras el trámite de venta avanza, retrocede y se detiene, crece y muta la relación con Laura (Violeta Palukas), belleza local, amiga de la infancia cuya presencia ensancha la tensión entre los hermanos, que son parecidos y a la vez diferentes.
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Podría pensarse que un balneario fuera de temporada es un escenario tan generoso que alcanza con arrojar la cámara en cualquier parte para capturar una buena escena. Y puede ser. El asunto es que, por más sugerente que pueda ser esa imagen, no va muy lejos sin un eje emocional: las escenas se apoyan y se complementan como los rayos de una rueda. Como le sucede a los protagonistas, el joven realizador argentino Federico Godfrid pasó los veranos de su infancia y adolescencia en el balneario del título. Conoce Pinamar desde lo geográfico y desde lo afectivo. Y da la sensación de que, en cada plano del filme, el lugar —con sus dunas despojadas, sus edificios desocupados, sus calles sinuosas— también habla de los personajes, sus circunstancias y sus sentimientos. De la pérdida, de las contradicciones del duelo, un proceso que implica recuperar lo que está vivo en uno después de la muerte de alguien, de la nostalgia que tiñe los recuerdos y del amor, que transforma la sangre.